1936

La guerra civil española despliega toda su controversia en escena a través de un espectáculo apabullante de teatro-documento

1936 - Foto de Bárbara Sánchez Palomero
Foto de Bárbara Sánchez Palomero

El tercer shock comandado por Andrés Lima, tras el I, de 2019, y el II, de 2021, nos deja una mirada lógicamente sesgada ─como debe proceder el arte─, sin insolencia, ni soberbia, ni panfletismo. Popular, aunque no populista. Situarse del lado los perdedores, implica laminar muchos de los desafueros de estos, que aquí se muestran poco. Paracuellos no acontece, y, por ejemplo, a Largo Caballero no se le escuchan barbaridades antidemocráticas como: «Hay que apoderarse del poder político, pero la revolución se hace violentamente: luchando y no con discursos». Sí que asistimos a una escena, donde el terrateniente de turno va a ser desalojado a la fuerza por las masas revolucionarias, momento que se aprovecha para el lanzamiento de consignas de empoderamiento femenino y el amor libre. Amén de consignar asesinatos de curas y de monjas perpetrados por las hordas rojas. La cuestión es que, quien emite tales iniquidades, es un militar, Queipo de Llano, quien toma enseguida la palabra para que circulemos sobre los primeros pasos del golpe de estado. De nuevo, Antonio Durán «Morris» impone su capacidad para expresar maldad e inquina.

Convengamos en que uno de los principales atractivos del montaje es la inclusión del Coro de Jóvenes de Madrid. Gran idea. Una veintena de muchachos y muchachas que pululan con sus ropas corrientes por todo el espacio. Igual valen de disciplinados atletas en ese paralelo riefenstahliano entre la Olimpiada Popular en Barcelona, que no pudo ser, y el rictus de Hitler en el estadio berlinés en ese mismo año; como igual se transforman en pelotón y en fusilados. O llanamente en ráfaga juvenil del presente, en futuro consciente de un pasado tenebroso que va a acontecer delante de nosotros. Y, por supuesto, para que sus voces, desde ahí dentro, lancen los himnos más célebres, desde La Internacional hasta el Cara el sol, recién salido del horno falangista, y alentando A las barricadas. Ante todo, me ha fascinado la escena en esa larga mesa, como si estuviéramos en una taberna o, directamente, en Los miserables, con todos los personajes y estos cantores, en pleno combate dialéctico, con todos los clamores, con todas las acusaciones y las sentencias puestas en ebullición. Las emociones se ponen al servicio de un proyecto repleto de clímax; aunque también con algunos bajones para un espectáculo que aspira a obra maestra. Véase a ese trasunto nonagenario de 1936, encarnado por Natalia Hernández, que me sobra bastante. Para una función que supera las cuatro horas, un entremés está de más. Quizás, otros elementos, derivan en caos innecesario (para una guerra en sí caótica) como fingir un simulacro de ataque sobre el teatro para que el público termine sobre las tablas. Y, por zanjar las pegas, el seguimiento de ese diario escrito por la adolescente Pilar Duaygües en la capital catalana. A muchos espectadores les puede resonar la recreación de Celia en la revolución, de Elena Fortún que transcurrió en esa misma sala y que poseía más enjundia narrativa.

El teatro-documento se crea no solo con arengas eminentes, sino con imágenes, fotos y vídeos que nos conmueven y nos impactan. La destrucción nos envuelve como el sonido de las bombas y de los disparos. El movimiento escénico se desenvuelve, igualmente, como una turbina en ese coso al que nos aproximamos muy adentrados, atentos al vaivén de los acontecimientos. Todos los hitos fundamentales tienen cabida. La defensa de Madrid («¡No pasarán!») con Guillermo Toledo controlando su nerviosismo para redondear un General Miaja valeroso. Frente a él, Vicente Rojo, el teniente coronel, que interpreta con mucha pericia y prudencia Alba Flores. Después, ya en la Batalla del Ebro, cobrará todavía aún más vigor. La misma actriz tendrá unos instantes de garra imperante con La Pasionaria. Ciertamente, ver pasear a esos personajes tan icónicos es en sí fascinante. Resulta acongojante el José Antonio Primo de Rivera que enseñorea Blanca Portillo, quien pone todo su arrojo interpretativo al máximo. De hecho, la vemos inmiscuida en una de esas reuniones secretas con José Calvo Sotelo en una retrospección muy interesante para la vertebración de la dramaturgia. Todas esas tretas de los meses previos, entre aristócratas, y literatos como Ramiro de Maeztu, mientras reclaman la presencia de Juan March (recordemos cómo se plasmó la temporada anterior la biografía de ese avieso banquero).

