En un tiempo oscuro

Daniel Teba desembarca en las Naves del Matadero para situar a unos superhéroes en la duda existencial

Foto de Alfonso Bernabéu

Hay que celebrar que los dramaturgos busquen y rebusquen nuevas maneras de atacar el hecho teatral; pero da la impresión de que algunos creadores, en los últimos tiempos, se han olvidado de los hechos sustanciales para ofrecernos obras deshilachadas, vacuas y cargadas de gestos que únicamente favorecen la sorpresa espasmódica. Cuesta pensar adónde quiere dirigirnos Daniel Teba con este espectáculo, que se alarga irremediablemente hasta las casi dos horas y del que él es el máximo responsable. Digamos claro que es una obra desnortada, a la que le faltan ideas, que rellena huecos y espacios —que se pretenden amplios y abarcadores— con diálogos insulsos que repiten las mismas consignas. ¿Qué cuenta, qué plantea? Si se toma en serio, nos encontramos con cinco superhéroes en un spa, dispuestos a relajarse; pero también a mantenerse en forma. Así se lanzan a las tablas, con una esforzada coreografía de Juanjo Torres a medio camino entre cualquier método de aeróbic y los pasos de baile de alguna estrella del pop. Ese ritmo reiterativo que se despliega con los movimientos de sus cuerpos es el que se extiende por toda la función; además, el tono jocoso que de vez en cuando aparece y que logra, por momentos, las risas del respetable; aunque no se redondea en comedia. Pronto se manifiestan sus cuitas, Gerardo Quintana, quien interpreta a Vasco Imperioso, se alza como gran protagonista, como un tipo atormentado porque le ha surgido la duda existencial y anhela adentrarse en otra forma de vida, fuera de los parámetros de salvador mundial. Con pulsión taciturna y entrega, va arrastrando su pesar hasta el desenlace. A partir de ese instante, el resto reacciona. Al parecer, sus poderes requieren la inequívoca unión. María Álvarez, Petunia del Desierto, adopta una postura enérgica, repleta de sarcasmo y de pragmatismo. La verdad es que el elenco cumple magníficamente con las directrices y salva parte de la función. Lo vemos en Sandra Arpa que, como ya vimos en Furiosa Escandinavia, sabe redondear sus personajes, su Bella Cruzada carga con el doloroso rechazado romántico de Vasco Imperioso. Ella juega el papel de enamorada, de alguien que ha encontrado una vía de escape a su peculiar oficio, si consigue la difícil conquista. También en Héctor Carballo reconocemos una vis cómica que ya demostró en ese mismo escenario en La comedia de los enredos. Galope Supremo parece el más débil del grupo, el más temeroso; pero, de alguna manera, el más entrañable y humano con sus respuestas bobaliconas. Finalmente, Daniel Teba se queda con Chico Fabuloso, el altivo malvado, el hombre con ramalazos misantrópicos que va a terminar —producto de las disputas internas— colgado durante la parte final (definitivamente el procedimiento de colocación del arnés y del enganche en la cuerda con el mosquetón es torpe e inapropiado). Debemos contar con un sexto interviniente, puesto que Roberto Rojas participa como técnico de sonido y como asistente dentro de ese gimnasio (aparte de ser el ayudante de dirección) que, entre otros guiños, sale a la calle (tan sencillo como empujar una salida de emergencia en la Nave 10 del Matadero) a fumarse un cigarro o a elucubrar por el micrófono. Bien, pues llegados a este punto, uno insiste en preguntarse dónde están esas «pruebas» que deberán pasar como si fueran Ulises o Hércules, o esas iluminaciones (Galope Supremo afirma medio en broma haber visto a Dios y Vasco sostiene una epifanía tan habitual como la del individuo en crisis personal). ¿Dónde está el «rito de paso»? ¿Dónde está el «mundo convulsionado por la religión, la ética, el amor y la filosofía»? Puede que estas hayan sido las premisas creativas de Daniel Teba; pero difícilmente el público va a observar una materialización de esos conceptos en una vertebración dramatúrgica. La carencia de cohesión, de andamiaje y de mínima conexión con algo que podamos identificar como trascendente son un hecho que concebimos en el tedio. O debemos tomarnos en serio a esos trasuntos de los 4 Fantásticos, o es ese juego posmoderno de Los increíbles, proponiendo la familiaridad de seres tan extraordinarios, como últimamente se estila con algunos X-Men. Pretender enhebrar esta propuesta con las tragedias griegas es mucho rizar el rizo. Lo que aquí no falta, insisto, son esos elementos poco usuales en la escenografía, como el jacuzzi en el que se bañan los personajes, en una escena donde lo más emotivo son las burbujas. Volvemos a la ironía distanciadora, a tomar precauciones, a mezclar estilos para simular modernidad, a bailar con un éxito de los ochenta como «Tell It To My Heart», de Taylor Dayne para que el ambiente no nos disuada sentenciosamente, a vestir a tus actores con unas mallas pasadas de moda. Como decía al principio, esta es una obra más que se une a la corriente de cierta dramaturgia sostenida en el gesto epatante; pero sin más. Si alguien cree que esto es vanguardia, que se lo haga mirar.

En un tiempo oscuro

Texto y dirección: Daniel Teba

Intérpretes: María Álvarez, Sandra Arpa, Héctor Carballo, Gerardo Quintana y Daniel Teba
Ayudante de dirección, director técnico y diseñador de iluminación: Roberto Rojas

Diseño de vestuario y espacio: Daniel Teba

Producción: Daniel Teba

Espacio sonoro: Roberto Rojas y Daniel Teba

Confección de vestuario: Maribel RH y Alejandro Andújar

Coreografía: Juanjo Torres

Fotografía: Alfonso Bernabéu

Naves del Matadero (Madrid)

Hasta el 1 de marzo de 2018

Calificación: ♦♦

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