El texto de Jordi Casanovas y Marc Angelet elaboran una comedia burguesa convencional donde apenas se inmiscuyen por vericuetos complejos
El problema fundamental de los conspiranoicos es que van abrazando teorías peregrinas hasta que estas implican cambios en su modo de comportamiento, en su alimentación, en el uso de la tecnología o en el cambio de su voto hasta llegar a un atisbo de locura: la evidente paranoia que consiste en pensar que toda la realidad es un complot. El tema da para muchísimo; porque el asunto se ha sofisticado de una manera inasumible hasta el punto de que nuestras más sensatas creencias pueden quebrarse. De eso trata, en alguna medida, la posmodernidad, en poner en solfa todo un sistema de «verdades». La ciencia se ha impuesto como lenguaje (lo que digan los «expertos») y ese mismo lenguaje vale para concretar las seudociencias. Es imposible librarse de algún engaño, por mucho que uno quiera acogerse a las tan traídas «evidencias». ¿Se penetra en este entresijo en esta obra titulada Conspiranoia? Tajantemente, no. La mera excusa del terraplanismo apenas alcanza para establecer el esquema ultrarrepetido de las comedias burguesas contemporáneas. Ya saben la situación. Unos cuantos amigos o unas parejas quedan para cenar y ahí comienza el desvelamiento de sus extravíos, de sus pequeñas tropelías y de esos secretillos que al público le hacen carcajearse (muy poco en este montaje).
Nos encontramos en una casa de pueblo, muy estilosamente decorada (las plantas lo inundan todo) por su dueña, una interiorista que se ha escorado tanto en su sospecha sobre la realidad que ha abrazado la idea de que La Tierra no es una esfera. Si alguno este verano ha escuchado el debate entre conspiranoicos y científicos en el podcast The Wild Project, entenderá que la cuestión se ha ido de madre mucho más de lo previsible. Nada farragoso entra en escena. Puesto que los dramaturgos renuncian denodadamente a escarbar en los límites de sus criaturas. La veta thriller explorada por Jordi Casanovas en Idiota está aquí ausente y los conflictos morales de cierta enjundia que Marc Angelet (junto con Cristina Clemente) perfiló en Laponia o en Una terapia integral se suavizan en demasía en esta ocasión.
Tres amigos han preparado una «intervención», es decir, un encuentro sorpresivo para convencer, mediante un ritual psicoterapéutico, a esta pobre incrédula, que está cayendo en las garras de los más ignorantes del mundo. Que Natalia Millán aparezca por allí para mostrarse con esa elegancia que la caracteriza y esa sonrisa tan amable que suele esbozar para no poner el más mínimo impedimento es todo un hándicap. Las réplicas ante los argumentos de sus compañeros abundan en falacias que no se desarrollan para que el respetable sienta alguna inquietud intelectual. O sea, la obra cambia de rumbo en seguida y se abandona incoherentemente ese embate. Es ahí cuando detectamos que la horma será estrecha y que seremos encerrados en ese armazón indeleble en la comedia burguesa de las últimas décadas (no quiero irme más atrás), donde cada personaje de ese acontecimiento recibe su «merecido», como un rebote inesperado. En fin, La cena de los idiotas; pero sin tanta peculiaridad humorística. Lo último que hemos contemplado así por estos lares ha sido Animales de compañía, de Estel Solé
Entonces, la clave está en escudriñar a los otros componentes del grupo. Desde luego, pienso que el Roger, interpretado por Luis Merlo, carece de verosimilitud. Cuesta aceptar que sea un locutor estrella de un programa de radio. El actor se emplea con sus habituales entonaciones trastabilladas y con un amaneramiento muy suyo que no encaja en el papel. No se manifiesta con liderazgo ni apostura frente a su mujer y sus amigos, por mucho que se nos quiera insistir con que es meticuloso y controlador (sus dos vicios a solventar). De modo muy distinto se muestra Clara Sanchis interpretando a una geóloga, encantada por sus éxitos profesionales, pero decaída en cuanto que no consigue superar su separación. La actriz impone su carácter y logra una tensión en escena muy gratificante, cuando esputa sus razones de científica para desmontar la ocurrencia terraplanista. Sin embargo, a Juanan Lumbreras vuelven a exigirle que recree su rol de una manera a la que nos tiene demasiado acostumbrados. Yo creo que es un intérprete más versátil, como ha demostrado en otras ocasiones; no obstante, su comicidad resulta repetitiva. Hace de novelista y profesor universitario, y debemos creernos que es un abusador, y que aplica su poder para ligarse a jovencitos. El tema podría ser escabroso; aunque no se le penaliza moralmente demasiado para lo que está ocurriendo últimamente. Pecadillos veniales. Por momentos es graciosillo.
Y así pasamos el rato, sin risotadas; mientras brotan las verdades y los grupos de WhatsApp ocultos, donde unos y otros se critican. No pasa nada, pues ya sabemos que triunfará el amor y la amistad, y que, tras la confesión, llegará la penitencia con algo de vergüenza. Y, luego, el perdón de unos y otros. Todos somos humanos. En definitiva, muy poco riesgo, mucho convencionalismo y un espectáculo que apenas rasca en asuntos de más calado.
Autoría: Jordi Casanovas y Marc Angelet
Dirección: Marc Angelet
Reparto: Luis Merlo, Natalia Millán, Juanan Lumbreras y Clara Sanchis
Ayudante de dirección: Beatriz Bonet
Diseño de escenografía: Jose Novoa
Diseño de iluminación: Sylvia Kuchinow
Diseño de vestuario: Mario Pinillla
Diseño de sonido: Ángel Puertas
Producción: Carlos Larrañaga
Ayudante de producción: Beatriz Díaz
Dirección técnica: David González
Construcción de escenografía: Jorba-Miró
Prensa: La Cultura a Escena – Ángel Galán
Diseño gráfico: Hawork Studio – Alberto Valle y Raquel Lobo
Fotografía de cartel: Juan Carlos Arévalo
Vídeo y fotografía de escena: Nacho Peña
Gerencia y regiduría: Sabela Alvarado
Teatro Alcázar (Madrid)
Hasta el 13 de octubre de 2024
Calificación: ♦
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Un comentario en “Conspiranoia”