La música

La obra de Marguerite Duras decae en taciturnidad en este montaje ideado por Magüi Mira en el Teatro Infanta Isabel

Por lo visto, antes de ser una obra de teatro, La música fue un encargo para la televisión. Luego ya subió a las tablas en 1965 y se adaptó al cine, al año siguiente, con dirección de la propia Marguerite Duras y la compañía de Paul Seban. Ciertamente es mejor no tomarla de referencia; porque el enfoque es muy distinto al que encontramos en el Infanta Isabel. La dramaturga había imaginado el encuentro de una pareja de treintañeros que vuelven a verse tras dos años para resolver unos asuntos de su divorcio. Magüi Mira ha decidido darle un giro y situarnos dos individuos maduros. Este hecho, efectivamente, trastoca toda la propuesta; pues el bagaje de cada uno es totalmente diferente.

Nos hallamos en un hotel, a las afueras de París, suena la zarabanda de Haendel. Curt Allen y Leticia Gañán han ideado, en verde melancólico, una habitación de aspecto taciturno, pero de potencia vertical. Madera con molduras y un sugerente ventanal, grande, que insiste en la atmósfera decadente. La iluminación de José Manuel Guerra acompaña con coherencia, aunque en algunos momentos resulta excesiva y se pierde el misterio.

Se descubren en este montaje toda una serie de desconexiones. Puede que algunos espectadores encuentren verdadera compatibilidad entre estos dos actores. Me cuesta mucho ver a dos ex amantes. Quizás las obras que han sondeado este tema han determinado nuestra mirada hacia situaciones más extremas e, incluso, agónicas. Podemos percibir el planteamiento de Duras dentro del marchamo de la nouvelle vague. El amor y sus tragos amargos se sondearon mucho en aquellos sesenta y setenta. Es cierto que ese aire de intelectualidad, de voz interior que no brota, de exquisitez en las formas, una finura que no parece inducir a la agresividad libidinosa, la observamos en Eric Rohmer o Truffaut, entre otros. Es verdad que en el cine francés la cuestión amorosa ha desembocado en un ambiente muy diverso. Véase, por ejemplo, la filmografía de Gaspar Noé con Irreversible o Love. Pero es que en el teatro ha resultado muy significativa ─y también es francesa─ La clausura del amor, de Pascal Rambert. Podríamos decir que el paradigma es otro. Que la acción va por otro camino y que la perspectiva de esta escritora y, sobre todo, de Magüi Mira, se torna bastante acartonada. Así ocurría, de modo similar, en Escenas de la vida conyugal, que tanto éxito ha cosechado.

Si la novelista conjeturó ─según reveló─ sobre un hombre con los rescoldos incandescentes, procurando mantener su posición varonil y no descomponerse; lo que ocurre delante de nosotros es que Darío Grandinetti, como ha hecho tantas veces en las películas, se planta, adquiere esa gestualidad con las manos de dominio y esboza una sonrisa que inevitablemente expele ironía. Ahí hay un tipo de más de sesenta que se las conoce todas, que sabe jugar las cartas, que tiene nociones sobre hasta dónde se puede arriesgar. No es un pavo. Y es que, al inicio, nos ha dejado escuchar una conversación con su actual pareja a través del teléfono. Es un arquitecto que tiene dos proyectos en ciernes. No hay más que una redundancia en una nostalgia sobre lo que pudo haber sido.

Resulta llamativo, entonces, que la directora plantee ─como ha esbozado en alguna entrevista─ el caso como un conflicto irresoluble entre amor y sexo. Desde luego, el erotismo no cuaja sobre el escenario; puesto que apenas nos quedamos en un atisbo de acercamiento pasional. Queda bastante pacato y no se va al fondo de la carnalidad. En este sentido, Ana Duato se mantiene en su sitio, bastante fría. Se va a volver a casar y parece rehecha emocionalmente. Se dedicará con algo de sobriedad a repasar sus aventurillas, esas que nos suenan tan afrancesadas, tan bourgeois: «Ya sabes, es tan terrible ser infiel por primera vez…».

En fin, qué podemos pensar de estas personas que se refieren a ese «infierno» de los últimos meses, aunque deambulan con parsimonia por un diálogo que no sondea terrenos suficientemente escabrosos. Y eso que él, Michel, recuerda sus celos y cómo la seguía, y cómo, incluso, quiso matarla. No obstante, se expresa sin rencor, sin violencia, como una manera de trasladar algo de angustia. Pero, insisto, no se va más allá.

El espectáculo es breve, y creo que no ha logrado su cometido más que en brevísimos instantes; cuando la añoranza de las buenas vivencias permea en el rostro.

La música

Directora: Magüi Mira

Versión: Magüi Mira

Reparto: Ana Duato y Darío Grandinetti

Diseño de escenografía: Curt Allen y Leticia Gañán (Estudio Dedos Aaee)

Diseño de iluminación: José Manuel Guerra

Diseño de vestuario: Gabriela Salaverri

Fotógrafo: Sergio Parra

Producción: José Velasco

Teatro Infanta Isabel (Madrid)

Hasta el 13 de abril de 2025

Calificación: ♦♦

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