Una lección magistral sobre la ideología recogida en El príncipe, carente de recreación dramática
A priori, no parece sencillo llevar a escena un texto de filosofía política tan célebre como El Príncipe de Nicolás Maquiavelo. Pero si se opta por convertir la función en una especie de clase magistral frente a expectantes alumnos, entonces la incógnita está resuelta. Aún me pregunto qué ha buscado Juan Carlos Rubio con este montaje, máxime si carece de creación dramática y de intervención imaginativa. Quizás transmitir las enseñanzas del pensador florentino o, seguramente, volver a insistir en lo actual que resulta el libro (¿cuándo no lo ha parecido?). Lo que nos encontramos verdaderamente es a un hombre vestido de traje dentro de un despacho, mientras se va autodictando cada uno de los capítulos como si estuviera preparando una conferencia. Ya bastante avanzada la función encontramos un giro, una leve transformación, sin duda el aspecto más interesante de lo que se va viendo. Resulta una aproximación hacia la vida de Maquiavelo, a su desdichado cautiverio motivado por unas falsas acusaciones. Si Juan Carlos Rubio hubiera optado desde el principio por esta línea más autobiográfica, evidentemente, tanto lo narrativo como lo dramatúrgico hubieran ganado en persuasión. En cuanto a la propia doctrina del filósofo, tan mal interpretado en términos generales con aquello de maquiavélico (la publicidad de la propia obra contribuye a ese tópico), sí que se manifiesta su insistencia en la virtud, en el desarrollo del líder virtuoso. Moralmente no era Kant y no iba a defender la verdad por encima de los fines necesarios para el estado, pero su pragmatismo no olvidaba aquellas enseñanzas aristotélicas sobre la prudencia, la fortaleza, la templanza y la justicia. Nada original, pero conviene recordarlo. La gran ventaja con la que juega el director, es contar con un actor que no ha parado desde hace varios años de encadenar grandes papeles con sus consiguientes magníficas actuaciones; desde su interpretación en De ratones y hombres hasta el Rinoceronte, con el que nos deleitó la temporada anterior. Fernando Cayo, en esta ocasión, no se ve exigido tanto en las variaciones o redondeces de su personaje, aunque permanezca en solitario dentro del escenario, pero su experiencia y su buen hacer nos entregan a un individuo abigarrado a veces y dolorido y apesadumbrado otras en un balance atrayente. Al final, uno se puede quedar con el contenido de esta lección, de hecho, no viene mal inspirarse con los pensadores del Renacimiento.
Dramaturgia y dirección: Juan Carlos Rubio
Reparto: Fernando Cayo
Iluminación: José Manuel Guerra
Espacio escénico: Eduardo Moreno
Vestuario: Derby 1951
Sonido: Sandra Vicente
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 8 de noviembre de 2015
Calificación: ♦♦
Texto publicado originalmente en El Pulso.
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