El peso de un cuerpo

La dramaturga Victoria Szpunberg ha puesto su experiencia personal para plasmar el trato a los ancianos enfermos en nuestro país

El peso de un cuerpo - David Ruano
Foto de David Ruano

Que Victoria Szpunberg haya querido trasladar su propia vivencia a través de una incursión onírica, nos sitúa en ese kafkiano camino hacia una resolución que se anticipa con creces y que está repleta de dolor. La Ley de Dependencia es una broma de mal gusto, como otras tantas normas y derechos adquiridos que se inmaterializan en nuestra sociedad de consumo. El «vuelva usted mañana» es un martillo pilón en el sistema burocrático.

Cuando el padre sufre un ictus y la hija que vive con él ha de hacerse cargo de un cuerpo moribundo que no parece que vaya a encontrar una salida conveniente, todas las cuitas sobre la mejor muerte se agolpan, mientas aún queda la esperanza de que salga de esta. El peso de un cuerpo es la historia de un ensañamiento moral y social, donde no da la impresión de que tengamos las cosas claras.

Olga es una Laia Marull que ofrece un equilibrado contraste entre sus destellos musicales de nostalgia y el sufrimiento agotador que supone cancelar su rutina, y asumir que el despido de su trabajo ha llegado y que ni siquiera tiene fuerzas para desesperarse. La actriz, quien habitualmente transmite con mucha hondura su tristeza, también nos introduce con verosimilitud en esa etérea atmósfera de la desesperación.

La dramaturga juguetea con el drama chejoviano de Las tres hermanas y un progenitor rusófilo y marxista, que no había terminado de asumir que su ideología pervive únicamente en su imaginario deseante; aunque no parece haberse preocupado de comprender las reglas del mundo presente. Mientras que las otras dos hijas —interpretadas por la propia Marull a través de «videollamada» con cierta artificiosidad— habitan en Andorra y en Rusia, respectivamente, alejadas de ese mundo de barrio humilde barcelonés en el que ha querido anclarse su padre, donde «conviven» los vagabundos tirados en el suelo y los yonkis de nueva generación con los zafios turistas del Airbnb. Porque esta, además, es un discurso del quiero y no puedo.

Lo interesante es contemplar la posición de nuestra protagonista, en la que se verán reflejadas, sobre todo, muchas mujeres, reconvertidas en cuidadoras, antes tildadas peyorativamente de «solteronas» que, por no tener excusa (póngase la distancia, la familia o el escaqueo torticero)… Pero Olga es una mujer madura, que ha ido olvidando su interés por la música, por los festivales, por su atracción por Iggy Pop, que aquí representa Carles Pedragosa en una de las mejores y más estrafalarias actuaciones del espectáculo. Luego, el intérprete y músico, se desempeñará en múltiples papeles; aunque, sobre todo, se empleará a fondo con la creación de distintos sonidos y melodías idóneos para un ambiente somnífero. Por otra parte, David Marcé, aparece como una especie de ángel, un apoyo imprevisto, un celador que se involucra en el drama de esta hija desnortada, con un flirteo sanador. Tiene la capacidad el actor para adentrarse con agilidad en los diferentes vericuetos del relato para darle consistencia y dinamismo.

Ciertamente, la gran valía de esta función está en que Szpunberg ha logrado escapar del realismo de denuncia más tópico y nos ha llevado al interior de la protagonista para indagar en su fuerza y en su resistencia, pues no solo el estado marca sus normas y su ritmo, sino también una cultura judeocristiana que tiene una impronta prácticamente indeleble. Por eso resulta, incluso más paradójico, que el padre comunista termine en un centro dirigido por las Hermanitas Hospitalarias del Sagrado Corazón (del Opus Dei). Que allí, oníricamente, se paseen en silla de ruedas Marx, Lenin y Stalin no cambia el hecho de que el paciente, por lo visto, se ha mantenido erre que erre en sus convicciones.

Tengo que valorar positivamente el aporte de Sabina Witt, quien canta con gran potencia varias canciones y que resulta vibrante para que la obra no se despeñe por el decaimiento y por el cansancio que arrastra Olga. No obstante, creo que a veces la música se inserta con calzador, que se fuerza su inclusión. Y que, si hay que ponerse un poco tiquismiquis, algunas escenitas tienen gracia, pero no son suficientemente redondas. Y pongo de ejemplo el encuentro con la pitonisa o con el anticuario ruso, con los que no se va a más y resultan poco convincentes.

En cualquier caso, El peso de un cuerpo se inmiscuye con la zozobra y la rabia lógicas de quienes se topan con una realidad casi inevitable. Y de cómo el poco o mucho equilibrio que se tuviera en la rutina de nuestro mundo tan dinámico queda trastocado sin remisión. ¿Cuánto pesa un cuerpo que ya no tiene alma?

El peso de un cuerpo

Texto y dirección: Victoria Szpunberg

Reparto: David Marcé, Laia Marull, Carles Pedragosa y Sabina Witt

Escenografía: Judit Colomer

Iluminación: Marc Lleixà

Vestuario: Albert Pascual

Composición musical: Carles Pedragosa, Joan Solé y Sabina Witt

Movimiento: Montse Colomé

Espacio sonoro: Joan Solé y Guillem Rodríguez

Vídeo: Joan Rodon

Dirección de producción: Carles Manrique

Dirección técnica: Xavier Xipell y Ángel Puertas

Ayudante de dirección: Iban Beltrán

Ayudante de producción: Laura Alonso

Diseño gráfico: María Picasso

Fotografía: David Ruano

Coproducción: Centro Dramático Nacional, Teatre Nacional de Catalunya y Velvet Events

Teatro Valle-Inclán (Madrid)

Hasta el 23 de diciembre de 2022

Calificación: ♦♦♦

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