Artaud

El dramaturgo argentino Sergio Boris nos adentra en la esfera macilenta de un psiquiátrico desmantelado

Asumamos que el teatro de Sergio Boris es un acontecimiento, una situación, una deriva hacia la nada o hacia donde nosotros queramos extenderla una vez se apagan las luces; pero no esperemos un relato. Es un corte surreal (pero muy real) en la coordenada espacio-tiempo. Que sea suficiente teatralmente hablando ―ahí incluimos el concepto y la forma―, ya depende de las significancias con la realidad ajena y aledaña que se puedan establecer, con las metáforas que podamos perfilar. Pudimos descubrir al dramaturgo argentino en Madrid hace tres temporadas, cuando presentó su exitoso Viejo, solo y puto. Ahora con Artaud ―toma como lejana inspiración las cartas del actor y escritor francés―, encontramos que el estilo sigue incólume. A pesar de que el terreno sobre el que se materializa la acción posee elementos identificables, ya sea una cama, un retrete, una mesa o un frigorífico; lo cierto es que termina por ser un no-lugar convertido en el reducto de uno tipos marginales. Para cualquier espectador español la referencia de La Zaranda es inevitable; aunque también sobrevuela por ahí Spiro Scimone (véase, por ejemplo, El patio). Y, por qué no, al propio Buero Vallejo con La Fundación. Porque hemos de suponer que aquello es un psiquiátrico en proceso de aniquilación y que unos cuantos pacientes se han apostado a la entrada hasta que la policía se los ha llevado a comisaría, incluido al doctor. Dentro lo esperan unos estrafalarios individuos que representan papeles inconsecuentes, difusos e incomprensibles. Básicamente porque se ven abocados al fingimiento en esa reclusión inhóspita. El transcurso de la función es claramente moroso hasta que llega la parte final y parece que se precipita la tensión. Hallamos dos elementos antagónicos que se encuadran en las dos caras de una misma moneda y que mantienen la dicotomía entre la cordura y la enajenación. Es decir, un paciente y su doctor. El primero es Fabio, un Federico Liss portentoso, entre sonado e inofensivo, un hombre que literalmente se descompone, que necesita recurrir al váter cada poco para defecar interminablemente. Un enfermo que lucha por quedarse y no tener que dormir en una pensión. O sea, prefiere permanecer en ese lugar putrefacto y cochambroso que, de alguna manera, le hace sentirse seguro. Por su parte, el doctor, que acaba de llegar de la comisaría, pronto manifiesta una extraña sensación de comodidad hogareña, con su novia, con su auxiliar y un tío servicial que se dedica a limpiar; para después transformarse en un verdadero energúmeno. De esta manera, Pablo de Nito se desconfigura hasta la asunción de que él, además, forma parte de un estrato marginal de resistencia inane. Un proceso de inversión similar ―sin embargo, muy alejado estéticamente― del Chéjov de El pabellón número 6. Entre ambos extremos, ya digo, se sitúa César, que está encarnado por Rafael Solano, quien fuera un interno de aquel centro; pero ha asumido el rol inequívoco de siervo complaciente y, a la vez, furioso, empeñado en mantener impoluto aquel chamizo hediondo. En cuanto a la amante, Verónica Schneck, intenta conjugar diferentes facetas para terminar en terreno de nadie; pues, por lo visto, trabaja en una sala de fiesta que se ubica al otro lado de la calle y todavía no sabe si ha descubierto el camino definitivo para ascender socialmente. Finalmente, Elvira Onetto acoge el rol de ayudante, un personaje algo oscuro, silencioso, que enseguida asume su posición de secundaria. El elenco dispone a través de su diálogo de apariencia espontánea y natural, una atmósfera de vaciamiento, sin argumento, sin historia, como si se fueran a quedar allí eternamente hasta que la mierda los devorase. Esa es la gran virtud de Sergio Boris, de adentrarse con un peculiar objetivismo en la guarida de unos seres que transitan en una suspensión temporal; aunque paradójicamente se afanen rabiosamente en la nimiedad de sus actividades rutinarias. También es verdad que nos quedamos anquilosados como espectadores, como atascados en una función que pierde sentido en el sinsentido siquiátrico. Sabedores de que nuestro mundo huye de la escatología palpable en todos sus significados, de que el contexto es el de la sociedad de consumo, de la tecnología espectacular y de la escapatoria por la tangente. Artaud cuenta con la escenografía de Ariel Vaccaro, quien ha logrado transmitirnos la cochambre e, incluso, los olores pútridos que proceden de aquel baño jiñoso engañando a nuestra imaginación. A la postre, parece que el último tramo ansía atinar una salida; aunque sea la más tajante posible. Esta situación, mucho más dinámica e interesante, nos hace reflexionar sobre la esperanza de aquellos que no encuentran amparo y de aquellos que han perdido toda capacidad de resiliencia.

Artaud

Dirección y autoría: Sergio Boris

Intérpretes: Federico Liss, Pablo de Nito, Elvira Onetto, Verónica Schneck y Rafael Solano

Asistente de dirección: Adrián Silver

Escenografía y realización: Ariel Vaccaro

Iluminación: Matías Sendón

Vestuario: Magda Banach

Diseño sonoro: Carmen Baliero

Fotografía: Ariel Feldman

Diseño gráfico: Alejandra Granata

Producción: Maxime Seugé y Jonathan Zak

Asistente de producción: Carolina André

37º Festival de Otoño

Sala Cuarta Pared (Madrid)

Hasta el 28 de noviembre de 2019

Calificación: ♦♦♦

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