La Tuerta

La ópera prima de Jorge Usón se inserta en ese estilo expresionista que cae en el formalismo para hablarnos del desamor

La Tuerta - Foto Vincent Urbani
Foto de Vincent Urbani

Llevamos ya unos cuantos años recogiendo la cosecha de las dos compañías que han asumido con más vigor los preceptos estéticos de La Zaranda. Ambas en permanente interrelación, tanto La Estampida, con José Troncoso al frente, como Nueve de Nueve, poseen unos modos claramente identificables. De estos últimos, ahora recibimos La Tuerta, con Jorge Usón como máximo responsable. En esta se exprimen mucho más esas características de las que hablo, si nos fijamos en su anterior obra Con lo bien que estábamos (Ferretería Esteban). Y vuelvo a quedarme con la misma sensación. Me parece que los procedimientos dramatúrgicos y la expresividad interpretativa (se pueden casi rastrear influencias del kabuki) se comen la propia fábula, si es que esta no termina por ser un simple cañamazo, una mera excusa, para elaborar cuidadosamente un carácter o un concepto que, sinceramente, me saben a poco. Además, el humor que hallamos en estas propuestas se me antoja demasiado naíf como para que pueda participar de esa comicidad. Aunque sí que es cierto que en las habituales repeticiones y en las maneras guiñolescas de la actriz uno puede hallar una gracia grotesca por momentos.

Ante todo, este espectáculo tiene su auténtica valía en la elaboración que realiza María Jáimez. Aquello que considero que le falta al texto, porque la sustancia es insuficiente, la actriz lo «inventa» con el expresionismo que permea todo el montaje ─fijémonos cómo la iluminación de Gómez-Cornejo favorece las sombras sobre el tapiz del fondo, y cómo, incluso, refuerza en verde esos flashes de horror como influidos por Bob Wilson─. La intérprete viene de completar una actuación sobresaliente en Cucaracha con paisaje de fondo; y está dirigida ─eso sí que sí─ por Usón con gran meticulosidad. Por eso me refería antes al teatro japonés; puesto que hay en los movimientos un cuidado, con esplendor de marioneta.

Nos situamos en el siglo XVI, con una doncella llamada Conchita, que parece escaparse de un cuadro, huir hacia el bosque. Ana Bruned ha realizado un trabajo de caracterización muy consistente para que toda la gestualidad, entre ese pelucón y el maquillaje blanco remezclado por el abusivo colorete, remarque rostros de estupefacción en esa primeriza del amor. Nos movemos en la sencillez de una jarcha, pero con la retranca de algunos villancicos. Que se tope de con Guillermo Tell suena a chiste; y el caso es que, con su ballesta, con el flirteo mediante, le ha descerrajado un ojo (menos mal que no era William Burroughs). Maldición al canto que lanzará nuestra malhadada.

Hasta aquí la pieza se ha alargado en un preámbulo que marca una directriz. Ya está dicho, abundar en la idea, en el desamor y sus avatares. La restricción del contexto, alejarse del costumbrismo (hay que agradecerlo en estos tiempos), nos destina a una segunda parte en el futuro. Casi estamos en otra función. La fábula se desdobla con Lucía, una bailaora, transida por la angustia, por la soledad, también ha quedado tuerta ─esa es la metáfora en la que se redunda─ y ahora pretende retomar el pulso a la vida. Una muchacha «tocada», «ida», con los nervios a flor de piel, con la obsesión de los celos sobreviniéndola a cada instante. No podemos más que reafirmar que Jáimez nos desborda con su gama de persuasiones. Es ella lo complejo que no está en las palabras. Su emulsión corporal es una zozobra a la que debemos hacer el esfuerzo por acceder. En un mundo en el que tanta gente hace activismo contra el amor romántico, observar el sufrimiento también es la manera de contemplar la contraparte de la voluntad, de la ilusión de estar con el otro íntimamente, de esa fascinación que puede justificar nuestra existencia. Lo demás es cobardía y esa sí que lleva al decaimiento y a la depresión.

La Tuerta posee elementos muy válidos; no obstante, creo que, como les ocurre a otros montajes de este estilo, se queda sin entrar por vericuetos más aviesos, más maduros con los que el espectador pueda dialogar.

La Tuerta

Texto y dirección: Jorge Usón

Intérprete: María Jáimez

Iluminación: Juan Gómez-Cornejo

Escenografía y vestuario: Alejandro Andújar

Música: Torsten Weber / Mariano Marín

Selección musical: Jorge Usón

Caracterización y postizos: Ana Bruned

Jefe técnico: Iñigo Benítez (ARMAR)

Ayudante de dirección: Carlota Callén

Vídeo: David González 2visual

Fotografía: Vincent Urbani

Diseño gráfico: Ernesto Artillo y Lisandro Merino

Guitarra flamenca: Adán Carreras

Realización vestuario: Maribel Rodríguez

Realización escenografía: Sol Curiel

Producción ejecutiva: Amelia Hernández y Carmen Barrantes

Producción: Nueve de Nueve Teatro

Agradecimientos: Laura Gómez-Lacueva, Fernando Piernas, José Troncoso, Alicia Lescure, Casa Chejov Madrid, Teatro de la Intrusa, Javier Macipe, Nicolás Gutiérrez, Elvira Sánchez-Gallo, AISGE, Lara Meléndez, Mayte Espina y María Calderón.

Teatro Fernán Gómez (Madrid)

Hasta el 24 de septiembre de 2023

Calificación: ♦♦

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