Wajdi Mouawad cierra su ciclo Doméstico con este homenaje a su amada progenitora en los Teatros del Canal
Quedó la primera función de este montaje determinada por la indisposición del técnico de sonido. No me alcanza para desentrañar las posibles soluciones o hasta qué punto fue irresoluble esta cuestión. Las canciones ─muchas─ que debían escucharse simplemente fueron sobreimpresionadas en pantalla. Así supimos que en la radio cantaba Gainsbourg y Birkin, Pierre Bachelet o, con insistencia, tal y como le gustaba a la hija, nuestro Julio Iglesias. También es cierto que leemos en varias ocasiones el nombre de Bertrand Cantat, pues ha sido el responsable de las músicas. La presencia de este artista a nosotros, los españoles, no nos conmociona tanto como a los franceses; pero recordemos que en esta misma Sala Roja se representó aquella soberbia propuesta, Lokis, de Łukasz Twarkowski, donde se daba cuenta del asesinato de Marie Trintignant por parte del cantante. No tuvimos más remedio que sortear el inconveniente (algunos espectadores se piraron). Convengamos en que todos esos silencios supusieron una gran rareza. Tuvimos que poner en marcha nuestra imaginación. Está claro que esa banda sonora de la infancia, sentimental, tenía una gran valía y nos la perdimos.
Cierra esta pieza el ciclo denominado Doméstico. Ya pudimos contemplar Seuls (la mejor obra que visto de Wajdi Mouawad, más incluso que Incendios) y Soeurs. Mejora respecto de la última; sin embargo, sigo con mi animadversión hacia el humor afrancesado. Me carga su prurito infantil, su blancura. Y de esta manera empieza el espectáculo, con el propio dramaturgo situándose a medio camino entre reprendedor moralista («apaguen los móviles», «no abran un caramelo») y el prologuista que nos comenta con didactismo algunas curiosidades sobre la traducción empleada. Y parece que se marcha; pero no, ahí se queda; porque él se incluye en su autoficción (ineludible en la escena contemporánea). Una sombra de sí mismo; aunque también muy útil cuando se aplica en el deslizamiento de la mesa o de la televisión ─así nos ahorramos a otros auxiliares que emborronen el acto─. Luego, en el momento más delicioso, cobrará protagonismo junto a su madre para regalarse esa conversación de adulto que no pudo tener, pues ella falleció con 55 años. Entrañable, sin duda, y una forma de justificar sus intenciones.
Ya sabemos cómo ha marcado a este escritor la guerra del Líbano ─a quién no le influiría─. Vivir exiliado desde los diez años, una edad lo suficientemente avanzada como para estar al tanto de todo. Aun así, se nos ofrece una visión ingenua, donde los hábitos interpuestos requieren tiempo para estos cristianos de un país árabe. El coraje de la madre propicia un estado de energía deslumbrante que los mantiene a flote en la tristeza. Una especie de neorrealismo matizado por la comicidad, mientras el teléfono anuncia nuevas desgracias. Gran parte de la pieza está amoldada por un costumbrismo que, en ciertos instantes, resulta repetitivo y aplana la vibración que después resurge otra vez.
Un viaje abrupto en 1978 los ha llevado a París. La estancia que debía durar unos pocos meses se alargó hasta 1983. A continuación, se desplazarían a Canadá. Todo el montaje está señalado por el carácter de la madre, Jacqueline. Aïda Sabra impone una fuerza descomunal y hasta violenta, pues a sus hijos les zurra unos cuantos cachetes y tortazos. Otros tiempos, por eso los asistentes se ríen. Su modo de hablar nos deja sin aliento. Esa capacidad para estar a todo, moviéndose para allí y para acá, y sabiendo mostrar un cariño inmenso por su familia. Otro momento significativo es aquel en el que baila con el pequeño Wajdi (desconozco el nombre del actor; no obstante, resulta muy espontáneo y efectivo). Es ahí cuando observamos la desbordante humanidad de una señora que debe hacerse cargo de una situación tan angustiosa. Igualmente ocurre con la hija, con Nayla, con Odette Makhlouf, que no deja de ser la viva imagen de su progenitora, una joven tan abigarrada como ella y que intenta salir adelante con las ansias propias de su inmadurez. Al hermano mayor deberíamos escucharlo, únicamente.
