Juan Mairena ha escrito un texto sobre la actriz Bette Davis, donde da buena cuenta de su genio
No pocas veces se ha recordado aquel célebre paso de Bette Davis por el Festival de San Sebastián en 1989, donde fue galardonada justo antes de que muriera unos días después en París. Anécdota esta que también se recuerda y se repasa en el montaje que se representa en Nave 73. Juan Mairena ha escrito un texto dramático cargado de episodios memorables de una de las actrices más célebres de ese Hollywood que queda ya muy atrás en el tiempo, y que parece que las nuevas generaciones rechazan (o ignoran) en demasía. De ahí que las letras caídas por el escenario de aquel famosísimo letrero, no solamente simbolicen la decadencia y resurgimiento de la intérprete; sino, incluso, una idea de cine que resulta caduca ante los productos mainstream de las últimas décadas. Y es que la escenografía de Juan Sebastián Domínguez (con una iluminación de Bea Francos muy atinada al respecto) permite reconfigurar imaginariamente una época y, además, de forma más realista, el despacho del Hollywood Reporter, el periódico aquel donde quiso poner un anuncio para ofrecerse como artista. Asimismo, valen los enormes caracteres para proyectar algunas de las escenas más significativas de esas películas que se recorren a lo largo de la función, efecto este que le otorga un aire melancólico; pero también, si se quiere, didáctico. Pues no deja de ser esta una propuesta que se mantiene en una «cómoda» posición, donde el relato pasa de un momento a otro, sin profundizar de una manera más escabrosa en los puntos más oscuros de la biografía. Esto puede llevar a que el espectador que esté menos al tanto de esta conflictiva existencia no le dé suficiente importancia al trato que tuvo, por ejemplo, con sus cuatro maridos, entre los que se encontraba William Grant Sherry. Sí que nuestro dramaturgo lo nombra; pero deberíamos entender algo más de la violencia que hubo en ese matrimonio. Aunque es cierto que se detalla su enamoramiento por William Wyler, quien la dirigió en varias ocasiones.
Cuando aparece, al principio, Mélida Molina, con el cigarro perenne en los labios, para presentarnos a su particular Betty Davis, se percibe algo de extrañeza, porque de forma abrupta se nos traslada a un lenguaje que parece algo impostado, altivo y grandilocuente. Luego, ciertamente, nos acostumbraremos y la actriz logrará cautivarnos con sus gestos tan singulares, la sorna que destila, la vena vitriólica y, evidentemente, un egocentrismo que, como suele ocurrir en este tipo de estrellas, no deja de ser una máscara que sobrepone a las profundas debilidades. Tenemos a una mujer que nos mira y nos reta con insolencia encantadora. Nos hallamos en 1962, tiene 54 años y ha decidido que su carrera no puede estar acabada para siempre, que ella quiere seguir en la profesión; aunque no le hace falta el dinero. Con un arrojo creativo muy palpable, se decide a dictar: «Madre de tres hijos… más amable de lo que dicen. Se ofrece para trabajo estable en Hollywood…».
En la redacción de esa publicación nos encontramos con un tal Lukas, que Carlos Troya encarna con pulsión juvenil y con esa timidez propia de los que se topan con alguien que admiran. Este personaje está muy bien traído en cuanto que, de manera fluida, también funciona como narrador para ofrecer al público toda una serie de hitos biográficos sobre la actriz. Este procedimiento no sería una rémora si, por otro lado, se ofrecieran otros modos dramatúrgicos para romper con ese ritmo un tanto monótono por el cual se va engarzando una vivencia con la siguiente. Sí es cierto que en un momento determinado se pegan un baile para recrear la escena de Jezabel; pero no me parece suficiente. Y es que, el hecho de que este joven termine por ser Lukas Heller, el guionista de ¿Qué fue de Baby Jane?, el último de los grandes éxitos que tuvo Betty Davis, cuando se enfrentó a su rival Joan Crawford, podría haber dado un poco más de juego.
Desde luego, en el texto de Mairena no se echa de menos nada sustancial. Escuchamos hablar de Eva al desnudo, de esa obra maestra que en el 2021 protagonizó en el teatro Ana Belén, en una adaptación bastante insignificante. O la explicación de por qué la llamaban «loba» (que nos trajo a la memoria aquella vigorosa pieza dirigida por Gerardo Vera, con Nuria Espert al frente, en la versión del famoso libreto de Lillian Hellman). Y, claro, todas las penurias y dificultades que implica una factoría imparable como aquella, con gente como Jack Warner haciendo películas sin comedimiento. Ni una mujer con tanta bravura y con esas ansias por lograr papeles verdaderamente sobresalientes podía soportar aquello.
En cualquier caso, la factura del espectáculo supera con creces lo que suele encontrarse uno en el circuito off, es decir, la producción se ha volcado con un montaje debería tener futuro a lo largo de los meses, pues aquí contamos con una genuina estrella, de cuando todavía podíamos fascinarnos por esos individuos que nos parecían tan especiales y que aún podían esconder sus miserias con algo de estilo para regresar al glamour. Hoy la intimidad se vende barata, y enseguida comprobamos que aquellos que aspiran a convertirse en astros son de carne y hueso como todos los demás.
Texto y dirección: Juan Mairena
Reparto: Mélida Molina y Carlos Troya
Escenografía: Juan Sebastián Domínguez
Vestuario: Guadalupe Valero
Caracterización: Chema Noci
Iluminación: Bea Francos
Videocreación: Luiscar Cuevas
Movimiento: Julia Monje
Ayudante de dirección: Pablo Martínez Bravo
Producción: La Caja Negra Teatro
Diseño gráfico: María La Cartelera
Sala Nave 73 (Madrid)
Hasta el 26 de mayo de 2023
Calificación: ♦♦♦
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