Dan Jemmett nos entrega en el Teatro Valle-Inclán una propuesta insoportable a través de Fassbinder y Heiner Müller

Vuelta y revuelta al consabido mecanismo del teatro dentro del teatro. Otra vez una de esas obras que ya no epatan ni a los exquisitos teatreros. Ni siquiera se logra en esta ocasión la imbricación entre las obras puestas en marcha. La multiplicación queda en división. Si se pretendía colar en la emulación de un film setentero un clásico del siglo XX, sobre una del XVIII, para lograr una tercera performance, lo cierto es que nos quedamos a medias de muchas cosas. Cuando menos, el espectador saldrá desconcertado; aunque, seguramente, muchos huirán infectados por el tedio. El propio dramaturgo, un Müller sin enjundia, interpretado en la segunda parte por Clemente García, después de deambular y de soltarnos unos chistes inenarrables, antiteatrales y heladores (¡a qué viene esa boutade!) nos pregunta, antes de suicidarse en el cuarto de baño (esto lo descubriremos al finalizar. Disculpen; pero en una función así no es nada del otro mundo), si nos habremos aburrido. No lo dude. Pues más allá de que alguien esté por la labor de desempolvar aquellos conceptos y fundamentos setenteros, y de concederle a nuestro director toda una serie de claves exegéticas, el planteamiento ronda la catástrofe.
Dan Jemmett frecuenta nuestro país con asiduidad. En los últimos años, nos ha entregado varios proyectos, recordemos Nekrassov o Shake; no obstante, la obra que merece la pena rememorar es El café, que se representó en 2013 en el Teatro de La Abadía, sobre aquella película del propio Fassbinder que realizó a partir de la comedia de Goldoni. Recuerdo que poseía todos esos elementos procaces tal habituales en el creador germano. Entonces es cuando hallamos aquí una combinación que, en cierta medida, debería aspirar a algo similar. Otra vez esa crítica al decadentismo socialdemócrata a través del distanciamiento. Atravesar a todos y cada uno de los personajes con la superficialidad lujuriosa, del retozo ya desencantado, cuando el placer se evade o se acoge al puro sexo.
De lo que partimos es de Atención a esa prostituta tan querida (1971), una de las cintas más flojas y mediocres del cineasta alemán. Una inconsecuencia tremenda rodada en España, donde, en gran medida, se autocritica paródicamente, con aquello de que está grabando un film sobre la brutalidad (Patria o muerte, se titula). Además de salir por ahí él mismo, su alter ego es Jeff, aquel rubio Lou Castel, que no para de dar gritos de manera tremendamente insolente, mientras pide cubalibres ─bebida que, necesariamente, debemos tomar con cierto simbolismo─. Realmente no ocurre nada: emborracharse, follar de vez en cuando, esperar (mucho) e intentar conseguir pasta para la producción. Quedémonos con frases como: «Uno no se da cuenta de lo malditamente burgués que es…» o aquella frase de Thomas Mann con la que termina: «Y te digo, a menudo estoy muerto de cansancio de representar la naturaleza humana, sin participar de la naturaleza humana». Ahí tienen, si quieren, la clave: una deshumanización escenificada para que nos muramos de aburrimiento.
Adán Torres nos ha montado el bar melancólico de turno, con gusto, con detallismo y con unas enormes puertas que nos avanzarán la «sorpresa» en el desenlace. La iluminación de Felipe Ramos es quizás de lo mejor del espectáculo. Nos adentra en una tribulación verdosa muy sagaz. Bien, pues por ahí va a irrumpir Julia Piera, que es una actriz que destacó mucho en Valor, agravio y mujer, para encarnarse en ese estrafalario dictadorzuelo, en una repetición cínica, que no permite a la intérprete crecer en ese rol. El resto va desfilando con algo así como con el personaje impuesto de lo que veremos después. Pura caricatura. Una ridiculez. Con José Luis Alcobendas en plan cowboy inverosímil. Una Valérie Crouzet patética. Un Nico Romero descompuesto en su gestualidad. Y una Violeta Linde sin matices. Si lo que se buscaba era su vaciamiento, entonces, conseguido. ¿Ahora, qué hacemos con estos tipos? Por su parte, David Luque, hace de Corvinian, un ayudante de dirección, que se queda para servir copas. Al menos, en ese enredo de la baja autoestima, podemos conectar con algo de realismo. El tiempo se agosta hasta la extenuación, mientras, de vez en cuando, meten alguna moneda en la jukebox para que suene un tema.
Traigamos a colación que Tomaz Pandur nos ofreció una propuesta muy sugestiva (Barroco) de este texto de Müller, alimentada por su original, Las amistades peligrosas, con unos portentosos Asier Etxeandía y Blanca Portillo. Aquí el travestismo queda para que las pelucas estrambóticas sean graciosas. Los intercambios de papel entre Merteuil y Valmont, multiplicándose, estableciendo su juego de seducción diabólica se deshilachan sin remisión. No tenemos una obra, solo unas líneas, unos cuantos diálogos, mientras el trasunto del director se pasea. Es un desastre que no podemos compactar con lo anterior. Uno ya se tiene que quedar con la idea de que, a pesar del peñazo, mejor hubiera sido tirar hasta el final con la concepción inicial, como en la película, con la mera insinuación de lo que deberían hacer.
Esto de Jemmett pretende devolvernos a esa estética experimental de los años setenta; pero sin su radicalidad. Los gatos mueren como las personas es un desasosiego nihilista y bastante relamido. Un ejemplo más de que el mundo de la farándula ya era bastante snob; aunque se vieran impulsados por su izquierdismo irredento.
Los gatos mueren como las personas
Dramaturgia y dirección: Dan Jemmett
Reparto: José Luis Alcobendas, Valérie Crouzet, Clemente García, Violeta Linde, David Luque, Julia Piera y Nico Romero
Dramaturgista: Brenda Escobedo
Escenografía: Adán Torres
Iluminación: Felipe Ramos
Vestuario: Vanessa Actif
Caracterización: Johny Dean
Espacio sonoro y vídeo: Christopher Knighton
Ayudante de dirección: María Caudevilla
Ayudante de escenografía: Esteban Lazo
Ayudante de iluminación: Edgar Calot
Ayudante de vestuario: Sandra Espinosa
Producción: Centro Dramático Nacional
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 23 de junio de 2024
Calificación: ♦
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