Adrián Lastra se pone al frente de esta docuficción sobre el peligro de las redes en nuestro mundo contemporáneo
Todo va tan rápido que esta obra no es que nazca vieja —tampoco hay que pasarse—; pero antes de tomártela con precaución o, incluso, con temor; uno prefiere aceptarla con gracia. Da la impresión de estamos esperando a que ocurra verdaderamente algo catastrófico para que nos tomemos en serio —que le exijamos a nuestros legisladores que dejen de ir con la lengua fuera y se pongan las pilas, si es que todavía no están corrompidos por la venalidad— la potente tecnología que se ha puesto en nuestras manos y en nuestra memoria. Quizás cuando llegue el gran apagón o cuando nos hagan el tocomocho en algunas elecciones o cuando nuestros hijos se vuelvan definitivamente imbéciles (alguna generación ya está perdida. Eso está claro). Sigue leyendo