Aitana Sánchez-Gijón realiza una interpretación asfixiante en este drama de Florian Zeller

La impronta procede de la versión de El padre que se está realizando en el Teatro Bellas Artes. Aquella es la obra más célebre de Florian Zeller, sobre todo por la película encabezada por Anthony Hopkins. La madre también tuvo su relevancia, cuando la interpretó Isabelle Huppert. Y aunque esta obra de la trilogía, que se completa con El hijo, es la primera y data de 2010, ciertamente pienso que se inmiscuye en unos vericuetos psicológicos que resultan más interesantes. Principalmente a causa de que no se da tanto el enganche costumbrista. Es más, uno se mantiene en la duda, como si estuviera asistiendo a un thriller. Incluso algún espectador puede perder la paciencia; puesto que el padecimiento de la protagonista se lleva casi hasta el final.
Realmente me parece un texto muy reseñable, estructurado de una manera muy inteligente; no solo porque sea recursivo, con esas aparentes repeticiones, sino porque resulta rizomático, como si el comienzo de cada escena tuviera en cuenta la vivencia anterior de lo mismo. Es decir, esta mujer de mediana edad, que interpreta Aitana Sánchez Gijón con gran seguridad dentro de la zozobra que la atenaza, enseña las resoluciones de su cerebro como una verdad inequívoca. Con todo ese estrés encima producto de algún trauma, de alguna desgracia o de, como podemos suponer más fehacientemente, la marcha de su hijo predilecto. O sea, que el síndrome del nido vacío hace mella en una señora que, muy probablemente, arrastre otras ansiedades vitales. En cierta medida, algunos gestos de pavor y de rabia ante la angustia que siente al verse relegada nos recuerdan a su extraordinaria interpretación en la Medea que dirigió Andrés Lima.
Tampoco es posible ─ni conveniente─ especular más en el análisis sicológico. Sin embargo, parece ser que sufre de lo que en sicología se denomina atazagorafobia, o sea, miedo a ser olvidado o reemplazado. Por otra parte, no podemos obviar el hecho de que se concentran toda una serie de variables de corte existencial. Muchas madres contemplan cómo la nueva generación de mujeres en España compagina (esto es mucho afirmar) su vida laboral y de ocio (metamos ahí los símbolos necesarios y el narcisismo individualista al uso) con la maternidad (en demasiadas ocasiones atrasada hasta límites peliagudos). A mí me interesa observar a esa sufridora como a alguien que se queda fuera de juego en distintos aspectos. Que los años se le han echado encima, la menopausia, que puede sentirse menos seductora para su marido e, incluso, para otros hombres, que no percibe la admiración de otras personas de su alrededor como sí parece que lo sienten otras que se están «realizando». El gran cometido que era educar y cuidar a su vástago, y recibir, en el mejor de los casos, su cariño ha finalizado. Es decir, el personaje, en su paranoia, se nos debe presentar como alguien del que extraer toda una visión estereotípica de tantas y tantas féminas que se ven en esta situación en la actualidad.
Creo, por lo tanto, que es un formidable espectáculo con muchos puntos a favor. Simplemente me gustaría señalar el único aspecto que no termina de encajar en mis criterios. Y es que, si se lleva al extremo el mecanismo, la recursividad y el reinicio, me parece que dramatúrgicamente el epílogo nos remite a temas médicos y eso me separa de la persuasión más vital. Desde luego, es coherente con el planteamiento general; pero me resulta menos atrayente.
En cualquier caso, la fascinación es máxima. La protagonista recibe en casa a su pareja, un Juan Carlos Vellido, muy firme en su actuación y «dirigido» para nosotros por la perspectiva de su esposa, y empezamos a comprender las emociones que está macerando esta mujer en las horas solitarias de cada jornada. No tiene nada transcendente que hacer, ninguna afición que la entretenga (tal y como le recomienda el esposo) y tampoco parece que existan unas amigas u otros familiares a los que recurrir. Un hecho incuestionable para nuestro mundo presente. Todos los recelos se lanzan a la cara, como si él no estuviera delante, tergiversando la realidad, cambio de directrices, haciéndonos a nosotros, como público, partícipes de tal dislocación. Es más, llegamos a sospechar que el hijo ni siquiera exista o que haya muerto, tal y como ocurre en alguna de las escenas. Este es interpretado por Álex Villazán, quien vuelve a resolver su papel con esa convicción tan suya. Regresa al hogar porque ha discutido con su novia. Esta se muestra como una némesis subyugante. Júlia Roch se desenvuelve con un adecuado tono ambiguo. Atractiva al lucir el mismo vestido rojo que la ¿futura suegra?; pero, a la vez, en ese trance propio de los enamorados en riñas acuciantes.
Claramente se logra que la atmósfera sea estresante. Para ello contribuye activamente la música compuesta por Joan Miquel Pérez, que ofrece unos ritmos electrónicos que nos aproximan al suspense. Además, por supuesto, de la escenografía de Alessio Meloni, que aparentemente es sencilla, pues «tan solo» es un muro con una grieta luminosa ─tan metafórica─ atravesándolo, que se va desplazando de modo amenazante.
Desde luego, Juan Carlos Fisher, quien ha estado últimamente dirigiendo la exitosa Prima facie, ha elaborado un magnífico trabajo con este engranaje, para destinarnos a una experiencia muy satisfactoria.
Dramaturgia: Florian Zeller
Dirección: Juan Carlos Fisher
Reparto: Aitana Sánchez-Gijón, Juan Carlos Vellido, Álex Villazán y Júlia Roch
Composición musical: Joan Miquel Pérez
Diseño de escenografía: Alessio Meloni (AAPEE)
Diseño de iluminación: Pedro Yagüe
Diseño de vestuario: Elda Noriega (AAPEE)
Ayudante de dirección: Rómulo Assereto
Adjunto dirección de producción: Fabián T. Ojeda Villafuerte
Jefa de producción y regiduría: Blanca Serrano
Administración: Henar Hernández
Dirección técnica: Manuel Fuster
Dirección de producción y producción ejecutiva: Nuria – Cruz Moreno
Jefa de prensa: María Díaz
Fotografía: Sergio Parra
Diseño gráfico: Eva Ramón
Distribución: Fran Ávila Distribución y producción teatral
Producción: Barco Pirata producciones y Producciones Rokamboleskas
Teatro Pavón (Madrid)
Hasta el 12 de mayo de 2024
Calificación: ♦♦♦♦
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