Coriolano

Antonio Simón cuenta con un buen elenco para dirigir esta tragedia de Shakespeare en los Teatros del Canal

Coriolano – Foto de Jero Morales

Si a principio de temporada daba cuenta de la versión contemporánea ofrecida por Emilio del Valle, ahora llega la mirada más ajustada al original de Antonio Simón para trazar la biografía de héroe. Ambas propuestas dialogan, en cualquier caso, con nuestro presente. Es fácil encontrar líderes por doquier tan ambiciosos como nuestro protagonista rodeado de grupos igualmente pertinaces. Volvemos a encontrarnos, por lo tanto, con una función que sobresale, ante todo, porque el elenco está configurado por actores y actrices de gran solvencia. Creo que Roberto Enríquez es una estrella de la interpretación teatral que no está considerado como se debe. No hará ni unos meses cuando demostró sus habilidades en Los cuernos de don Friolera. Aquí arrastra toda la obra para sí y nos entrega una medida muy exacta del carácter que debe desarrollar. No es sencillo de concretar, ya que no hallamos un enemigo totalmente preciso. Por eso el intérprete deambula entre la apostura de un líder que discursea con elocuencia, y la fragilidad de un hombre que se ve imantado por una madre soberbia. Cuando nuestro Marcio Cayo se enfrente a los volscos y se descubra, en un momento determinado, solo frente al rival, podrá convertirse en un superhombre ante tal hazaña. Y, una vez sea bautizado como Coriolano (por la ciudad de Corioles), sí que brotará ese engreimiento entreverado de exigencia maternal. Puesto que el otro personaje en importancia es Volumnia, la progenitora, la dominadora de las estrategias y la urdidora de planes esenciales para la paz y el orgullo familiar. Nos deja a una Carmen Conesa muy enérgica y consistente, capaz de tapar a esa pobre nuera, que María Ordóñez acoge con amoroso candor. Me parece una gran idea que cante con suficiente hondura, en distintas ocasiones, «La Llorona». Así consigue que su papel tenga más presencia. Luego me ha parecido magnífico Javier Lara encarnándose en Aufidio, ese caudillo tribal, que anhela golpear a Roma. No llega a ser una amenaza sólida en esta obra y no se desarrolla plenamente. Shakespeare lo emplea para que Coriolano trace alianzas (sus diálogos poseen gran profundidad) y pueda batirse con la espada. Momentos, por cierto, realmente logrados. Los dos combatientes nos ofrecen un gran espectáculo y le meten un ritmo que, hasta el momento, había costado alcanzar. Ya que el montaje comienza de una manera fría. En verdad, el director ha intentado solventar ese preámbulo, tan caótico y ruidoso, con la participación del público a través del aliento que meten Beatriz Melgares y Juan Díaz. No resulta muy vistoso el asunto; puesto que el escenario está muy vacío con esa única estructura cuadrangular, inclinada como una pasarela, que ha ideado Paco Azorín. Por lo tanto, hemos de aceptar que hay un tumulto del pueblo, porque está hambriento, y que los tribunos de la plebe van a buscar más representación política. Tampoco ellos, con el mismo Díaz haciendo de Sicinio y Santiago Molero como Bruto, consiguen tener demasiada vistosidad oratoria más allá del populismo imperante. Frente a ellos, en un tono demasiado bajo y moderado ─más adelante se eleva─, Menenio. El sabio anciano, que Manuel Morón toma, esboza sus enseñanzas, la más significativa, aquella que discurre con una fábula sobre las tripas ─que son «como un pozo sin fondo»─ y que un día se rebelaron dirigida, precisamente, a todos esos ciudadanos.

Cuesta en esta tragedia establecer con claridad los temas y que no se sientan deslavazados. Esto ocurre, por ejemplo, con Cominio, un cónsul amigo de nuestro protagonista, que encarna un Álex Barahona que se va perdiendo en el argumento. Es decir, contamos con desavenencias, con amistades, con tratos políticos, con traiciones y con toda una serie de intereses particulares que se aúnan de modo un tanto amorfa para llegar al trágico desenlace. Quizás la obra sea un tanto esquemática y le falten auténticos contrapuntos; porque no contiene la complejidad sicológica de Macbeth. Aquí no hay un antagonista que implique ganancia como tal, pues estamos ante una defensa y, después, ante una recuperación del honor. O sea, Coriolano sube a los altares, luego cae cuando rehúsa defender las causas del pueblo llano, y pacta con los volscos para vivificar su cólera innata.

En términos generales, la adaptación de Juan Asperilla y Antonio Simón es favorable a nuestra época. No podemos más que escuchar resonancias muy cercanas. Además de que la actualización que se produce con la música de base electrónica de Lucas Ariel Vallejos y, sobre todo, el vestuario de Ana Llena (los trajes rojos en los cónsules se portan con elegancia militar, mientras que ellas lucen vestidos que producen atracción) favorecen la factura.

Coriolano

Dirección: Antonio Simón

Traducción: Juan Asperilla

Adaptación: Juan Asperilla y Antonio Simón

Reparto: Roberto Enríquez, Carmen Conesa, Manuel Morón, Álex Barahona, Santiago Molero, Juan Díaz, María Ordóñez, Beatriz Melgares y Javier Lara

Maestro de armas: Jesús Esperanza

Diseño de escenografía: Paco Azorín

Diseño de vestuario: Ana Llena

Diseño de iluminación: Rodrigo Ortega

Música original: Lucas Ariel Vallejos

Ayudante de dirección: Marlene Michaelis

Ayudante de escenografía: Alessandro Arcangeli

Ayudante de vestuario: Tania Tajadura

Ayudante de regiduría: David Meneses

Coordinación técnica y luces: Alfredo Guijarro

Técnico de sonido: Carlos Alberto González

Maquinista: Alejandro Guijarro

Fotografía: Damián Comendador

Administración: Andrea Quevedo

Producción: Ana Guarnizo

Producción ejecutiva: Carles Roca

Coproducción: Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida y Vania

Con el apoyo de: Ministerio de Cultura e ICEC

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 8 de junio de 2025

Calificación: ♦♦♦

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