Una recreación poética sobre los miles de refugiados que salvó el diplomático chileno Carlos Morla Lynch
Sigue siendo un gran desconocido Carlos Morla Lynch, el diplomático chileno que llenó su enorme piso, en la calle Alfonso XII, enfrente del Retiro, con los poetas agrupados en la Generación del 27; y luego de todos aquellos madrileños que ya no podían encontrar escapatoria ante la llegada de las tropas de Franco. Unos dos mil llegó a ocultar entre la embajada y varias casas que alquiló a tal fin. Eusebio Calonge presentó hace un año este espectáculo que ahora se reestrena, basado en los informes mecanografiados por los dedos de este héroe. Un montaje breve, pero denso; amasado por un torrente poético que se alimenta tanto de la negrura, el desgarro y el expresionismo valleinclanesco como del onirismo lorquiano que podemos descubrir en obras como Así que pasen cinco años, donde lo simbólico se funde con imágenes de profundo calado tenebrista. Por lo visto, el chileno se enteró de la muerte de Lorca mientras se limpiaba los zapatos en la Plaza Mayor de Madrid. Su relación con el poeta, según aparece en sus diarios, debió de ser de una compenetración indecible, tanto que le dedicó (y a su mujer) Poeta en Nueva York. Por eso no ha de extrañar que se recite «Vuelta de paseo» (primer texto del poemario surrealista), aunque su contenido quede un tanto alejado de la propia temática de esta obra que nos compete. El corazón entre ortigas no posee una trama fiable a la que uno se pueda asir; por eso al espectador no le queda más remedio que aceptar el reto de involucrarse en el agolpamiento de una serie de escenas que muestran a los fantasmas de los muertos, a la esposa doliente, a los individuos aterrorizados en su escondrijo y al protagonista asistiendo a la propia representación de lo que él mismo escribió. Lo real y lo mágico se entreveran para configurar una corriente de inquietud. Contamos con doce intérpretes que parten, esencialmente, del coro congelado en un grito mudo de espanto ante la guerra, para caerse en pedazos hasta la reconfiguración de ese mismo grupo después de todo el proceso. Ahí tenemos las excelentes voces de José Miguel Baena y Nené Pérez-Muñoz, acompañados a lo largo de la función con un piano que recorre las tablas con Helena Fernández a las teclas interpretando piezas de Vivaldi, Bach y del propio Morla Lynch. La música empasta a la perfección con un texto, el de Calonge, construido con versos muy recargados metafóricamente, acentuando la miserable situación en la que se encuentran aquellas personas, reclamando ayuda al cielo sordo. Paco de La Zaranda vuelve a dirigir la visión lírica de su colega, como hiciera hace unos meses con La extinta poética. Aquí el abigarramiento resulta algo problemático, encajar a doce actores en un pequeño espacio es complicado. Los cuerpos se reparten por el suelo entre las sillas y el desorden, y la dificultad para moverse rompe en cierta medida el propio procedimiento expresivo. Aunque los principios estéticos de estos dos creadores están presentes en todo momento. Cada escena posee gestos, miradas, movimientos y recursos escenográficos sencillos como, por ejemplo, el empleo de folios para cubrirse el rostro que lograr pergeñar todo un cuadro viviente. El extenso elenco funciona tanto unitariamente como en las intervenciones individuales, en las que destaca Inma Barrionuevo, quien expresa llorosa la pérdida de su marido o su sirvienta, Matilde Juárez que escenifica, junto a Irene Polo —una esperpéntica cantaora—, un enfrentamiento repleto de chulería cañí que rezuma hondura. Luego, evidentemente, nos fijamos en David García, quien observa, en la piel de Morla Lynch, cómo se le mete la tristeza y la aflicción entre tanta incertidumbre. Un detalle interesante de la obra, en la que se lleva hasta el límite la elipsis y la contextualización, es la presencia de dos figuras alegóricas que se van metamorfoseando; igual pueden ser mensajeras, que la esperanza, que la compasión, que la pena, y hasta la estupefacción. Uno de los grandes problemas con los que se va a topar el espectador es que, más allá de la información que se puede obtener en el programa de mano, apenas es factible seguir un hilo conductor que nos remita genuinamente a los acontecimientos que se quieren relatar. El corazón entre ortigas quiere atacar la cuestión moral y política de una guerra fratricida y de las acciones concretas de un hombre que se jugó la vida por salvar a todos aquellos ciudadanos que se vieron empujados a participar en un conflicto que los sobrepasaba existencialmente.
Texto: Eusebio Calonge
Dirección: Paco de La Zaranda
Reparto: David García, Nené Pérez Muñoz, Nereida San Martín, Helena Fernández, Inma Barrionuevo, Josefa del Valle, Pablo Múgica, Miguel Pérez-Muñoz, Irene Polo, Matilde Juárez, Begoña Caparrós y José Miguel Baena
Piano: Helena Fernández
Voces: José Miguel Baena y Nené Pérez-Muñoz
Diseño de iluminación: Eusebio Calonge y Miguel Pérez-Muñoz
Técnico de iluminación: Paula Sánchez
Diseño de cartel: Matilde Juárez
Diseño gráfico: Paula Sánchez
Fotografía: Laura Torrado
Regiduría: Rafael Martín
Producción: Tribueñe
Teatro Tribueñe (Madrid)
Viernes de mayo de 2017
Calificación: ♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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3 comentarios en “El corazón entre ortigas”