La creadora brasileña Christiane Jatahy adapta la novela Arado torcido para denunciar los eternos abusos cometidos contra los trabajadores
Christiane Jatahy es una creadora brasileña que conocemos muy bien ya en España. Hace un año nos ofrecía su peculiar visión del Dogville, de Lars von Trier, y ahora la emprende con un tema de gran calado. Siempre apegada a esa estética híbrida de teatro y cine; y que, en los últimos tiempos, se ha entremezclado, además, con el documental y la proclama directamente política, sin ambages. De hecho, la carga política en esta última propuesta es alta y, si no queda claro, ya se encargan de manifestarnos que ahora con Lula están contentos, de la misma forma que con Bolsonaro estaban espantados. Que se nos remarque esto es un exabrupto antiteatral. Ya sabemos, más allá de las incongruencias de siempre, de qué pie cojea cada uno.
En cualquier caso, parece una buena idea traer a colación la cinta Cabra, marcado para morir, de Eduardo Coutinho, donde se da cuenta del crimen cometido en 1962 contra el líder campesino João Pedro Teixeira. En gran medida, es uno de los temas de la novela de Itamar Vieira Junior, Arado torcido. Sin embargo, en esta encontramos mucho más en la ambientación de esa extensa zona brasileña de Agua Negra. Un texto con tintes de realismo mágico y de mundo femenino, un poco a la manera de La casa de los espíritus; aunque con un lenguaje que no llega a ser tan potente como el empleado por Guimarães Rosa en Gran sertón: Veredas, ese monumento literario.
La directora ha pergeñado una estructura de ficción documental, donde se conjugan sus habituales vídeos, grabados con pobladores autóctonos, y la inclusión de unos personajes que no llegan a ser plenamente desarrollados. Esa frontera de realidad-ficción termina en una descomposición, en una conjugación un tanto repetitiva y hasta superficial una vez se ha remarcado el consabido y terrible mensaje del latrocinio, del abuso y de la imposición más cruenta por parte del poder.
Los espectadores que hayan leído el libro o lo vayan a hacer pueden quedar un tanto decepcionados. Si son benevolentes, pueden completar con su lectura lo que ha sido usurpado. En principio, que una de las grandes protagonistas, Belonísia, quien dejó de emitir palabras cuando de pequeña se rajó la lengua cuando jugaba con un cuchillo de su abuela Donana (otro gran carácter sin explorar aquí), ya es perder la experiencia de una mujer obligada a emparejarse con una bestia y a sufrir su desconsideración y su brutalidad. Es extraño, que una obra que podría ser tan apreciada desde una perspectiva feminista, que deja claro hasta qué punto deben llegar algunas mujeres para sobrevivir ─habría que hablar, incluso, de asesinato defensivo─ no se elabore en un grado de intimidad dramatúrgica muchísimo mayor.
Por el camino también nos perdemos a Zeca Sombrero Grande, el curador tan respetable de aquel territorio (poco llegamos a saber de él). El hombre que oficiaba el jarê y que era padre de esa joven que nos va a contar la historia desde el inicio. Juliana Franca hace de Bibiana; además de activista de nuestro presente. Esposa de Severo, otro de los líderes, y que fue asesinado. La actriz descarga una energía inmensa y marca un ritmo, por momentos, tremebundo. Es maestra y madre, y su lucha no puede decaer. Lo que sí decae es, en ciertos instantes, la función. Se vuelve morosa, porque las imágenes no parecen avanzar hacia nada concreto. Las descripciones del pasaje son hermosas y se echa de menos la historia particular, las vivencias, tal y como aparecen en la novela, donde se narra acerca de las infraviviendas, de la imposibilidad de usar el ladrillo, de las épocas de sequía, del ínfimo interés por la educación de los niños, a pesar de los esfuerzos de algunos; o del racismo y los quilombolas. De cómo, en definitiva, la esclavitud prohibida se sigue manteniendo de otros modos.
Sí se ha volcado, en la parte final, en mostrarnos ─en hacernos participar con nuestras palmas─ la liturgia del jarê, ese ritual vinculado a la santería, que se practica en Chapada Diamantina, donde se convoca a los orishas, y que ha ido perdiendo presencia en favor de las misas evangélicas que se van extendiendo con mayor profusión por todo Brasil y que tanto tienen que ver con un conservadurismo cercano a la ultraderecha triunfante hace bien poco. De ahí que también Gal Pereira demuestre su descomunal energía en su alocución interminable, y en su danza hasta el desmayo extático tan habitual en estos rituales. Apoyada en la percusión que impone Aduni Guedes y que nos destina a momentos de viveza reconfortante. Apuntala las distintas intervenciones Caju Bezerra, aunque queda un tanto eclipsada.
En Christiane Jatahy se percibe la ambición por trasladarnos una situación feroz ─supera, afortunadamente, ese O agora que demora tan insignificante─; pero creo que no ha confiado en la fuerza del arte, aquel que incide en lo humano, en las personas y su pobreza (con sus causas) y en los personajes concretos que trasladan su existencia desde dentro, con su cultura, con sus creencias, con sus necesidades perentorias. Dejar que se expresen con su propia voz para que podamos comprender sus penas y las injusticias que sufren; no obstante, también para juzgar que, quizás, los espíritus a los que se confían tan ciegamente no van a servirles de gran ayuda. Seguimos, por lo tanto, en esa dicotomía torticera de la civilización o barbarie.
Creación y texto: Christiane Jatahy, basada en el libro Arado torcido, de Itamar Vieira Junior
Reparto: Caju Bezerra, Juliana França, Aduni Guedes y Gal Pereira. En la película, Lian Gaia y la participación de residentes de las comunidades de Remanso e Iúna – Chapada Diamantina/Bahía/Brasil
Locución: Ana Maria Gonçalves
Colaboración artística, escenografía e iluminación: Thomas Walgrave
Vestuario: Preta Marques
Música original: Vitor Araujo y Aduni Guedes
Diseño de sonido y mezcla: Pedro Vituri
Colaboración dramaturgia: Gal Pereira, Juliana França, Lian Gaia y Tatiana Salem
Vídeo: Julio Parente
Operador vídeo: Alan de Souza
Movimiento: Dani Lima
Sonido película: João Zula
Edición película: Mari Becker y Paulo Camacho
Cámara y fotografía: Pedro Faerstein
Ayudante de dirección: Caju Bezerra
Ayudante de cámara: Suelen Menezes
Coordinador de producción y gira: Henrique Mariano
Coordinación de gira: Claudia Marques
Regidor y operador de sonido: Diogo Magalhães
Operador de luces: Leandro Barreto
Administración: Claudia Petagna
Imágenes de Cabra, marcado para morrer, de Eduardo Coutinho
Producción: Cía Vertice – Axis productions
Coproducción: Schauspielhaus Zürich, Le Centquatre – Paris, Odéon-Thèâtre de l’Europe – Paris, Wiener Festwochen, Piccolo Teatro di Milano – Teatro d’Europa, Arts Emerson – Boston, Riksteatern-Sweden, Théâtre Dijon-Bourgogne CDN, Théâtre National Wallonie-Bruxelles, Théâtre Populaire Romand – Centre neuchâtelois de arts vivants La Chaux-de-fonds, DeSingel – Antwerp, Künstlerhaus Mousonturm – Frankfurt a.M., Centro Dramático Nacional – Madrid y Temporada Alta Festival de tardor de Catalunya
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 17 de septiembre de 2024
Calificación: ♦♦♦
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