De cómo el amor puede frenar las ansias guerreras a las puertas de Troya

El Centro Dramático Nacional ha decidido reponer la obra que compuso en los 90 Lourdes Ortiz. Un texto este de Aquiles y Pentesilea que, apreciado sobre las tablas, enseguida se adivina que el espacio se le queda pequeño, no solo porque participen en la función trece actores sino porque la acción queda demasiado encorsetada en la Sala Francisco Nieva. Los dos bandos enfrentados, las amazonas contra los griegos, las mujeres contra los hombres, el amor contra la guerra, se miran frente a frente sobre la arena con la furia de aquellos que reconocen en su ser la hybris guerrera, pero, en el caso de Aquiles y Pentesilea, también pulsión erótica. Ocurre que en la disposición de los elementos, del contrabalanceo de las fuerzas, uno espera que el liderazgo de los protagonistas conlleve la suficiente energía como para contradecir las tradiciones y los designios; es decir, se aguarda a un héroe como el de los pies ligeros, no solo enamorado, sino, también, seguro de su porvenir con esa mujer; pero no es el caso. El Aquiles que encarna Rodolfo Sacristán está completamente hechizado por Eros, es un hombre que cuenta con menor envergadura que sus compañeros y que expele un discurso que puede cautivar a su amazona, pero que no lo consigue con el resto de guerreros. Este hecho lastra la obra y, mucho más, si en las filas griegas aparece un descomunal Ulises, representado con furia (cómo les grita: «¡viragos, viragos!»), entereza y desfachatez por Didier Otaola, alguien que energiza la función a través de requiebros cínicos y astutos que se vertebran con seguridad escénica. Llega un momento en el casi deseamos que se quede él con Pentesilea en un alarde romántico. Se hace acompañar de soldados hercúleos prestos para la batalla y que generan un ritmo turbador. Enfrente, las amazonas, con la sacerdotisa que Astrid Jones acoge con esencias tribales y atisbos chamánicos; a la que se suma Antíope a la que Verónica Ronda le dota de todo su poderío vocal (no hace mucho la vimos en la exitosa Danzad Malditos) y de sus cánticos hechizantes. También se lleva parte del protagonismo Cecilia Solaguren como Protoe, otorgándole seriedad a su papel. Aunque, desde luego, quien debe desplegar todas sus dotes es María Almudéver con su Pentesilea, y lo resuelve con una soltura que va creciendo según pasan los minutos. Chocan varios aspectos que no podemos dejar de lado, más allá de lo ya comentado del espacio tan reducido por el que se tienen que mover los trece componentes del elenco. Uno, son los anacronismos. Podemos escuchar cómo se refieren en algún momento a Tales o a Anaximandro, filósofos muy posteriores a los hechos narrados, o, incluso, a la Olimpiadas. Otro es la lycra, los culotes que descubrimos debajo de las faldas, no parecen muy coherentes. Lo que sí funciona extraordinariamente son los movimientos de los bandos enfrentados al ritmo de una música grandiosa creada por Rodrigo Díaz Bueno y que le concede verdadero estatus de epopeya a la obra. Santiago Sánchez se las ha tenido que ver con el espacio, pero ha conseguido darle vistosidad a un texto donde los discursos hembristas de las amazonas (capaces de matar a todos los hijos varones) son tan terribles como las furibundas imposiciones de los hombres. La lástima es que el discurso intermedio de Aquiles se muestre tan blandito para una historia de este calibre.
Autora: Lourdes Ortiz
Dirección: Santiago Sánchez
Reparto: Maria Almudéver, Marina Barba, Rubén Carballés, Dayana Contreras, Gorsy Edú, Camino Fernández, Astrid Jones, Víctor Massán, Didier Otaola, José J. Rodríguez (Jabao), Verónica Ronda, Rodolgo Sacristán y Cecilia Solaguren
Escenografía: Dino Ibáñez
Vestuario: Elena S. Canales
Iluminación: Rafa Mojas
Música original: Rodrigo Díaz Bueno
Espacio sonoro: José Luis Álvarez
Movimiento: Gorsy Edú
Ayudante de dirección: Fran Guinot
Diseño cartel: Isidro Ferrer
Fotos: marcosGpunto
Producción: Centro Dramático Nacional
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 15 de mayo de 2016
Calificación: ♦♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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Un comentario en “Aquiles y Pentesilea”