Recorrido vital de una joven el día que España quiso reclamar la mayoría de edad

Si para algo debe servir un Festival como el Surge es para comprobar hasta qué límite están dispuestos los creadores a tocar. En este caso, Julio Provencio presenta su obra Placenta en el Teatro Guindalera. Digamos que es el claro ejemplo de alguien que ha escrito una historia, que tiene estipulado lo que quiere contar, de dónde quiere partir y adónde quiere llegar, pero que ha sido «víctima» de ciertas convenciones que no le han permitido dar cuenta de todas sus concepciones. Placenta se basa prácticamente en el esquema de las tragedias clásicas. Cumple con las tres unidades tal y como Aristóteles lo expuso en la Poética. Contamos con una única acción destinada a la catarsis. Una joven procedente del País Vasco, huérfana de madre y con un policía nacional como padre, llevan un tiempo viviendo ya en Madrid después de verse obligados al exilio por las presiones terroristas. La protagonista es apaleada en una carga llevada a cabo por los antidisturbios durante las concentraciones del 15M en 2011; magullada y dolorida recibe el socorro de una vieja prostituta con quien mantiene una entrevista reveladora. La unidad de tiempo es evidente, aquella famosa fecha de las reivindicaciones políticas en España. Mientras que la unidad de espacio es el entorno casi callejero de la vivienda donde vive la meretriz. El problema es que esta no es la historia de Edipo y no contamos con un bagaje mitológico que apuntale el relato, esto obliga a un hecho paradójico dentro de la escena. Por una parte, el dramaturgo se ha excedido en el uso de la elipsis tanto contextual como interna. Es decir, no se nos cuenta con detalle, afortunadamente, qué les ha ocurrido a los personajes en el pasado (aunque recibimos una síntesis con un número importante de datos) y eso nos exige atar muchos cabos para que la catarsis se alcance de forma aceptable y creíble. Por otra parte, Provencio ha decido que formalmente las interpretaciones de cada uno de los personajes se ofrezcan, siempre que han de hablar, absolutamente por separado. Asistimos a una concatenación de monólogos; en ningún momento disfrutamos de un diálogo entre varios de los actores, lo que hubiera suavizado las elipsis (se nos hurta la revulsiva conversación de la joven con la mujer). Y es que en muchos casos el estilo se vuelve enteramente narrativo, antinatural y forzado en unas explicaciones que no vienen a cuenta (véase el caso del padre contando su vida en Euskadi o de la prostituta sobre su infancia). La lástima es que el autor no explote el tono con el que se inicia la función, que sí que es auténticamente teatral, porque hay representación. Con esto quiero decir que se está lanzando sobre las tablas, a través de las expresiones corporales, la puesta en marcha de un acontecimiento. En esa escena, el trabajo de luces por parte de Juanan Morales es sobresaliente (todo en rojos), más el espacio sonoro (ruidos acuáticos que bordean la placenta) y la gestualidad de las dos actrices en silencio funciona a la perfección, y nos adentra en un ambiente propicio y simbólico. Porque, esta es otra, uno de los grandes méritos de Julio Provencio es el manejo simbólico (al menos en el texto) que da cohesión a la trama. Neus Cortès, en el papel de muchacha, en una actuación que reparte con buen hacer entre el dolor, la represión y los traumas de su pasado, con la ganas de rebelión y de romper su «placenta», debe alcanzar ese punto de comprensión vital que le lleve a la madurez; y para ello se vale de las reverberaciones de un hecho político y, también, del encuentro azaroso con esa anciana que Aurora Herrero expone con lirismo y sapiencia, como un alma mater que le ayude a desgajar el cordón umbilical a través de sus nutritivas enseñanzas. Al fin y al cabo, una loba capitolina matritense experta en adocenar las fuerzas viriles. El tercero en discordia, José Luis Alcobendas, con su habitual energía y disposición, busca restañar heridas, recuperar a la hija perdida cuando ya es demasiado tarde y los errores son irresolubles. Él es la autoridad, el padre que hay que «matar» definitivamente para salir del cascarón. No se puede obviar el uso del vídeo en esta función. Empleado, mediante el móvil, como espejo de confesiones, como declaración de intenciones que permite variar la dinámica de los soliloquios, al menos visualmente. Un recurso que, en la parte final, oxigena un espectáculo demasiado constreñido al esquema formal, donde renunciar al diálogo nos fuerza imaginativamente a cubrir huecos, a recrear la historia completa, pero que también exige un exceso interpretativo que quizás escape de lo estrictamente teatral. Aun así, Placenta es una meritoria propuesta de un dramaturgo que no se ha contentado con relatarnos un cuento, sino que ha indagado en la búsqueda de soluciones estilísticas.
Autor y director: Julio Provencio
Elenco: José Luis Alcobendas, Aurora Herrero y Neus Cortès
Iluminación: Juanan Morales
Espacio sonoro: Nacho Bilbao & Juan de la Fuente
Fotografía: Alicia López y Susana Martín
Prensa: Raquel Berini
Ayudante de producción: Manuel Benito
Producción: Becuadro Teatro y Érase una Vez Cultura
Teatro Guindalera (Madrid)
Hasta el 15 de mayo dentro de Surge
Hasta el 29 de mayo de 2016
Calificación: ♦♦♦
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