Por otra parte, es bastante original introducir a la auténtica Christine Ockrent, la célebre presentadora de los informativos en Francia. Me parece una manera magnífica de sobredimensionar la importancia que tenía para estos pobres libaneses recibir cada día las noticias de su patria. Un juego de ficción que va más allá, pues la periodista responde cuestiones esenciales al hijo menor. De esta forma, se aprovecha en la función para reseñar las atrocidades de aquel conflicto que tanto nos recuerdan a lo que está ocurriendo en Gaza. Se refleja la masacre de Sabra y Shatila y se nos ilustra con las fotos de barrios derruidos en Beirut.
En otro orden, la limpieza del espectáculo permite mucha fluidez, con esa gran pared al fondo que nos entrega imágenes inapelables de la conflagración; pero también del hogar con ese cuadro de Cezanne (El jarrón azul), que pretende ser más simbólico de lo que parece. El ágape final, con tantísimos platos sobre una mesa improvisada, nos dan un mensaje de esperanza; aunque seamos conscientes de que la gran protagonista murió demasiado pronto. Un trabajo loable, a la postre, que es aplaudido con fervor por el público que abarrotó las butacas.
Texto y puesta en escena: Wajdi Mouawad
Reparto: Odette Makhlouf, Wajdi Mouawad, Christine Ockrent, Aïda Sabra y un niño
Y las voces de: Valérie Nègre (en el documental sobre la vida animal), Philippe Rochot (él mismo) y Yuriy Zavalnyouk (el hermano).
Asistente de dirección: Valérie Nègre
Dramaturgia: Charlotte Farcet
Escenografía: Emmanuel Clolus
Iluminación: Éric Champoux
Vestuario: Emmanuelle Thomas
Peluquería: Cécile Kretschmar
Sonido: Michel Maurer et Bernard Vallèry
Músicas: Bertrand Cantat en colaboración con Bernard Vallèry
Coach: Cyril Anrep
Traducción del texto al árabe libanés: Odette Makhlouf y Aïda Sabra
Seguimiento de texto y sobretitulado: Sarah Mahfouz
Becario de escenografía: Dimitri Lenin
Construcción de decorados: l’atelier de La Colline
Regidor general: Arnaud Godest-Xie
Director de iluminación: Gilles Thomain
Jefe electricista: Olivier Ruchon
Ingeniero de sonido: Aurélien Hamon
Director de vídeo: Stéphane Lavoix
Maquinista: Adrien Geiler
Diseñadora de utilería: Manuia Faucon
Sastra: Isabelle Flosi
Directora de producción: Mathilde Langevin
Las fotos de Beirut, firmadas por Gabriele Basilico, son de la serie Beirut, 1991.
Las imágenes de archivo de Sabra y Chatila provienen de las noticias de la cadena de televisión Antenne2 (18 de septiembre de 1982) y de la película documental de animación Valse avec Bachir, de Ari Folman.
Los «hombres voladores» fueron dibujados por Jean-Michel Folon para los créditos de apertura y cierre de los programas de Antenne 2 de 1975 a 1983, con música de Michel Colombier.
Agradecimientos: Mario Abi Fram, Lucas Aouad, Roula Badaoui, Büke Erkoç, Jérôme Kircher, Nayla Mouawad y Yuriy Zavalnyouk
Agradecimientos especiales: studios Ferber y Philippe Rochot
Odette Makhlouf y Aïda Sabra están representados por Station Beirut en calidad de agente
Producción: La Colline – théâtre national
El texto ha sido publicado por Leméac /Actes Sud-Papiers.
Manager en España: Ysarca Art Promotions – Pilar de Yzaguirre
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 27 de enero de 2024
Calificación: ♦♦♦
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