Las chicas de la compañía Piel de Lava encarnan a cuatro trabajadores de una petrolera argentina para desarrollar una propuesta conmovedora y satírica

Los espectadores sabemos que esos trabajadores que se nos presentan como si fueran cromos de una colección o como estrellas de una teleserie son unas actrices que se han disfrazado de hombres. Disfraz y no caracterización perfeccionista e ultrarrealista; porque el disfraz vale para jugar irónicamente con nosotros y buscar el doblez cómico cuando el montaje va cayendo en cierto esperpento absurdo. Sus barbas y sus bigotes son carnavalescos, están perfilados, sus pelucas ni siquiera parecen de buena calidad y no digamos ya si una se saca finalmente su prótesis de pene fláccido y las observamos con piernas y axilas absolutamente depiladas —no es un fallo, desde luego, es una intención—. Ellas no se esconden totalmente detrás de sus papeles de machotes en una estación petrolera en la Patagonia y este es un choque que olvidamos en los momentos más profundos, aquellos en los que se discurre sobre sus derechos laborales o sobre las condiciones en las que trabajan.
Quizás lo mejor que tiene esta obra es que hallan puntos de deriva que permiten habilitar otras miradas y percepciones para no encerrarse en el puro objetivismo. Es decir, nos debe parecer —y a mí me lo parece, y mucho— conveniente para el teatro tratar las vivencias de colectivos que, en gran medida, no nos parecen muy atractivas o con las que directamente no nos vamos a sentir representados o interpelados; pero convengamos que la sencilla observación cuasi antropológica, con las costumbres, los hábitos, los aspectos técnicos podría ser de lo más aburrido sobre un escenario si no se aspira a contarnos una historia, como ocurre aquí. Esas derivas tienen que ver con el propio comportamiento de estos tipos, caricaturesco y estereotipado; pero con una cercanía y una credibilidad respetable. No olvidan la seriedad. Por otra parte, incluyen un aspecto que podríamos juzgar de metateatral o hasta parateatral, puesto que Palladino, El Palla, el operario nuevo, el que acaba de integrarse en el grupo y con el que deben convivir, no tiene reparo en llevar prendas de su mujer, desde un abrigo de piel que le acaba de comprar hasta un jersey color mostaza muy llamativo en su diseño, pasando por las ropas que guarda en su macuto como un vestido de lentejuelas, unos zapatos de tacón, maquillaje, etcétera. Este hecho, puede tomarse como una provocación friki del personaje (en la línea que trabajan a veces los hermanos Coen) o como algo que tiene que ver —así lo percibe el público— con el hecho de que sean actrices haciendo de varones. Sería como un juego metateatral donde ellas anhelan deshacerse de la máscara y terminar con la broma antes del final. Esto vale para desarrollar un humor procaz, que nos deja quitar hierro al asunto que tratan. Diré, además, que Elisa Carricajo está espléndida con este carácter, el más matizado, el más potente. Primero, porque va de menos a más, de la introversión propia de quien está auscultando el terreno, conociendo a sus compadres y su verborrea insolente; y, segundo, porque posee más cultura que el resto y, además, atesora una conciencia sobre sus derechos laborales que lo sitúan en otro nivel.
En cualquier caso, todas están maravillosas. Sus modos, sus gestos tan particulares, la impostación de la voz y su movimiento tan espontáneo a través de las escenas configuran un clima actoral muy impactante y peculiar, avieso, raro y muy satisfactorio. De hecho, su éxito en la Sala Mirador fue clamoroso. Quizás el público más cinéfilo las conozca por haber participado en esa película descomunal y extraordinaria de Mariano Llinás titulada La Flor, y que dura catorce horas (altamente recomendable).
Por otra parte, la escenografía de Rodrigo González Garillo, el contenedor habitual donde se hospedan este tipo de currantes, un espacio hiperrealista que se desmonta en distintas partes para que nos podamos acercar más al detalle; ya sea la zona de dormitorio o la cocina o el cuarto de baño, pues no hay más. Luego, el generador de energía eléctrica que hay fuera vale para que los hombretones discutan sobre cómo arreglarlo, llevando los tecnicismos de la mecánica hasta el paroxismo más risible. En todos esos recovecos, quien lleva la testosterona más al límite es El Carli, una Pilar Gamboa que cumple con el ejemplo máximo de esa masculinidad asfixiante y asfixiadora con gracia y con un énfasis fabuloso. Bien es cierto que para el espectador español ese registro coloquial del argentino nos parece algo enloquecido, imparable y gracioso. Él impone su fuerza dialéctica (llena de temores ocultos, por supuesto) a los demás, y su nerviosismo cuando ve que el nuevo le hace sombra. Luego, Formosa, es acogido por Valeria Correa con el mayor enmascaramiento de todos. Con él no veo dudas, y es un personaje timorato; pero necesita explotar y así lo hace. Atesora una bondad fantástica y nos conmueve. Mientras que Montoya nos trae a una Laura Paredes que se queda con el rol más amargo. Un tipo envejecido, débil tanto sicológica como físicamente, que se ve incapaz de superar ese puesto de subalterno en el equipo.
Como afirmaba más arriba, a mí me parece interesantísimo que se trate en el teatro la cuestión del trabajador, del trabajo duro, con todos sus condicionantes, tanto ahora que se empieza a hablar con más enjundia —volvemos a Marx— de las alienaciones del obrero —que nadie se olvide de Stajánov—, de la meritocracia como mito (o no para todos los ámbitos y condiciones). También, además, Petróleo nos vale como ejemplo antropológico, como si fuéramos unos científicos que nos dedicamos a observar a unos tíos en sus relaciones íntimas, con todos esos temas de hombres prototípicos (se usan como comodín para evitar los silencios) y los temas elididos que dicen tanto de ellos. Y, principalmente, la tensión por ser constantemente lo que se espera que sean. ¡Qué angustia!
Al final, Piel de Lava disponen un acontecimiento, un lapso en un lugar ignoto e inhóspito donde las reglas sociales perviven con mucha pujanza, incluso aunque no haya nadie allí para juzgarlos. O, precisamente por ello, es por lo que pueden romper ciertos tabúes.
Dramaturgia y dirección: Piel de Lava y Laura Fernández
Elenco: Elisa Carricajo, Valeria Correa, Pilar Gamboa y Laura Paredes
Producción ejecutiva: Mariana Mitre
Música y diseño de sonido: Zypce
Iluminación: Matías Sendón y Adrián Grimozzi
Vestuario: Gabriela A. Fernández
Escenografía: Rodrigo González Garillo
Producción: Piel de Lava
Presentado en colaboración con el FIT de Cádiz, Festival Temporada Alta, Teatro Lope de Vega de Sevilla y el Festival de Otoño
Sala Mirador (Madrid)
Hasta el 12 de noviembre de 2022
Calificación: ♦♦♦♦
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