Los santos inocentes

La adaptación de Fernando Marías y Javier Hernández-Simón sobre la novela de Miguel Delibes se mueve entre el simbolismo y el comedimiento

Los santos inocentes - Foto de marcosGpunto
Foto de marcosGpunto

Definitivamente debo estar equivocado, a tenor del éxito general de esta propuesta. A mí esta versión teatral que firman el fallecido novelista Fernando Marías y el dramaturgo Javier Hernández-Simón me parece que incide en algunos de los elementos que menos me convencen de la novela de Miguel Delibes. Aunque antes creo que debemos empezar por la situación del espectador medio, aquel que mantiene en su retina la perspectiva cinematográfica de Mario Camus, y que se convirtió en una las cintas señeras de la filmoteca española. Es decir, no podemos acudir al Matadero —ya han recorrido casi todas las provincias anteriormente— y obviar el film. No obstante, creo que lo interesante es especular con la mirada de esos estudiantes que acuden antes al teatro que a la novela y a la película. Qué puede observar alguien de las nuevas generaciones, un urbanita con el móvil soldado a los dedos, alguien sin pueblo familiar al que asistir en verano, donde aún quede algún retazo de lo que fueron en un pasado reciente. Seguramente les parezca algo absolutamente remoto; pero no estoy seguro de que vayan a percibir el olor de la miseria, la falta de agua y de luz, el frío de la intemperie; puesto que esta es una adaptación higienizada y carente de naturalismo.

Primeramente, ¿no es chocante el acento? O sea, el no acento de estos personajes humildes —exceptuemos al Azarías—. Al cineasta le podríamos haber preguntado por el extremeño y al escritor vallisoletano, quien no concreta el lugar ni el tiempo, si es posible que esos pobrecicos pronuncien hasta las des de los participios. Es algo en lo que me parece que no se ha insistido demasiado, cuando en el cine de nuestro país, durante decenios, no ha faltado una «criada» sin el andaluz adherido a la boca. Qué importante considero esa creación del personaje, precisamente en unos currantes casi sin instrucción, que por un instante sueñan con que sus hijos, ya crecidos, vayan a la escuela. Que ellos mismos les intentan enseñar a leer y a escribir, cuando luego, de manera humillante, se demuestra que apenas las dominan.

Los adaptadores han dibujado un panorama interior, y han renunciado al campo, han dejado que los iluminadores Juan Gómez-Cornejo e Ion Aníbal oscurezcan la escena no para ofrecer el tenebrismo, sino, pienso, para perfilar más a los individuos concretos, como cuadros barrocos que se expresan en su gesto de agotamiento, que se perpetúa en cada golpetazo de un destino inapelable. Negrura para una escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda que nos deja un espacio bastante diáfano y nos lleva hacia la simbología que patentiza esa bandada de pájaros en pleno vuelo libre. Es decir, la factura del espectáculo posee una limpieza que exige del público una consideración del verdadero ambiente en el que transcurre el leve argumento. Ya que este, en realidad, no es más que un retrato de una España carpetovetónica.

Desde esta estética, Javier Gutiérrez da profundidad a Paco el Bajo, aportando mucha sobriedad y reduciendo su patetismo a una cuestión más verbal que física. Porque una de las características de esta versión es su estatismo. Se nos usurpan algunas escenas clave en la dehesa y, luego, además, con la pierna tronchada, más todavía se favorece la quietud. Nuestros protagonistas se mueven poco; puesto que la naturaleza no está como tal. Y por mucho que Azarías corretee por los pasillos de la sala, se antoja insuficiente. Este es encarnado por Luis Bermejo, que no puede evitar salpimentarlo con su faceta de payaso, con esa ingenua bonhomía que destila y que se concentra en su milana. Un hombre primitivo que siente y concede un auténtico amor por los animales y por esos seres que se comunican con las percepciones más básicas, como la Niña Chica, que Marta Gómez acoge. Después, uno percibe en la Régula, también, esa expresión de sencillez quizás algo edulcorada en Pepa Pedroche. Y nos quedamos, como ocurre en la novela, con ganas de saber más de Nieves, la hija. Tiene Yune Nogueiras un atisbo de secreto, me la imagino en un spin off; descubrirla o no, atrapada por el determinismo social. Como pasa con el Quirce de José Fernández. Toda esa familia me parece tan correcta —e interpretada con igual sensatez— que no podemos por menos que aceptar el fabulismo maniqueo de Delibes. No porque los malos sean muy malos y los buenos sean muy buenos; sino porque estos últimos están deshumanizados, han perdido el instinto de la defensa, de la rabia, de la ira —excepto Azarías, como sabremos—; han perdido el pundonor y por eso son meros esclavos.

Una de las mejores interpretaciones la encontramos en Jacobo Dicenta. Su señorito Iván ostenta esa altivez del cazador imparable, esa soberbia tan creíble de quienes imponen sin comedimiento su poder. Gentes de bien, claro, que han pasado por la pila bautismal; pero que no tienen ni la más mínima compasión, ni la más remota conciencia sobre los derechos de todos los humanos. Que igualmente se tiene que situar varios escalones por encima de don Pedro, ese administrador del cortijo, que Fernando Huesca desarrolla con la pesadumbre de quien se siente despreciado; cuando sospecha que su propia mujer es amante del amo. Raquel Varela comete algunos excesos en el flirteo. Con su marido resulta más genuina en su insolencia.

Por supuesto que esta propuesta teatral posee virtudes que identificamos en el simbolismo que debemos desencriptar, y en esa hondura que percibimos en el dolor anquilosado de esos «apestados». No deja de ser una obra que tenemos muy pegada en la memoria; aunque tantos creen, en esta «nueva» sociedad estetizada y de diseño low cost, que ya no hay señoritos como aquellos.

Los santos inocentes

Autor: Miguel Delibes

Adaptación: Fernando Marías y Javier Hernández-Simón

Dirección: Javier Hernández-Simón

Reparto: Javier Gutiérrez, Pepa Pedroche, Fernando Huesca, Yune Nogueiras, Marta Gómez, Luis Bermejo, José Fernández, Raquel Varela y Jacobo Dicenta

Diseño de iluminación: Juan Gómez-Cornejo (AAI) e Ion Aníbal (AAI)

Diseño de espacio escénico: Ricardo Sánchez Cuerda

Diseño de vestuario: Elda Noriega (AAPEE)

Composición música original y espacio sonoro: Álvaro Renedo

Una producción de GG Producción escénica y Teatro del Nómada en coproducción con Carallada!!, AJ Claqué, María Díaz Comunicación, Mardo, Juan Carlos Castro, Saga Producciones y Diodati se mueve

Naves del Español en Matadero (Madrid)

Hasta el 11 de junio de 2023

Calificación: ♦♦♦

Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:

donar-con-paypal
Patreon - Logo

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.