Declan Donnellan y Nick Ormerod presentan en el Teatro de la Comedia una endeble obra de un primerizo Shakespeare

Aceptemos que Declan Donnellan ha tomado, en gran medida, el consejo que Harold Bloom emitió para quien lo deseara: «los directores… harían bien en montar Los hidalgos de Verona como una farsa paródica, cuyos blancos serían los amigos veroneses del título». Muy poco se puede sacar de esta obra primeriza del bardo y, menos, si el planteamiento dramatúrgico está por debajo de quien puede calificarse como uno de los mejores directores europeos de los últimos tiempos. Siempre junto a su fiel acompañante, el escenógrafo Nick Ormerod, quien firma la ¿escenografía?, que consiste en un panel situado en el centro, apenas empleado como pantalla en el último acto, y que funciona como separación espacio-temporal excesivamente simple. Convengamos que, si hubieran sido otros, quienes hubieran realizado este dispositivo se los habría juzgado con severidad.
El aliciente, una vez entendido que la trama será un consabido enredo sin demasiada enjundia, estará en el buen hacer de su elenco, que mayoritariamente ya participó en la exitosa adaptación de La vida es sueño. Nuevamente Goizalde Núñez sobresale en su encarnación de varios papeles accesorios que terminan por ilusionar al respetable. Ella está estupenda. Es, en sí misma, una rareza interpretativa, pues tiene cariz juvenil, sarcasmo maduro y una vis cómica entrañable para bufonear con encanto sobresaliente. Su entremés, propio de un bululú, rompe con la cuarta pared. Es, como corresponde, un poco tontorrón; pero hace gracia. Sobre todo, porque tendrá su reiteración posterior, capaz de opacar el declive de los dos caballeretes. Por lo tanto, primero la tenemos como Lucetta, una sirvienta aguda e inteligente que demuestra con su servicio que su dueña anda descabalada. La tal Julia, que nos deja a una Irene Serrano tan eficaz como siempre y con brío magnífico en los gestos. Ante todo ─continúo con Nuñez─, su Lanza, sirviente de Proteo, posee su momento espléndido en la escena III del segundo acto. Aquí asistimos a una innovación. Perro Crab como tal no habrá, sino, más bien, peluche robotizado. Mientras el personaje ironiza y parlotea chispeantemente con nosotros. Rematará su actuación, para deleite del personal, casi en el desenlace.
Ahora, ¿qué hacer con el resto? Pues acomodarnos a un entresijo tantas veces observado; pero con una resolución caótica que parece insistir en la comicidad que haga disfrutar al público. Al inicio, la historia la pone en marcha Valentín que, en su inmadurez, desea viajar hasta Milán para labrarse un futuro y contar con algunas aventuras, amorosas, se entiende. Por eso, Manuel Moya va ganando en apostura hasta que halla a Silvia, que nos deja a una Rebeca Matellán, repleta de elegancia y soberbia. Esta es hija del duque de Milán, que lo acoge un Jorge Basanta entre irónico y gimnástico. Le ha buscado un pretendiente, un tal Turio, que Alberto Gómez Taboada encarna con aire verosímil de segundón. Por otra parte, el otro hidalgo, Proteo, nos va a dejar a un compadre bien veleta, que también tiene sus veleidades eróticas. Alfredo Noval, en distintas ocasiones, se apodera de la función. Impone sus habilidades actorales y hasta la emprende con el karaoke. Este andaba enfrascado con la susodicha Julia, desesperada al principio y, luego, empoderada con más sentido que el resto. El caso es que veremos la amistad traicionada de los dos jóvenes, mientras el asunto se envara con unos vericuetos en el bosque entre bandidos y otros especímenes. La conclusión, claro, es el esperada. Se nos lleva a la risa e, incluso, a la carcajada, elementos necesarios para que un argumento tan endeble pase desapercibido en la memoria.
Podemos considerar que la maestría de Donnellan se muestra en el manejo orgánico del grupo, con la presencia de intérpretes que se sitúan como testigos más allá de la acción que se desempeña. La fluidez da mucha estabilidad al espectáculo y en esto no debe haber queja. No obstante, insisto, si hablamos de un ansiado teatro de primer nivel debemos ser rigurosos en la recepción y no caer en ese vicio tan español de valorar todo lo de fuera como extraordinario. Dejémoslo esta vez, como sencillamente correcto.
Autor: William Shakespeare
Dirección: Declan Donnellan
Adaptación dramaturgia, diseño de escenografía y vestuario: Nick Ormerod
Reparto: Jorge Basanta, Prince Ezeanyim, Alberto Gómez Taboada, Rebeca Matellán, Manuel Moya, Alfredo Noval, Goizalde Núñez, Antonio Prieto e Irene Serrano
Traducción, asesoría de dramaturgia y ayudante de dirección: Josete Corral
Diseño de iluminación: Ganecha Gil
Diseño de vídeo: Celeste Carrasco
Diseño de sonido: Sandra Vicente
Diseño de sonido: Kevin Dornan
Música original: Marc Álvarez
Movimiento y coreografía: Amaya Galeote
Producción ejecutiva: Elisa Fernández
Intérprete: Juan Ollero
Ayudante de escenografía: Sira González
Ayudante de iluminación: Javier Hernández
Ayudante de vestuario: Elena Colmenar
Dirección de producción: Miguel Cuerdo
Distribución: Julio Municio
Producción: Compañía Nacional de Teatro Clásico, LAZONA y Cheek by Jowl en colaboración con la Comunidad Autónoma de Madrid, el Teatro Palacio Valdés y Magalia Castillo Palacio
Teatro de la Comedia (Madrid)
Hasta el 1 de junio de 2025
Calificación: ♦♦
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