El texto de Ignacio Amestoy queda convertido en un ejercicio de sobreactuación bajo la batuta de Magüi Mira
Cuesta comprender por qué la experimentada directora Magüi Mira, quien ha demostrado grandes trabajos en esta tesitura profesional a lo largo del último decenio en distintos géneros (véanse, por ejemplo, Los mojigatos o Consentimiento o Festen), ha implementado este tono al texto de Ignacio Amestoy. Por momentos, me vi inmerso en un capítulo trascendental (uno de tantos) de Dallas o de Falcon Crest. Sí, el aire de engolamiento, de sentenciosidad, a veces, realmente decimonónico, con tanto «usted» por aquí y por allá, sin alcanzar la sátira o el sabor vitriólico se impone de forma artificiosa. Sigue leyendo
Un par de versiones sobre el mismo drama shakesperiano llegarán esta temporada. Aquí, la visión de Emilio del Valle y Jorge Muñoz está muy traída a la modernidad, no solo por el juego anacrónico de plantear una democracia en el siglo V a. C. romano; sino por realizar una introspección, con el protagonista, más incisiva y distanciadora, que la promovida por el propio dramaturgo inglés. Es cierto que inicialmente el asunto se dota de un cariz populista poco atractivo, en cuanto que la consignas son obscenas y evidentes. El pueblo pasa hambre y hay disturbios en las calles. Así se nos hace ver en la pantalla, donde aparecen imágenes de la televisión con algunos rótulos que precisan datos sobre la situación del país.
Hace apenas tres meses pudimos asistir a la versión que expuso Declan Donnellan sobre el
Ya dio cuenta este mismo Teatro Bellas Artes de esta misma obra de Florian Zeller con Héctor Alterio como protagonista. Ahora la gracia está en que podemos disfrutar de dos montajes del dramaturgo francés en los teatros madrileños, pues Aitana Sánchez Gijón está comandando La madre en el Teatro Pavón (nos faltaría El hijo, para cerrar la trilogía). Además, la función que nos compete está mediada por el éxito que tuvo la versión cinematográfica con Anthony Hopkins a la cabeza.
Esta obra es lo que parece. Si ustedes tienen el prejuicio afinado, después de asistir a este montaje lo convertirán en aseveración. La sempiterna comedia francesa con idiota por el medio (y con cena quemada incluida), con humor de ironía tontorrona, o sea, la manifestación ridícula y ridiculizante de la clase alta de nuestro exquisito país vecino. Nadie perderá las formas, las cuales, ante todo, son lo fundamental. Por eso funcionan tan bien los Chiens de Navarre con sus espectáculos satíricos. Algo necesitan satirizar. 
En el Teatro Bellas Artes asistimos a una dramedia, esa mezcla de drama y comedia, donde el espectador contempla la seriedad de un conflicto penoso; aunque regresa a su hogar con el alivio del final feliz. La cuestión es que Eduardo Galán ha descompensado tanto esos dos subgéneros que su obra termina en una inverosimilitud evidente. Y es que no puede faltar en un espectáculo contemporáneo el señalamiento de alguno de esos nuevos tabúes o prejuicios (se afirma por ahí), además de, por supuesto, nuestros temas de moda. A saber, por una parte, la transexualidad en la adolescencia. Y, por otro lado, el edadismo y hasta el clasismo. Ahí es nada.
A José María del Castillo le ha apetecido coger lo que más le ha convenido o inventarse lo que ha creído pertinente para mostrarnos a una reina que se llama Clitemnestra; pero que nadie va a reconocer en nada. Es un engendro de tiempos, de caracteres, de morales que únicamente está ahí, delante de nosotros, para transmitir el discurso ya canónico en la sociedad de nuestras últimas décadas. El engrudo feminista que bate liberalismo (casi ultra), narcisismo y hembrismo con empoderamiento, astucia y una libidinosidad altamente hedonista podría estar destinado a completar una buena obra de ficción; pero es un panfleto. Esta señora es otro objeto de consumo más (pido perdón, por decir objeto).
Llego a la conclusión de que lo ofrecido en Mérida es imposible trasladarlo a un espacio como el Bellas Artes de Madrid, por mucho que se haya ampliado el escenario comiéndose algunas filas de butacas. A tan pocos metros de distancia se ven las costuras, la ilación requerida se trastabilla y el movimiento se topa con unos límites cercanos en demasía. Todos entendemos que la monumentalidad de la capital extremeña debe ser sustituida por otros efectos mucho más recoletos; pero parece claro que eso implicaría una producción radicalmente nueva que aquí no se ha llevado a cabo.