Olvidémonos de ser turistas

Un melodrama de Josep Maria Miró sobre una pareja que viaja para dirimir la corrosión de una pérdida

La ausencia deja una impronta indeleble que marca el destino de muchas personas y, como ocurre, en el caso de esta obra, se anquilosa con pesadumbre en una pareja para erosionarla mordazmente. Josep Maria Miró abarrota el esperable silencio con diálogos inconsecuentes que parecen destinados al ruido y a la incomprensión. Un matrimonio barcelonés llega a Argentina, aunque su intención es moverse por la triple frontera (con Paraguay y Brasil). Da la impresión de que no tienen un plan predeterminado y se sienten libres para improvisar rutas y excursiones. Pero esta historia comienza in medias res y ello nos evita lo que hubiera sido un extraordinario prólogo. Puesto que lo que sabemos por los protagonistas ―en una directa discusión en la habitación del hotel― es que han conocido a un joven que se les ha «pegado» durante toda la jornada y al que después le han dado plantón. Como digo, no llegamos a ver sus gestos o sus conversaciones con él; no llegamos a ser conscientes totalmente de lo que ha supuesto relacionarse con ese muchacho. Aunque, a la postre, vaya a ser el desencadenante de toda la trama. Confusa al principio; ya que no estamos muy al tanto d si se ha convertido en el capricho sexual de ella y en los celos de él, o en otro asunto completamente distinto. Realmente Miró va desplegando la información primordial de forma paulatina para que el desenlace no sea inverosímil, explicativo y abrupto. Ello conlleva, además, que reduzca el suspense y fuerce en nosotros una consideración más emotiva. El dramaturgo aborda un tema tratado en cantidad ingente de obras artísticas, ya sea en la óptica de hijos desaparecidos, huidos o fallecidos. La cuestión es el dolor, la culpa y la frustración. En el argumento que nos compete se nos da noticia de un hijo que emigró al otro lado del charco y del que no se volvió a saber. La esperanza por encontrarlo se aviva gracias a ese turista solitario que, con una mirada esforzada, se le parecía hasta en algunas actitudes. En todo esto lo que más podemos valorar es el embrollo emocional, el engrudo insolvente con el que se tienen que manejar estos padres en un país extranjero; donde parecen verse un tanto inermes para proceder entre el decaimiento y esa sensación de vacío. La mujer es Lina Lambert y esta adopta una postura defensiva de hastío; pero, a la vez, de coraje para emprender la búsqueda definitiva que, quizás, remiende su maltrecho ánimo. Mientras que el esposo es Pablo Viña, un tipo endeble, que quiere sacar un genio que no posee; alguien incapaz de despojarse de su cobardía. Por eso se queda agazapado en su habitación, esperando a que ocurra algo. ¿Dónde se ha ido su mujer? La pareja se muestra esquiva y las interpretaciones poseen una factura aspera. Lo cierto es que los diálogos son vivos y te arrastran; son enormemente creíbles en la construcción de situaciones algo cortantes. No obstante, hay que echarle en cara al dramaturgo algunos truquitos que nos cuela, como la supuesta memoria extraordinaria de la limpiadora (un número de teléfono recordado sin atisbo de error; más otros detalles). Hecho de importancia para continuar con el relato. Supongo, aunque sea un tópico, que es más fácil romper el hielo con los argentinos y su habitual verborrea. La cadencia concatenante de las escenas se promueve aún más gracias a la irrupción de Eugenia Alonso, una actriz que me ha maravillado y que conlleva, para mí, uno de los puntos más atractivos de esta función. Tanto su dicción como el dominio que tiene para una expresión segura en cada uno de los pequeños papeles que interpreta; ya sea una mucama que irrumpe para hacer la cama o una desconocida que pudo llegar a ser la aventurilla de una noche. Y, por otra parte, Esteban Meloni, que también le da un aire más conversacional al montaje con su conductor de autobús. Se mezclan tonos en este melodrama al que le hubiera venido estupendamente una escenografía digna del Teatro Español para un espectáculo que va a permanecer un mes en cartel. Porque siento decir que el diseño de Enric Planas es demasiado escueto (quizás no haya contado con mucho presupuesto. Puede ser). Inicialmente parece que estamos en una sala de ensayo absolutamente oscura y con una iluminación poco propicia para generar un atractivo. Luego aparecen unas proyecciones; pero no dan suficiente para introducirnos por las interminables carreteras del país sudamericano y para que nos hagamos una idea de la dificultad para llegar al final del camino. Gabriela Izcovich dirige a fuego lento el develamiento de la verdad y le dota a la función de un cariz macilento que favorece las elipsis. Olvidémonos de ser turistas no posee el extraño misterio de esa pieza corta titulada La mujer y el debutante, ni contiene la ambición ética de su gran obra El principio de Arquímedes; pero al menos logra adentrarnos con esa amalgama dialéctica de la pesadumbre que supone la ausencia.

Olvidémonos de ser turistas

Autor: Josep Maria Miró

Dirección: Gabriela Izcovich

Reparto: Eugenia Alonso, Lina Lambert, Esteban Meloni y Pablo Viña

Escenografía: Enric Planas

Iluminación: Maria Domènech

Vestuario: Albert Pascual

Caracterización: Coral Peña

Música original: Lucas Fridman

Fotografía y audiovisuales: Mercè Rodríguez

Fotografía promocional: Kiku Piñol

Vídeo promocional: Raquel Barrera

Ayudante de dirección: Daniela Feixas

Una Coproducción de Teatro Español, Sala Beckett /Obrador Internacional de Dramaturgia y Cia. Gabriela Izcovich con la colaboración de IBERESCENA

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 10 de junio de 2018

Calificación:  ♦♦♦

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Un comentario en “Olvidémonos de ser turistas

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