A veces, el extenso espectáculo se agolpa con datos, con números fríos y tremendos; sin embargo, rápidamente regresan los destellos de la inteligencia, de esa oratoria que resuena como un hálito agónico. Por ahí, María Morales emociona en ese trance transformista que va de Azaña, en su taciturnidad, a Clara Campoamor en su obcecación incuestionable en pos del voto femenino (y muchos temas más). También, cuando Paco Ochoa se inviste de George Orwell y nos recuerda esas peleas en el frente popular entre comunistas y anarquistas. Lo teatral coge esos modos de la ficción que nos concitan intelectualmente. Verdaderamente, las interpretaciones están perfiladas con mucha delicadeza; porque si Juan Vinuesa no hubiera medido con excelencia la figura ridícula del Caudillo, la caricatura hubiera echado al traste al malhechor.

Hay estadísticas, documentos, listas de historiadores, vestigios, arqueología… Y hasta una bandera republicana gigante que cubre una de esos cientos de fosas aún sin excavar. Y sí, falta eso y aquello, y lo de más allá, por supuesto; pero esto es una obra de teatro, y es noble, cuando las gentes que lo han pergeñado (Albert Boronat, Juan Cavestany, Andrés Lima y Juan Mayorga) tienen sus propias huellas, sus ineludibles ideologías, vinculadas, principalmente, al ala izquierda (con sus extremos, incluidos); y su elenco, también se ha significado políticamente y hasta de manera abrupta; aunque hay esfuerzo por contextualizar, por no obviar demasiado lo que no encaja en el relato de buenos y malos. Es responsabilidad del espectador, y sobre todo con una propuesta así, que tanto nos atañe que como españoles, rellenar los huecos, indagar en los nexos causales más controvertidos y en decidir qué postura adopta, cuando eso que llaman, de manera tan soflamística, guerracivilismo, comprendan que, ante todo, se perdió la razón.

1936

Texto: Albert Boronat, Juan Cavestany, Andrés Lima y Juan Mayorga

Dramaturgia: Albert Boronat y Andrés Lima

Dirección: Andrés Lima

Reparto: Antonio Durán «Morris», Alba Flores, Natalia Hernández, María Morales, Paco Ochoa, Blanca Portillo, Guillermo Toledo, Juan Vinuesa y Coro de Jóvenes de Madrid

Escenografía y vestuario: Beatriz San Juan

Iluminación: Pedro Yagüe

Videocreación: Miquel Àngel Raió

Composición musical: Jaume Manresa

Espacio sonoro: Kike Mingo

Caracterización: Cécile Kretschmar

Documentista: Llorenç Ramis Garcia

Ayudante de dirección: Laura Ortega

Ayudante de escenografía: Arantxa Melero

Ayudante de vestuario: Berta Navas

Ayudante de iluminación: Marina Palazuelos

Ayudante de vídeo creación: Gonzalo Bernal

Comunicación Check In Producciones: Pepe Iglesias

Ayudante de producción Check In Producciones: Mayte Barrera

Diseño cartel: Emilio Lorente

Tráiler y fotografía: Bárbara Sánchez Palomero

Productor Check In Producciones: Joseba Gil

Producción: Centro Dramático Nacional, Check In Producciones y El Terrat.

Colaboración: Asuntos Culturales, Teatre L`Artesà y Teatro de La Abadía

Coro de Jóvenes de Madrid: Inés Alonso, Carolina Álvarez, Julia Avisbal, Irene Bello, David Blanco, Marcos Carvajal, Antonio Carlos Civantos, Agata Czaplicka, Marina Díaz, Eva Fernández, Sandra Fernández, Madeleine Fleming, Christian Galán, Raquel Gamella, Luis García, Alejandra Gascueña, Elena Gaubeka, Clara González, Arian Kazemi, Luar Lijó, Eugenia Martínez, Lucía Muñoz, Marta Olmeda, Pablo Pérez, Clara Pinos, Javier Pla, Lucía De Prado, Miguel Reviriego, Ignacio Risueño, María Rocano, Javier Sastre, Carla Tejedor, Guillermo G. Trueba, Sebastián Velayos y Carmen Villa.

Han colaborado con textos en la dramaturgia: Verónica Serrada, Francisco Espinosa, Paul Preston y los diarios de Pilar Duaygües.

Agradecemos su colaboración en el movimiento del coro a Marcos Morau.

Agradecemos la inspiración durante los talleres y el proceso de creación a Ángel Viñas, Tania Balló, Julián Casanova, Juan Pablo de Juan, Nick Powell, Miguel Hernández, George Orwell, Chaves Nogales, Nicolás Sánchez-Albornoz, Emilio Silva, Emilio Gutiérrez Caba, Mario Gas, Ramón Barea, Juan Codina, Eduard Fernández, Alberto San Juan, Alex Lee, José Andrés Rojo, Miguel Garau, Mirta Núñez, Ángela Bravo, Alfonso Domingo, Diana Fernández Irusta, Antoine Giménez, Carmen Conde y Concha Méndez.

Teatro Valle-Inclán (Madrid)

Hasta el 26 de enero de 2025

Calificación: ♦♦♦♦

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3 comentarios en “1936

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