El padre

El texto de Florian Zeller sobre la demencia de un anciano vuelve a cobrar vida gracias al montaje que protagoniza Josep Maria Pou en el Teatro Bellas Artes

El padre - FotoYa dio cuenta este mismo Teatro Bellas Artes de esta misma obra de Florian Zeller con Héctor Alterio como protagonista. Ahora la gracia está en que podemos disfrutar de dos montajes del dramaturgo francés en los teatros madrileños, pues Aitana Sánchez Gijón está comandando La madre en el Teatro Pavón (nos faltaría El hijo, para cerrar la trilogía). Además, la función que nos compete está mediada por el éxito que tuvo la versión cinematográfica con Anthony Hopkins a la cabeza.

Nos hallamos ante dos ejemplos de distorsión mental; pero aquí el enganche realista y social es muy superior. Porque los distintos tipos de demencia senil que tanto han aumentado en los últimos años debido al número de ancianos que logran alargar su vida nos conecta con una problemática cercana y acuciante para el espectador. En referencia a esto, se pierde algo de sutileza en la biografía de Andrés, un ingeniero, viudo, que ha discutido con su cuidadora. ¿Qué hacer con él? ¿Cómo hacerse cargo de este hombre? ¿Cómo resolver las cuestiones logísticas y económicas? Y, sobre todo, ¿cómo asumir esta «carga» desde el punto de vista vital y moral? Con todo esto el público conectará, pues, como decía, el asunto está a la orden del día.

Desde luego, los dos alicientes del espectáculo son el engranaje laberíntico y la interpretación de Josep Maria Pou. En cuanto al intérprete, tenemos a un octogenario que domina cada una de las escenas con un dubitante desaliento que nos mantiene en vilo. La pérdida constante del reloj se convierte en un símbolo de desvarío y un guiño ficcional, donde precisamente se juega con tiempo como si fuera una ensoñación. Los chispazos de cordura son los que verdaderamente nos permiten conocer el carácter de un tipo soberbio, de un señor que aún conserva en su cerebro mellado una sagaz inteligencia e, incluso, una capacidad para el flirteo. Así lo observamos cuando le presentan a su nueva cuidadora, una Lara Grube que se enfrenta a su papel con optimismo, sosteniendo el embate. Claro que la figura de hija prototípica, de mujer inicialmente abnegada y luego empoderada ante la deriva que toma la situación, es Cecilia Solaguren, quien hace de Ana. La actriz se muestra recia, firme, nos recuerda a alguno de esos roles que acogió en la trilogía de los Gondra. Se sitúa con mucha firmeza y cintura frente al actor catalán. Una lucha frente a «papá» no exenta de cariño; aunque consciente de que debe apostar también por su vida y por su relación amorosa. Por esta razón, está situado con gran agudeza el personaje de Pedro, la pareja, que Alberto Iglesias interpreta con verosímil acritud. Ambos han decidido marcharse a trabajar a Londres y que han convenido encomendar el cuidado de su progenitor a otras personas. Esta es una de los meollos de la propuesta, donde ciertas claves culturales demuestran el cambio dado en los últimos tiempos. Es decir, se conjuga la pulsión individualista en nuestra sociedad de consumo con la necesidad de responsabilizarnos de nuestros mayores, quienes viven más años a veces en situaciones de salud muy penosas. Hecho muy conocido en España, donde aún se mantienen modos de raigambre católica y ciertos respetos más allá de la economía particular. En este sentido, la obra cede algo de empuje cuando redunda en minucias del día a día, en asuntos de intendencia, en movidas domésticas de mera organización.

Y efectivamente este drama quedaría en eso, en una pieza de costumbrismo contemporáneo; sin embargo, el talento de Zeller está, ante todo, en la trama de su libreto. La desorientación del paciente también es la nuestra. Carecemos de anclajes y no sabemos exactamente ni dónde, ni cuándo estamos. Todavía aumenta más la confusión si aparecen otros intérpretes para hacer de los mismos personajes. Así lo hacen Elvira Cuadrupani y Jorge Kent, quienes son capaces de ofrecer variaciones muy pertinentes en su temperamento. Todo ello en una escenografía tan sencilla como efectiva de Paco Azorín, quien ha colocado unos paneles correderos al fondo y una serie de sillas que van desapareciendo según avanza la función. Las dudas que se nos generan se mantendrán hasta el final ─¿habrá existido esa hermana de la que habla?─, lo cual genera una atmósfera de misterio muy elocuente.

Todo podría ser más enrevesado en el argumento. Nos quedamos sin profundizar más en los protagonistas; pero el conjunto nos permite adentrarnos en temas fundamentales de nuestro presente más perentorio.

El padre

Autoría: Florian Zeller

Traducción: Joan Sellent

Dirección: Josep Maria Mestres

Reparto: José María Pou, Cecilia Solaguren, Elvira Cuadrupani, Jorge Kent, Alberto Iglesias y Lara Grube

Escenografía: Paco Azorín

Vestuario: Nina Pawlowsky

Iluminación: Ignasi Camprodon

Espacio sonoro: Jordi Bonet

Caracterización: Núria Llunell

Dirección de producción: Maite Pijuan

Producción ejecutiva: Àlvar Rovira

Dirección técnica: Moi Cuenca

Coordinación técnica: David Ruiz

Ayudantía de dirección: Tilda Espluga

Ayudantía de escenografía: Cesc Colomina

Regiduría y gerente de cía.: Santi Celaya

Sastrería: Tilda Espluga

Técnico de sonido: Dani Seoane

Técnico de maquinaria: Aitor Aguado

Construcción escenografía: Pascualín Estructures

Márquetin y comunicación: Teatre Romea

Diseño gráfico: Santi&Kco

Reportaje fotográfico: David Ruano

Colaboradores: Barcelona confort, Montibello y Jorge de la Garza.

Con el apoyo de: Generalitat de Catalunya – ICEC Institut Català de les Empreses Culturals, Ministerio de Cultura – INAEM Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música, y Next Generation EU

Distribución: Sergi Calleja (scalleja@focus.cat)

Una producción de Teatre Romea.

Teatro Bellas Artes (Madrid)

Hasta el 28 de abril de 2024

Calificación: ♦♦♦

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