El dramaturgo José Troncoso crea su obra más profunda a través de las vidas de tres barrenderos en la contemplación del absurdo
Continúa exprimiendo su estilo José Troncoso y esta vez con una de sus propuestas más acertadas, más profundas en su cosmovisión y mejor desarrolladas en cuanto a su trama y a la plasmación de unos caracteres que, nuevamente, se configuran como marionetas, como clowns que caminan con rápidos pasos cortos con los pies hacia fuera. Como unos vagabundos, adoradores de Diógenes, que observan el mundo fuera de él, mientras la muchedumbre duerme. Son tres barrenderos que nos evocan un reducto onírico, como si fueran emanaciones de unos tipos que han vivido historias dolorosas y que los subsumen en una alegoría de sí mismos. Propiciar este cuadro estrafalario y altamente raro es el acierto mayor del dramaturgo. Luego, cada una de las biografías puede tener más o menos enjundia, puede remitirnos a un costumbrismo más o menos rancio; la cuestión es la atmósfera por la que deambulan: un limbo de nocturnidad.
Algo que se detecta enseguida es el desencanto; pero también su humor cínico. Poseen verdades, propias de sus experiencias desdichadas y de esas observaciones callejeras entre la basura sui géneris de esa sociedad de consumo que se acoge al somnífero para ganarse el día siguiente con la lengua fuera. Y, claro, no hay nada como ver a esos tipos beckettianos y zarandescos preguntándose absurdamente por su destino, por el sentido de la vida, una vez que asumen que su existencia es un ritual repetido al caer el sol, que lo suyo es barrer los desperdicios, limpiar las calles, renovar el futuro de los trabajadores del mañana, mientras aguardan a cumplir esforzada y desesperanzadamente a regresar a su tarea. Sísifos sin parangón, en lo más bajo de la escala laboral; pero con una forma luminosa de descubrimiento personal.
Para acometer esta faena interminable, los tres protagonistas cumplen perfectamente con su caracterización; pues en sus similitudes, en sus rasgos de personaje plano construido con cuatro remiendos, los matices que imprimen cada uno de ellos es suficientemente significativo como para que la síntesis del trío vertebre la desazón o la aquiescencia, ustedes dirán. Luis Rallo, el Mediano, nos prepara con insistencia para su terrible final. Le duele «aquí», aunque no es nada. El vínculo con su madre se sustenta en el bocadillo que cada madrugada lleva bien envuelto en papel de plata, como un tesoro, a esa intemperie desagradable. La mamitis lo marca y no le deja volar, al muy tontorrón. Su gestualidad está muy bien definida para expresar esa pesadumbre que lo va inundando. Luego, el Grande, nos deja un contraste muy pertinente entre su vigorosidad y su energía, y esos flashsbacks donde se evidencia el maltrato al que sometía a su mujer, y que nos dejan a un Alberto Berzal cuasihipnotizado en su angustia. Por su parte, Finito incide en rebuscar en su penuria, en el acoso sufrido, en su homosexualidad oculta y en su enmascaramiento social junto a sus compañeros, que Israel Frías exprime con tensión y gran presteza.
La interrelación de los tres a través de la iluminación creada Javier Ruiz de Alegría, quien ha fomentado el claroscuro para que esos rostros blanquecinos pululen como espectros, fluye sin fin a través de esos papelajos que barren en círculo como si fueran indelebles. La vida como rueda de ratón. El sinsentido de los que duermen y la estupefacción de los despiertos; pero no hay respuesta y no parece que nadie vaya a venir a dársela. Ellos comprueban que los relojes que encuentran están rotos, que no pueden medir el tiempo y que en su territorio poco importa, pues da igual cuánto dure la jornada si es imposible frenar ese ciclo inexorable que los destina a la muerte definitiva, mientras se mueren en vida.
Aunque la función es breve, las habituales repeticiones con las que busca la comicidad el autor se hacen insignificantes a medida que se avanza. No obstante, es su mejor obra, la que se debe exprimir, pues contiene mucha potencialidad. Creo que dentro posee más de lo que se observa y pienso, realmente, que a tenor de lo contemplado en La noria invisible en el Teatro Español —tan insignificante—, son Los despiertos los que deben mirarnos con su tristeza sincera a los ojos.
Autoría y dirección: José Troncoso
Adjunta a la dirección: Belén Ponce de León
Intérpretes: Alberto Berzal, Israel Frías y Luis Rallo
Diseño de iluminación: Javier Ruiz de Alegría
Música original y espacio sonoro: Mariano Marín
Producción: Los Despiertos
Gestión de producción: Eslinga
Comunicación: María Díaz
Fotografía: Paco Ureña
Diseño gráfico: Jaroriro
Vestuario: Felisa Kosse
Tinte y ambientación: Taller María Calderón
Teatro del Barrio (Madrid)
Hasta el 9 de octubre de 2022
Calificación: ♦♦♦
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