Xavier Albertí propone con Miguel Rellán una adaptación excesivamente austera de la crónica firmada por Chaves Nogales
Si nos fijamos en los «solos» que está poniendo en marcha Xavier Albertí, debemos considerar que, más allá de los textos ─y los tres anteriores a los que me voy a referir son brillantes─, ante todo, se exprimen con unos actores tan sobresalientes (Rubén de Eguía, Pedro Casablanc, y Pere Arquillué). Cuesta afirmarlo, sin embargo, no creo que Miguel Rellán esté a la altura. Su vocalización no es precisa, no se paladean las palabras, se trastabillan. Su cuerpo de ochenta y un años, desgarbado, subido a esos tacones no posee los modos de un flamenco. Un bailaor muere sin perder la apostura, la colocación de los brazos, el acomodo de las rodillas. Si en las tres obras precedentes, magníficas, la obra de Conejero (En mitad de tanto fuego), la de Gómez de la Serna (Don Ramón María del Valle-Inclán) y la de Josep Maria Miró (El cuerpo más bonito que se habrá encontrado nunca en este lugar) poseían internamente toda una serie de signos retóricos y narrativos muy peculiares y diferenciadores, el estilo periodístico de Chaves Nogales no es precisamente preciosista. Resulta un tanto seco, un tanto expeditivo, a veces, bastante repetitivo. Aunque lo que cuenta merece la pena ser contando; porque este personaje requiere darse a conocer, es una rareza. No obstante, por mucho que se haya explotado la no ficción en la novela en los últimos tiempos, apenas se puede defender literariamente. No deja de ser una crónica recreada.
La escenografía, una plataforma circular, no supone tampoco demasiado más allá de algunos efectos lumínicos propuestos por Juan Gómez Cornejo. Allí se aposenta un tal Juan Martínez, nacido en Burgos, en 1896, pero madrileño de pura cepa, de la calle Leganitos, que, pasadas muchas peripecias, terminó en Nueva York, donde murió en 1961. Los avatares de su periplo ruso nos los transcribe el periodista Manuel Chaves Nogales, que había nacido en Sevilla en 1897, y que falleció en 1947 en Londres, adonde había llegado huyendo de los nazis. Un «pequeñoburgués liberal», desencantado con el mal vivir de los obreros en Moscú e igualmente con el eximio beneficio de los italianos con el fascismo. Nos dejó unos relatos sobre nuestra guerra civil en el apabullante A sangre y fuego. Ya Alfonso Lara había llevado con buen tino esta historia que nos compete en su espectáculo No me olvides.
El montaje es gélido. Apenas un leve gesto y un discurso monótono en demasía. Todo podría tener más gracia, puesto que algunas anécdotas son tan patéticas y rocambolescas que solo queda reírse. El actor nos había dejado su buen hacer en otro monólogo hace ya unos años sobre el Novecento, de Alessandro Baricco. El bailarín se había embarcado en 1914 (cuarenta días antes de que empezara la Gran Guerra) hacia Constantinopla. Se marchó con la Sole, su mujer. Debemos reconocer que la menta poquísimo, que emplea muy de vez en cuando el ‘nosotros’ y que, en muchas ocasiones, no se sabe si está solo o con ella. De esta artista descubriremos que se dejó seducir por el barón Stettin, un alemán empeñado en que tenía ante ellos a unos espías. Muy poco más.
Desde luego, lo más interesante del relato es contemplar desde el interior de Rusia, adonde se dirigieron, cómo irrumpió la revolución de 1917. Se verá nuestro protagonista atenazado por las guerras europeas, sobreviviendo como un auténtico pícaro español, con sus cantes y sus bailes, y capaz de investirse como buen hipócrita sin ceder en su nobleza. Los blancos contra los rojos en un toma y daca insoportable. Pivotando con Ucrania para derivarnos por situaciones esperpénticas y momentos que, en escena, no poseen la demora tétrica que requerirían. Me refiero, por ejemplo, al «negocio» de las dos Checas en Kiev, donde el japonés Masakita iba a ejercer de verdugo, cuando necesitaba pasta.
Kafkiano en demasía. Con la burocracia, los consulados y las tretas del Sindicato de Artistas. La supervivencia de nuestro antihéroe se antoja inverosímil. Lo que sí debemos creer es el hambre que pasaron. La inanición llevó a la muerte a muchos compañeros de fatigas. No parece de recibo, insisto, que el personaje monologue monolítico, siquiera para significarnos el rugido de su estómago.
Finalmente, reconozcamos que esta breve función lanza algún destello de la retranca que atesora Miguel Rellán. Quien tuvo retuvo; aunque, a veces, se fuerza tanto el esencialismo que el resultado es la nimiedad.
El maestro Juan Martínez que estaba allí
Texto: Manuel Chaves Nogales
Adaptación y dirección: Xavier Albertí
Reparto: Miguel Rellán
Audioescena: Orestes Gas
Iluminación: Juan Gómez Cornejo
Diseño audiovisual: David González
Vestuario: Elda Noriega
Diseño gráfico y fotografías: Javier Naval
Dirección de producción: Nadia Corral
Producción: Octubre Producciones
Distribución: ConTablas Distribución
Teatro de La Abadía (Madrid)
Hasta el 22 de diciembre de 2024
Calificación: ♦
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justo la acabo de ver esta tarde. También me ha parecido algo plana. Tampoco sé si el texto da de sí para algo mejor, no lo he leído y, al fin y al cabo, es una crónica no como el de Conejero que es todo pasión.
¿No habras visto Dura dita dura, en El festival de otoño? No he visto tu crítica.
Un saludo
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Hola, Concha:
La de Dura Dita Dura me la perdí. Es imposible llegar a todo; aunque lo intento.
Un saludo.
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