Chiqui Carabante dirige esta amable dramedia firmada por Borja Ortiz de Gondra sobre la amistad entre Eugenio Arias y el insigne pintor

Cualquiera que haya acudido a Buitrago de Lozoya y haya prestado un poco de atención a ese minimuseo que recoge las piezas de Picasso, que donó su amigo, su barbero en Vallauris, Eugenio Arias, habrá quedado sorprendido por tal peculiaridad. El peluquero y el artista mantuvieron una relación afable durante 26 años, que se forjó en aquella población de la Costa Azul. Si Borja Ortiz de Gondra se ha fijado en esta amistad, uno va a pensar, quizás, a priori, sobre el anecdotario del momento histórico, sobre las consabidas diatribas del famoso pintor y su encaje moral y artístico. El dramaturgo es un buen trazador de semblanzas dramáticas, como ha demostrado en su trilogía de Los Gondra; no obstante, aquí baja mucho el pistón.
Ante todo, se ha seleccionado a un grupo de cómicos que presumiblemente nos iban a deparar momentos descacharrantes. Y, además, se ha puesto al frente a Chiqui Carabante, especializado en los devaneos absurdos de nuestro humorismo patrio (véase, sobre todo, la Crónicas ibéricas), entonces era de esperar un montaje de lo más gracioso. La palabra «amable» sería la más definitoria. Recuerda a esas películas de los años cincuenta (época en la que transcurre nuestra trama), ciertamente inofensivas; aunque curiosas, entretenidas e ingeniosas, como aquellas que firmó, por ejemplo, Marco Ferreri (con guiones de Azcona) como El pisito o El cochecito. Retranca, ironía, desde luego; pero es que en la obra que nos compete no se halla un conflicto verdaderamente sugerente y, por otra parte, los personajes no se consiguen redondear ─más allá, claro, de que consideremos que alguien como Picasso ya está redondeado en sí mismo, y que los espectadores vamos con los prejuicios afinados—.
Definitivamente, creo que se ha exprimido poco a estos excelentes actores. Empezando por los dos principales protagonistas. Antonio Molero, que está triunfando con la comedia Terapia integral, encarna al susodicho barbero. Si bien posee requiebro de bonhomía, como un Jack Lemmon con sus buenas dosis de ingenuidad, también sostiene una melancolía que arrastra durante toda la propuesta, como republicano que se vio obligado a exiliarse y a caer en esos campos de concentración preparados por los franceses. No se cargan aquí las tintas políticamente y se dejan como una sombra indeleble. Entiendo que, si esto hubiera derivado en un profundo drama, ahí tendríamos a un personaje con un relato de lo más elocuente, como podemos descubrir en el documental Picasso: Mi amigo en el exilio. Aquí queda reducido a un esbozo, a un tipo muy aficionado a los toros (partidario de Ordóñez), que intenta sintonizar su radio ─de hecho, en esos primeros embates, como si el intérprete fuera Chaplin o Jacques Tati, elabora un gag apreciable─ y que vive atenazado por la nostalgia. Darse cuenta de que no puede regresar a España para despedirse de su madre lo deja apesadumbrado. Este aspecto termina por ser el más solvente del texto.
Por su parte, Viyuela se lleva a su terreno al genio del cubismo. Una caricatura muy diferente de aquello que pergeñó Antonio Valero en la obra de Arrabal. Añadámosle un engreimiento risible y unos gestos de soberbia, algo violenta, que no van más allá de un leve encontronazo con su amante. Raro es que no se explote aquella superstición que tenía este hombre con aquello de guardarse los cabellos y las uñas; porque se pensaba que le podían hacer algún maleficio. En cualquier caso, las escenas transcurren a partir de un hecho de lo más anecdótico, a saber, que venga Dominguín a torear y que los astados se maten «de verdad». Así que hay que negociar con el alcalde, mientras se van realizando distintos carteles de esos que la gente entienda, sin «metáfora». Si, paralelamente, se pretende elaborar una subtrama con el antojo del artista de adquirir una cabra, pues no resulta demasiado consistente el argumento; ya que no se lleva hasta las últimas consecuencias y se difumina el asuntillo sin la estricta representación (se cuenta y explica). Entre tanto, contamos con Jacqueline Roque, la que después sería esposa del escultor. Mar Calvo está estupenda en esa desconfiguración del estereotipo, arrastrando el acento constantemente e imponiendo una altivez extraordinaria. Con ella alcanzamos un momento auténticamente irrisorio y complejo, pues se bebe delante de todos nosotros un porrón completo sin derramar gota. Aunque hasta el final no alcanza unas buenas líneas: «¿Qué importa lo que digan de mí?… Que me quiero quedar con su dinero. Que le aparto de sus hijos. Sin embargo, nadie sabe lo que pasa entre nosotros cuando por fin nos quedamos a solas. Y yo sin él no sabría vivir» (es inverosímil que hable tan bien el español así, de golpe).
Por otro lado, aparece el chisgarabís de Valdés, uno de esos conseguidores pacatos del Partido Comunista en horas bajas. José Ramón Iglesias llena su rol con su particular forma de entonar, forzando la exageración y uniéndose al dislate con las negociaciones sobre el animal caprino. En realidad, alcanzada la mitad de la función no se ha ofrecido un ritmo que nos arrastre, los portazos ya no provocan la risa y lo que cuentan esos individuos no va a romper cómicamente. Todo lo contrario, descenderemos con tristeza hasta el desenlace.
Al menos, eso sí, la factura es sobresaliente. Walter Arias se ha afanado en «recortar» esa peluquería para situarla entre la gran bandera francesa. Todos los detalles que contiene favorecen el espectáculo. Pero solo con la escenografía no es suficiente. El montaje discurre de una manera excesivamente despolitizada para tratarse de gentes que aún fantasean con que Franco muera pronto y acabe ese destierro.
Autor: Borja Ortiz de Gondra
Dirección: Chiqui Carabante
Reparto: Mar Calvo, José Ramón Iglesias, Antonio Molero y Pepe Viyuela
Escenografía: Walter Arias
Vestuario: Salvador Carabante
Espacio sonoro: Peña&del Moral
Ayudante de dirección: Pablo M. Bravo
Ayudante de escenografía: Víctor Longás
Ayudante de vestuario: Montserrat Torres
Residente de ayudantía de dirección: Majo Moreno
Una producción del Teatro Español y Amor al Teatro
Teatro Español (Madrid)
Hasta el 20 de julio de 2025
Calificación: ♦♦
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