El discurso de ingreso a la Academia de la Lengua de Fernando Fernán Gómez vertebra este espectáculo algo naíf

Curioso resulta que en los últimos años varios discursos de académicos de la lengua hayan subido a escena. El más intenso y profundo de todos fue Silencio, de Juan Mayorga (al que se hace jocosa alusión en la pieza). Hace bien poco, en El sillón K, conocíamos el emitido por Carmen Conde. Y, si apuramos, algunos de los que pudieron haberse dado y que se quedaron interruptus, como el de Pardo Bazán (recordemos Emilia) o María Moliner (véase, El diccionario). En cualquier caso, Juan Carlos Pérez de la Fuente ha considerado que este texto de Fernando Fernán Gómez era digno de llevarlo a las tablas. Yo considero que es una disertación modesta, de poco fuste y bastante naíf, como el propio montaje. Cualquier remisión biográfica de consideración hubiera sido mucho más fascinante para mantener viva la evocación de esta referencia artística; sobre todo, créanme, porque si poco a poco se deja de leer en los institutos Las bicicletas son para el verano, no va a quedar más que el nombre de un teatro y, si me apuran, un vídeo viral: «¡A la mieeerdaaa!». Es lo que toca. Y afirmo esto porque si se revisa El tiempo amarillo uno hallará anécdotas fascinantes. O, qué decir de esos dos caracteres tan persuasivos que quedaron reflejados en La buena memoria, esa larga conversación con Eduardo Haro Tecglen. Pero, ante todo, nos queda ese documental de David Trueba, La silla de Fernando, donde se expelen unas visiones más controvertidas de la sociedad española (más hoy), unas auténticas lecciones de alguien con un bagaje extraordinario. Por no mentar de entrevistas con Mercedes Milá, tan seductor, o con Balvín en La clave. Es que es una lástima no percibir más que miedo, pudor y angustia en esta propuesta, en un tipo con una ironía desbordante, una inteligencia sagaz, un pensamiento anacoreta (con bañera) y un humor capaz de desbordar a los más pacatos de nuestra acomplejada nación. En fin, escuchar este deambular de la palabra y a la peripecia didáctica sobre la radio y la llegada de la televisión me resulta de lo más complaciente. Todo ello con una escritura arcaizante. Pareciera que, por momentos, habla Lázaro de Tormes: «Era yo monaguillo de la palabra cuando ya me hormigueaba la vocación de ser no sólo intérprete de ella sino sacerdote de su culto». Declamado en la sede de la RAE el 30 de enero de 2000. Hombre de dos mundos, del cine y del teatro. El gesto frente a la palabra. El silencio frente al sonido. La mudez en aquellas primeras proyecciones cinematográficas frente a la cronología dramática con todo su empaque. Y puntear diferentes subtemas como corresponde en esta clase de elocuciones, donde, además, se piensa en no abrumar al oyente, pues todo consiste en una cortesía, en una bienvenida, en un agradecimiento.
No se podrá negar la gracia de ver al interfecto asombrarse metateatralmente con ese vídeo del propio dramaturgo (el estreno fue el 30 de mayo, san Fernando) reconfigurado por alguna Inteligencia Artificial, que esta temporada nos advierte de que apaguemos el móvil. Después observaremos, ante todo, un diálogo consigo mismo y con esa musa, la Palabra, que estará encarnada por la grácil Marta Poveda. La actriz se moverá y comunicará con su habitual pujanza. Será la encargada de inspirar al artista, de animarlo y de proveerlo de una valentía que parece se le ha escurrido. Quizás tenga demasiada presencia y tape al protagonista. Será Nancho Novo quien encarne al insigne actor. Físicamente da el pego y resulta muy creíble en esos movimientos de senectud. También en la manera de hablar. No obstante, tanta taciturnidad nos termina por invadir de melancolía. Tanta queja y tanta comparación con Emilio Alarcos, el monumental lingüista, al que tuvo en suerte suceder en el sillón B. Temor propio de los cómicos, siempre vistos con desprecio en la historia. ¿Cómo enfrentarse a esas gentes de tanta sabiduría? Se percibirá anacrónico, claro, mentar a José Luis Gómez y a Mayorga, que acabarían por ser académicos también a posteriori viniendo del mundo teatral. En este sentido, parece un poco raro no mencionar a Francisco Nieva, quien sería, además, el encargado de dar respuesta al discurso. Por ello, aunque se va salpimentando el espectáculo de detalles, de intercambios afables (cómo le ajusta el chaqué su compañera) y curiosos. Ilustrar, en definitiva, la charla.
Por otra parte, el caos ─entendemos que es para adentrarnos en una ensoñación─ del preámbulo, con golpes de efecto continuados, se acentúa luego cuando innecesariamente la función se desparrama hacia las butacas situadas en las esquinas de las gradas. Tampoco favorece la fluidez el hecho de que el director, quien también realiza las labores de escenógrafo, haya situado distintos cachivaches por el espacio, como una figurilla de don Quijote, una pantalla de ordenador o una mesilla para los licores, pues apenas pueden los intérpretes moverse con libertad o, incluso, bailotear en algún instante. Convenientes son los muebles torcidos ante la fantasía surrealista. De todas formas, la blancura imperante sí que permite algunos juegos de luces y de sombras.
La adaptación de Raúl Losánez bien parece una labor de encargo muy ajustada a la idea principal, sin margen para discurrir por los amplios vericuetos del polifacético personaje. Le falta, por lo tanto, vuelo, pues el texto de referencia no es un tratado filosófico, y queda más en una mera semblanza, donde el firmante se cuida mucho de no revelar aspectos estrictamente privados.
Juan Carlos Pérez de la Fuente, quien hace unos meses lanzó una apuesta arriesgada con La señorita de Trevélez, en esta ocasión creo que no ha elegido el motivo adecuado para homenajear al patrón.
Texto original: Fernando Fernán Gómez
Versión/dramaturgia: Raúl Losánez
Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente
Reparto: Nancho Novo y Marta Poveda
Diseño de escenografía y vestuario: Juan Carlos Pérez de la Fuente
Diseño de iluminación: José Manuel Guerra
Espacio sonoro: Ignacio García
Ayudante de dirección: José Luis Sixto
Ayudante de escenografía: Isi Ponce
Ayudante de vestuario: Pablo Alcándara
Maquillaje y peluquería: La Kasa del Maquillaje S.L.
Fotografía: Luiscar Cuevas
Asesor de movimiento escénico: Alberto Arcos
Una producción del teatro Fernán Gómez. Centro Cultural de la Villa en colaboración con la Compañía del Figurín
Agradecimientos a la familia de Fernando Fernán Gómez
Teatro Fernán Gómez (Madrid)
Hasta el 22 de junio de 2025
Calificación: ♦♦
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