La compañía Ultramarinos de Lucas celebra su vigesimoquinto aniversario revisitando esta historia sobre un joven nihilista
La acentuación radical que propone el libro de Janne Teller, publicado en el 2000 ―después fue prohibido y ahora es lectura obligatoria en muchos institutos―, es una vara de medir ineludible para capturar la sociedad de nuestro tiempo. Aunque los protagonistas son adolescentes ―y ellos mismos pueden y deben leerlo―, el público objetivo es amplísimo (o, quizás, todo lo contrario); pues se puede comprender asumiendo que se vertebra desde diferentes capas. La primera es la filosófica, más concretamente desde la corriente del nihilismo con desembocadura en el existencialismo (reconocemos a Kierkegaard, Nietzsche; pero también a Camus). Que la autora sea danesa y que sus compatriotas se espantaran con su propuesta, no es un dato baladí. La religión protestante potencia más el individualismo y este propicia un cuestionamiento de la propia existencia cuando flaquea la fe. «Dios ha muerto», según la sentencia de Dostoievski en Los hermanos Karamazov, por lo tanto: ¿cuál es el sentido de la vida? ¿Qué hacemos aquí? Curiosamente, en el Centro Conde Duque (con una sala de teatro dedicada fundamentalmente al teatro para jóvenes inquietos) se acaba de representar un montaje con líneas fundacionales parecidas (Un cine arde y diez personas arden). Por otra parte, la sociedad de bienestar está generando un tipo de colectividad repleta de paradojas: consumo masivo de gente que pretende ser distinta en la igualdad del grupo para buscar la permanente admiración (el narcisismo). Esta situación ha propiciado una ansiedad por ser reconocido socialmente (las redes están llevando esto hasta el paroxismo). Finalmente, no se puede permitir que las personas se detengan a reflexionar sobre su propia felicidad, sus propios deseos, sus propias decisiones; ya que esto podría propiciar un desánimo generalizado (de alguna manera ya pasa) que aumentara más el suicidio (el gran tabú de España con sus casi cuatro mil muertos al año), o que se redujera el gasto o que este fuera mucho más exigente. Y es que Antón, un muchacho de diecisiete años, de un instituto de Alcalá de Henares ―han adaptado la novela a través de un taller con adolescentes―, se ha subido a un ciruelo ―por un momento podríamos pensar en una especie de Simón el Estilita― para proclamar al mundo que: «Nada importa» y, por lo tanto, «no merece la pena hacer nada». En un principio, esto no pasa de una boutade; pero enseguida se convierte en una verdadera provocación. Porque si tiene razón, entonces el resto de amigos resultan estúpidos al esforzarse por hacer «algo». Y es más, serán todavía más estúpidos si no son capaces de encontrar alguna respuesta que contradiga la postura del protagonista. Es decir: «¿Qué sentido tiene la vida?», o, si se quiere, al modo de Albert Camus en El mito de Sísifo, cuando se plantea la cuestión del suicidio. ¿Por qué no nos suicidamos si la vida es absurda? Aquí puede afirmarse que el planteamiento es algo falaz en cuanto que es una discusión de bachilleres y que puede faltar la visión de los adultos. O sea, de individuos que han tenido experiencias suficientes como para hacer una valoración de pros y de contras. El caso es que el resto de la muchachada se pone manos a la obra para organizar lo que ellos llaman «el montón de significado», es decir, sacar a relucir todas esas cosas que tienen auténtico valor para ellos. A partir de aquí, digamos ―para no revelar demasiado―, que deriva en un modo de competición por ver quién llega más lejos. Lo importante es cómo todos esos conceptos a los que me refería al inicio se sintetizan en la fuerza del grupo frente al individuo incólume. Dadas las circunstancias, el espectador que conozca películas como La ola (también su versión teatral) y otras muchas donde la masa se transforma en un engrudo sin compasión ni raciocinio, comprenderá que el final se ajusta a la lógica (terrible). Nada, por lo tanto, es un texto inteligente y que podemos exprimir al máximo en nuestros días. La veterana compañía Ultramarinos de Lucas, con Marta Hurtado, Juan Monedero, Juan Berzal y Jorge Padín han realizado un trabajo algo austero en cuanto a la escenografía y el atractivo visual; pero bastante dinámica en la difícil presentación de tantos personajes secundarios. Siempre y cuando aceptemos que no todo el mundo entrará en ese esfuerzo imaginativo de hacer tomar a un grupo de adultos por unos chavales, por mucho que monten en bicicleta, se muevan con agilidad o bailen algún estilo moderno. En este sentido, es verdad que por momentos se tiende hacia una seriedad que no casa bien con la inmadurez de los chicos. De todas formas, encontramos una línea de continuidad recorre El lobo estepario o El guardián entre el centeno que tiene en Nada otro hito para remarcar la importancia del interrogatorio filosófico de nuestra propia existencia.
Dirección: Jorge Padín
Autora: Janne Teller
Intérpretes: Marta Hurtado, Juan Monedero, Juan Berzal y Jorge Padín
Dramaturgia: Jorge Padín
Vídeo: Israel Calzado
Producción: Ultramarinos de Lucas
Sala Cuarta Pared (Madrid)
Hasta el 21 de junio de 2019
Calificación: ♦♦♦
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