La vida es una fiesta

Los Chiens de Navarre regresan a los Teatros del Canal para realizar un ataque satírico contra todas las cuitas de nuestra contemporaneidad

La vida es una fiesta - Foto de Philippe Lebruman
Foto de Philippe Lebruman

Quienes acudimos en 2021 a esta misma Sala Verde de los Teatros del Canal para disfrutar de No todo el mundo puede ser huérfano; ya nos quedó claro de qué palo van estos cafres de Chiens de Navarre. Aunque lo evidente en este nuevo proyecto es que la cohesión es más endeble; puesto que no se sustenta tanto en un argumento con su hilo conductor, sino que se dedican a satirizar salvajemente los desvaríos de nuestra contemporaneidad, los conflictos políticos, los traumas personales y otros trastornos que deben mostrarse cuanto antes.

Quizás lo que se percibe más acuciantemente es que Jean-Christophe Meurisse, en la dirección, es capaz de llevar la función a cotas de desfase altísimas; pero también de bajarlo hasta posiciones de humor más juguetón e irónico. La distancia entre esas dos posturas es tremendamente excesiva y no parece que haya puntos intermedios. No hay más que escuchar la cadencia de las risas del público en la grada para comprobarlo. Pasamos de la estupefacción, el asco y las carcajadas descacharrantes (para quien entre en este tipo de sátira vitriólica y escatológica), a instantes donde apenas se oye un gemido, no porque el humor desaparezca, sino porque la situación en la que nos adentramos tiene más que ver con paradojas o más sutiles o más absurdas, que no buscan denodadamente la gracia permanente a través del lenguaje. O sea, el contraste entre los diversos lenguajes humorísticos provoca, además, desacoples en la unidad y en el ritmo.

Luego estaría la cuestión de las temáticas puestas en juego, que son varias y que, por supuesto, son las más candentes. Posicionarse tan cínicamente contra todo los sitúa y nos sitúa en un espacio de elitismo intelectual (contra el que también se revuelve la obra, pues no faltan remisiones a que estamos en un teatro subvencionado), donde parece que todos quedamos fuera de la quema. Aunque a quien más y a quien menos le debe competir alguna de los asuntos tratados. Este distanciamiento termina por disolver la propia crítica social, pues, al final no hay enemigo contra el que ir; no obstante, el enemigo sí que está, por mucho que no se lo identifique claramente. Nos podemos reír de nuestras miserias y, sobre todo, si esas miserias las sufren más otros.

Fenomenal es la trifulca del parlamento improvisado con el que somos sorprendidos nada más adentrarnos en la sala. Pleno en el que se debate la renta universal. Portavoces de partidos inscritos con nombres de identidades, de géneros, de visiones políticas extremas que degradan intelectualmente a los representantes públicos. Las pasadas que se pega Anthony Paliotti, como presidente de la asamblea, caldean el ambiente para que, en el primer sketch, tras esa grandiosa captatio benevolentiae, Fred Tousch pueda desbarrar con el discurso más políticamente incorrecto que nos podamos imaginar y que muchos identificarán con algún líder de extrema derecha como Éric Zemmour. Valdría esta escena como un segundo prólogo antes de que se suba el telón y llegue un tercer prólogo de altísima intensidad para presentarnos al personaje más disruptivo de todo el espectáculo (después tendrá varias intervenciones grandiosas). Lo que hallamos es un manicomio desvencijado, una ruina con una claraboya tomada por los hierbajos, alguna taquilla oxidada y una máquina expendedora de cualquier cosa menos cocacolas (sale un puerro). ¿Un Charenton para una remodernización del Marat-Sade, de Peter Weiss? Creo que cerca le anda. Nuestra bestia vesánica es un Ivandros Serodio «asqueroso», despelotado, marrano, baboso, que se sube por las butacas y que llegará a encetarle una buena plasta de mierda en la boca a un ministro. Ya sabemos que a los Chiens de Navarre también les va este rollo escatológico; aunque los espectadores más finos lo rechazarán. Pero no podemos negar que el tipo se emplea a fondo y que resulta inquietante. Por momentos, me pareció que generaba una tensión parecida a la que se representaba con ese «humano simiesco» en The Square, de Ruben Östlund (otro sátiro de las estupideces contemporáneas).

Consiguen llevarnos a su terreno puesto que, a pesar de que se mueven en la cultura francesa (quizás algunos nombres de actrices que se nombran como Isabelle Adjani, podrían haberse cambiado, de la misma forma que se habla de Parla), intentan provocarnos, hablando de España, ya sea con alusiones directas para atacarnos o para agraciarnos con un populismo zafio.

En ese siquiátrico transcurren las diferentes piezas con más o menos enjundia. Resulta muy cachonda la ginecóloga que le hace el «arreglo y la limpieza» (como si fuera un vehículo) a una Delphin Baril que tiene grandes preocupaciones sobre su atractivo una vez ha pasado los cuarenta. Es este uno de los temas, como también lo es la cuestión laboral, con los chalecos amarillos al frente (y frente a la policía) o la salud mental, con unos cuantos melancólicos y suicidas intentando sostenerse a la vida. Puede que este último aspecto sea el que pueda reverberar más en nuestra memoria una vez pasada la función, pues en los diálogos finales podemos escuchar algunas de las frases más sensatas de esta «fiesta». En cualquier caso, todo el elenco está conjuntado por una espontaneidad inmensa.

Me sigue pareciendo que esta compañía no defrauda y que en su desparrame nos somete a una buena dosis de zurre oxigenante, que nos planta frente a un espejo deformado en el que nuestro reflejo es ridículo. Al menos tendremos que reírnos al máximo, aunque solo sea durante noventa minutos antes de volver a contaminarnos con la estupidez.

La vida es una fiesta

Dirección: Jean-Christophe Meurisse

Socia artística: Amélie Philippe

Intérpretes: Delphin Baril, Lula Hugot, Charlotte Laemmel, Anthony Paliotti, Gaëtan Peau, Ivandros Serodio y Fred Tousch

Equipo técnico: Agustin Grenier, Nicolas Guellier, Stéphane Lebaleur, Sophie Rossignol y Pierre Routin

Producción: Les Chiens de Navarre

Equipo de producción: Jason Abajo, Antoine Blesson, Marianne Mouzet

Coproductores: Les Nuits de Fourvière – Festival international de la Métropole de Lyon; La Villette – París; MC2: Maison de la Culture de Grenoble; Le Volcan scène nationale du Havre; TAP – Théâtre Auditorium de Poitiers; Le Quartz scène nationale de Brest; MC93 – Maison de la Culture de Seine-Saint-Denis; La Rose des Vents scène nationale de Villeneuve d’Ascq; Scène nationale Carré-Colonnes – Burdeos Métropole; Les Salins scène nationale de Martigues; Le Manège scène nationale de Maubeuge; Château Rouge scène conventionnée de Annemasse; La Comète scène nationale de Châlons-en-Champagne; L’Onde Théâtre Centre d’art de Vélizy-Villacoublay

Con el apoyo del Théâtre des Bouffes du Nord, la Ferme du Buisson scène nationale de Marne-la-Vallée y de la Maison des Arts de Créteil

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 23 de abril de 2023

Calificación: ♦♦♦

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