Harakiri

Les Impuxibles se ponen al frente de este proyecto que sitúa el suicidio como tema central a través del texto de María Velasco

Harakiri - Foto de Noemí Elías Bascuñana
Foto de Noemí Elías Bascuñana

La espita del suicidio como tema se ha abierto en los últimos tiempos y pronto será borbotón. Esperemos que no se romantice o que comencemos a observarlo con desidia o que lo ignoremos, como hemos hecho durante tantos años con los accidentes de tráfico por mera costumbre, con los que espuriamente se compara este asunto. Hablar del suicidio siempre ha sido subyugante; pero el arte tiene la obligación de deambular por ese territorio inasible de los vacíos, que puede rellenar con metáforas elocuentes o acciones dramatúrgicas que nos permitan intuir alguna certeza. Es algo que ya se pudo percibir con el Karaoke Elusia que el propio CDN programó hace unos meses. ¿Qué ocurre cuando llega ese clic, cuando se pierde definitivamente el asidero con lo sólido y ya no hay marcha atrás?

Creo que la mayor pega de este espectáculo es la falta cohesión. Tenemos texto, danza, música y hasta ejercicio circense; no obstante, su enhebramiento no se alcanza. Primeramente, puesto que el texto de María Velasco parece accesorio. No encontramos en él un relato peculiar o atrayente; sino algo bastante anodino. Quizás porque sus personajes, una madre y su hijo, no dan para más. O, directamente, porque no se ha querido profundizar ellos. Puede que un ejemplo cualquiera de esos cuatro mil que hay al año valga para montar una performance. Pero el espectador se puede quedar con la sensación de que no tiene mucho que pensar. Procede con el interesante punto de vista de la fallecida, en su sosiego post mortem, sin arrepentimiento, sin padecer la penuria ya y contemplando cómo su muchacho llega a casa y entre el nerviosismo comprende que por fin su madre lo ha conseguido. Pau Vinyals le pone ternura a su personaje en esa paradoja de la ausencia y del reconocimiento de que su madre sufría y que se había dejado llevar por la abulia. Resulta un poco molesto ese guiño —tantas veces, en tantas obras— de romper la cuarta pared para que una espectadora le abroche el traje de novia que ha encontrado en un armario.

Luego, Antònia Jaume logra un tono de aquiescencia para convencernos de lo inevitable e, incluso, hasta de lo deseable. Tampoco es que se hable en esta obra de la esperanza. Tampoco es que se hable de casi nada. Apenas se juega con el tiempo en un vaivén que se regodea en la cotidianidad. Por eso es tan necesario apuntalarlo con todo lo demás que sucede. Digamos que lo acontecido se alarga con algo de reiteración al final, el discurrir con toda esa ropa tirada por el suelo, como un gurruño, como la expresión genuina del desorden producido por el desánimo, ofrece situaciones un poco naífs (doblar unas camisetas, verbigracia).

Lo más persuasivo es la composición musical de Clara Peya. Se introduce la pianista en un estilo de electrónica que está ofreciendo grandes ejemplos en el panorama europeo como Hania Raine, donde el jazz tiene una presencia repleta de potencia que nos lleva al trance. Eso consigue altamente nuestra intérprete, quien, además, posee una apariencia, vestida con esmoquin negro y un rictus que te hace examinarla con admiración y hasta de una manera simbólica dentro de la pieza, en esas secuencias cargadas de arritmias que envuelven la sala. Fascinante. También cuando se sube a lo alto del mástil chino que ocupa el centro para cantar desde lo alto nos sitúa en el vértigo. Aunque en este sentido es Sílvia Capell quien domina la disciplina circense ascendiendo con gran agilidad y dejándose caer en esa insistencia persuasiva que sí que conecta con el tema del suicidio, con lo que tenemos asimilado de él, con esa zozobra, con esa distorsión de la realidad que nos sugiere el mundo onírico.

Luego está el estimable trabajo coreográfico que ha ideado Ariadna Peya, que funciona en sus partes de forma aislada, ya sea a través del movimiento grupal con esos enérgicos desplazamientos (Haley Diallo es tremendamente ágil y Helena Gispert desprende concentración), manifestando la impotencia o la huida, que percibimos en el solo de Kiko López. Son danzas que parecen capítulos de una historia, donde la trama se nos escapa. Algo pasa en la dirección; cuando no se da una efectiva sintonía de los acontecimientos. Puede que se sobredimensione en cierta medida el montaje y se escurra la espectacularidad.

En cualquier caso, este Harakiri (convendrán que el título no es apropiado, pues es un término muy connotado) posee grandes destellos y sobre todo una música embriagadora.

Harakiri

Texto: María Velasco

Creación y dirección: Les Impuxibles (Clara y Ariadna Peya)

Dramaturgia y traducción: Marc Villanueva Mir

Música original: Clara Peya

Coreografía: Ariadna Peya

Reparto: Sílvia Capell, Haley Diallo, Helena Gispert, Antònia Jaume, Kiko López, Ariadna Peya, Clara Peya y Pau Vinyals

Escenografía: Judit Colomer Mascaró

Iluminación: Conchita Pons

Vestuario: Joan Ros

Espacio sonoro: Carles Bernal

Proyecciones: Carme Gomila

Coach actoral: Queralt Casasayas

Acompañamiento artístico: Judit Colomer Mascaró y María Velasco

Asistente de movimiento y cover: Olga Lladó Valls

Jefe técnico: Jordi Berch

Asesora en accesibilidad: Èlia Farrero

Intérpretes en lengua de signos: Èlia Farrero y Berta Frigola Solé

Acompañamiento a la creación electrónica: Carles Bernal y Carles Delgado

Asesoras de contenidos: Martín Correa-Urquiza, Asun Pié Balaguer, Clara Rubio, Júlia Sánchez Cid y Tali Vaimberg i Meri Varó

Ayudante de dirección: Xavi Buxeda

Fotografía: Xavi Buxeda y Noemí Elias Bascuñana

Producción ejecutiva y distribución: Mireia Gràcia Bell-lloch

Diseño cartel: Equipo SOPA

Producción: Les Impuxibles, Teatre Nacional de Catalunya y Dansa Metropolitana. Con el apoyo del Institut Català d’Empreses Culturals, Institut d’Estudis Baleàrics, INAEM y la Fundació Carulla

Teatro Valle-Inclán (Madrid)

Hasta el 18 de junio de 2023

Calificación: ♦♦

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5 comentarios en “Harakiri

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