Carmen, nada de nadie

La musa de la Transición salta a las tablas del Teatro Español para desarrollar su biografía en unos momentos cumbre de nuestro país

Carmen, nada de nadie - Vanessa Rabade
Foto de Vanessa Rabade

Con frecuencia, en el panorama teatral contemporáneo, nos topamos con un exceso de costumbrismo desabrido que tampoco nos provoca demasiado. En esta ocasión, hallamos una semblanza extraordinaria, digna de ser contada y de apreciarse en su justa medida. Sorprende que no se haya explotado más la biografía de Carmen Díez de Rivera, la musa de la Transición, como se la conoció. Es cierto, que su personaje ha aparecido en series y en algún documental de televisión; además, claro, de algún libro que ha dado cuenta de su extravagante peripecia; pero es evidente que hoy ─como tantos asuntos─ no es demasiado célebre. Debe ser que esta «nada de nadie» se quedó en «tierra de nadie», pues alguien de sangre noble, inmiscuida en la defensa de los acérrimos enemigos, no encaja en los parámetros habituales. Si, encima, has terminado cabalgando en la soledad, ya tienes el desenlace.

La lástima es que Francisco M. Justo Tallón y Miguel Pérez García, autores de esta obra, han caído en todos esos vicios de los biopics mascaditos y excesivamente explicados para que ningún espectador se pierda y no tenga que hacer esfuerzos intelectuales. Por no decir, que Fernando Soto, responsable de la dirección, ha permitido que los principales intervinientes tengan una caracterización más que discutible. Esto se observa en Víctor Massán, quien encarna al rey Juan Carlos. No parece precisamente el campechano monarca, algo dubitativo en la expresión, sino prácticamente Mario Conde. Un dominador de la situación incuestionable. Por su parte, Oriol Tarrasón se queda con un Adolfo Suárez repleto de inconsistencia, decaído e incapaz de tomar con verdadera decisión ningún tema. Esta actitud es la que justamente permite fantasear con que nuestra protagonista fuera una Maquiavelo o el valido más persuasivo y sagaz que se haya conocido en la historia. Hasta el punto de que fuera, según se nos relata, una visionaria ─si hubiera regresado al convento, pareciera que el éxtasis la hubiera rondado, y que la santificación habría llegado─. Aceptemos, desde luego, la verosimilitud del argumento y que esta es una función de teatro, donde faltan tantos agentes fundamentales de aquella época. Si nos fiamos de Alfonso Guerra o de Rodolfo Martín Villa, la influencia de Carmen, no fue para tanto; aunque fuera notable su persuasión.

En cualquier caso, Mónica López, que es una actriz repleta de fortaleza y que aquí demuestra un pulso genuino, apenas concede un respiro. Creo que Díez de Rivera, quien en 1977 tenía 35 años, poseía un hálito de acendrada melancolía, una pátina de tristeza y una recalcitrante timidez, según confesaron sus amigas, que superaba con todo su ímpetu. Se echa en falta en escena algo de contraste. No tanto la preocupación de tipo político, sino cuita vital. Cómo representar, además, un tono más juvenil del aquí mostrado, incluso, un gesto menos duro, sino más dulce. Quizás la intérprete elegida no es todo lo apropiada que debiera en este papel.

Pero centrémonos en lo que sí marcha verdaderamente. No hay más que observar la tensión generada en los diálogos que establecen el presidente del Gobierno y la directora del Gabinete de Presidencia en ese trascendental 1977. Las llamadas de teléfono a «Juan» ─aunque no parezca creíble─ poseen gran interés, también. Las circunstancias que llevaron a la legalización del Partido Comunista están repletas de detalles muy pertinentes que generan atracción. Recordemos que en esa misma sala se representó en 2014 la obra El encuentro, en el que se recreaba la famosa negociación entre Suárez y Carrillo. Antes, llegó la conmoción propiciada por los asesinatos de los abogados laboralistas en su despacho. También se nos ilustró de tales hechos en la pieza Atocha: El revés de la luz. La compostura rebelde y luchadora de nuestra protagonista resulta alentadora y muy emocionante.

Sin embargo, la estructura del texto nos ofrece otras derivas que no son eficientes en absoluto. Primero, unos apartes donde cada uno de los personajes se dirige al respetable para darle explicaciones sobre diversas cuestiones y que no se pierdan. Incluida su Majestad (ver para creer). Luego, tenemos una escena absolutamente innecesaria, que se inserta como un paréntesis, como una digresión en la que se nos informa de cuando Carmen estuvo en África. Nos lo sueltan sin venir a cuento y de una manera poco espectacular. Y es que el problema radica en cómo se debería aunar con lo demás ese desconsuelo de nuestra heroína, provocado por un suceso totalmente controvertido. Ya que, como se sabe, descubrió quién era su verdadero padre (Ramón Serrano Suñer), cuando esta pretendía casarse nada más y nada menos que con el que en realidad era su hermano. ¿Cómo se nos transmite esta circunstancia?; pues principalmente con un flashback poco elaborado, donde a Ana Fernández le toca hacer de Sonsoles de Icaza, la madre. Otro carácter acartonado, sin matices. Una mujer demasiado estirada que suelta cuatro frases estereotípicas sobre la aristocracia.

Este montaje daría para mucho; porque ocurren, a la postre, una cantidad de peripecias esenciales. También contiene instantes hermosos como ese abrazo entre el Rey y Suárez, que nos remite a la conocida foto de estos, de espaldas, cuando se «despidieron» para siempre. Uno se siente atrapado por una historia fascinante que nos compete a todos y que se va olvidando paulatinamente. Al menos, en esto, tendrá una validez. Pienso que, una vez más, destinarse a cierto público produce montajes mal perfilados.

Carmen, nada de nadie

Dramaturgia: Francisco M. Justo Tallón y Miguel Pérez García

Dirección: Fernando Soto

Con: Mónica López, Oriol Tarrasón, Ana Fernández y Víctor Massán

Diseño de iluminación: Juanjo Llorens

Diseño de espacio escénico: Beatriz Sanjuan

Diseño de sonido: Sergio Sánchez

Diseño de videoescena: Elvira Ruiz

Diseño de vestuario: Paola de Diego

Una producción de Teatro Español y Tablas y más tablas

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 18 de febrero de 2024

Calificación: ♦♦

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