Declan Donnellan nos transforma en coro tebano para circundar la tragedia de este malhadado en los Teatros del Canal

Resulta llamativo cómo en la última década, en España, se ha representado la gran tragedia de Sófocles. Podríamos recordar el Proyecto Edipo, de Gabriel Olivares o la versión tan estetizada de Bezerra y de Luque, o graciosa visión de la Companhia do Chapitô o, además, la estática de Sanzol, que contrasta tanto con la que ahora nos compete.
Declan Donnellan, quien no ha parado de visitarnos e, incluso, de ofrecer una mirada muy singular de La vida es sueño, la emprende con este mito para traerlo al presente y envolverlo en la bruma pandémica del covid en remisión a la peste de Tebas. Por eso, nada más empezar, nos hallamos en uno de los pasillos de acceso de la Sala Verde en los Teatros del Canal, con una especie de box improvisado, donde un enfermo se afana contra el virus, mientras es atendido por el personal médico, a la vez que sus majestades lo visitan. Ahí se inicia la actitud determinante del público. ¿Ocurre así en todas las sesiones? ¿Ocurre así en todos los países? El desorden, el agolpamiento o una leve algarabía. Ver o ver, esa parece ser la cuestión.
Cuando se nos introduce a la sala en sí, despojada de gradas, prácticamente expedita, con apenas un estrado, una larga mesa para la cena en un lateral y un altar en el otro, comienza el baile. Como si fuéramos pollitos correteando tras los granos de maíz persiguiendo a Claudiu Mihail, que es el auténtico protagonista; como si anheláramos su gesto en nuestro rostro o que fuéramos la elegida para que nos tomara de la mano frente a los demás, como una futura amante, o que nos diera un abrazo en sus momentos de euforia, cuando se convence de que los vaticinios han fallado. No nos vale abrir el círculo y dejar que sea él quien se acerque, debe ser que de manera espontánea se establece el rebullir del cardumen. Sumémosle a esto la lectura a cuatro bandas posibles de los sobretítulos; porque nos están hablando en rumano. Esa dinámica determina el espectáculo y el balance, desde mi punto de vista, termina por ser algo negativo y hasta cansado (la duración excede la hora y cuarto anunciada). Falta serenidad, pausa, que los intérpretes se puedan desenvolver con mayor libertad.
Uno, claro, puede verse sugestionado por esa disposición no convencional, quizás la última vez que nos vimos en esa situación, fue con aquel PS/WAM, de Rodrigo García. No obstante, el efecto se va disolviendo una vez se comprende que no se irá más allá de ese planteamiento. Si nosotros, como coro activo, hubiéramos tenido otra compostura, puede que la viveza de aquellos parlamentos hubiera contenido mayor verdad. Para incidir más en ese declive paulatino, me parece que se debe señalar hasta qué punto esas permanentes luces de sala ─salvo en ciertos instantes─ te lanzan hacia un evento carente de atmósfera, donde todos nos vemos demasiado las caras y la credibilidad se corrompe en pos de la provocación directa.
Ahora, contamos con un elenco de grandísima potencia que se suma al susodicho Mihail. La Yocasta de Ramona Drăgulescu se mueve con entereza dentro de la sospecha de la estupefacción ante los vaivenes emocionales de su marido-hijo. Muy distinta se muestra Tamara Popescu, quien se encarna en Tiresias, como si fuera una vagabunda. Su sabiduría y sus augurios van cayendo con una lógica demoledora, mientras las dudas van mermando esa inquisitorial energía de nuestro líder. Qué decir, luego, del pastor, de Eugen Titu, pues no puede ser más convincente. Sin embargo, quizás, el Creonte de Vlad Udrescu, quien demuestra gran apostura, sea un personaje que se ajusta demasiado a esos típicos herederos empresariales que nos agotan con su soberbia.
En conclusión, debemos considerar este montaje como un acontecimiento valioso y que merece la pena; aunque no se desarrolle con la pulsión agónica esperable. Es cierto que, en el desenlace, con Edipo desnudo y ensangrentado, con los ojos desgajados, regresamos a esa comunión tras la catarsis. Por eso, se puede volver a percibir la maestría de Donnellan para derivarnos a su perspectiva particular.
Texto: Sófocles
Traducción a rumano: Theodor Georgescu & Constantin Georgescu
Director: Declan Donnellan
Intérpretes: Claudiu Mihail, Ramona Drăgulescu, Vlad Udrescu, Tamara Popescu, Alex Calangiu, Nicolae Vicol, Iulia Colan, Angel Rababoc, Anca Maria Ilinca, Marian Politic, Eugen Titu, Corina Druc y Bruno Noferi
Escenografía y vestuario: Nick Ormerod
Asistente de dirección: Laurențiu Tudor
Diseñadores asistentes: Adelina Galiceanu, Petri Ștefănescu
Música original: Cári Tibor
Diseño de iluminación: Dodu Ispas
Consultor de dramaturgia: Haricleea Nicolau
Figuración: Noah de Diego, Enare Martín, Constanza Sanz, Leyre Siu, Alba Tesías, Juan Vigiola y Paula Womez
Producción: Teatrul Naţional Marin Sorescu (Craiova, Rumanía) y Cheek by Jowl
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 21 de enero de 2024
Calificación: ♦♦♦
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