Escena – Fin de temporada 2024-25

Repaso a los espectáculos más sobresalientes de este curso que acaba de finalizar en la esfera teatral

Foto de Jean Louis Fernandez

Que la tendencia conservadora y buscadora de públicos más talluditos y fieles se va imponiendo en la mayoría de los teatros es ya una obviedad. De alguna manera, esta pulsión arrastra también a creadores que estarían dispuestos a arriesgarse más; sin embargo, ven que el propio ambiente lo ha hecho más complicado. Parece que ciertas líneas se van difuminando como, por ejemplo, esas ínfulas juveniles de otros años donde se nos esputaban consignas sobre su sacrosanta identidad; pero con tono victimista y ñoño. Sigue leyendo

A la fresca

El dramaturgo Pablo Rosal continúa su andadura sobre conceptos como la incomunicación y el cuestionamiento existencial

Foto de Paco Ureña

Pablo Rosal, insistiré una vez más, ha creado toda una estética, y una política, y una ética, diría, con sus planteamientos dramatúrgicos. Quizás, como ocurre en este caso, algunas de sus obras únicamente sirven como ejercicios, como ejemplos o teselas de un planteamiento superior que merece ser auscultado. Hablamos de una filosofía del asombro, del absurdo, de observar en las rendijas y en la sencillez de la vida. Sigue leyendo

El profesor no ha venido

Pablo Rosal continúa su exploración sobre la incomunicación con este «ejercicio en la explanada» en el Teatro del Barrio

El profesor no ha venido - Foto de Marina Castañeda
Foto de Marina Castañeda

Genuina obra de Pablo Rosal esta. El dramaturgo más incisivo, original, misterioso y profundo del momento. Si hace unas semanas hablaba de su anterior e imperdible montaje Hoy tengo algo que hacer, esta nueva incursión se encajaría similarmente en esa temática de la estupefacción y la maravilla de los albores de la filosofía hasta bordear el absurdo, con tintes kafkianos. Por lo tanto, Los que hablan está presente y Castroponce reverbera como lección, como conferencia. Sigue leyendo

Hoy tengo algo que hacer

Pablo Rosal se acoge con Luis Bermejo a la tradición picaresca para abordar cuestiones existencialistas en nuestra sociedad actual

Hoy tengo algo que hacer - FotoViene Pablo Rosal demostrando un talento extraordinario en el pergeño de sus textos y en la capacidad para trasladarlos a escena sin grandes alaracas, ni posdramaticidades excesivas. Tiene mucho de literario, de narrativo, de peculiaridad irónica y de crítica sutil a varias cuestiones de la realidad. Además, va trabajando con distintos géneros, como el negro en Asesinato de un fotógrafo (el montaje más flojo de sus últimos proyectos), el dadaísmo trufado de absurdo en Los que hablan o la conferencia dramatizada en Castroponce y, ahora, la emprende con el bildungsroman, con ese cariz novelístico muy habitual en la Ilustración con extensiones hacia el realismo decimonónico y con fuentes que beben de nuestro siglo de oro, con Gracián o Quevedo (más que de la picaresca del Lazarillo, por mucho que nos encontremos una obra con siete tratados, también, y con un cita inicial). Sigue leyendo

Escena – Fin de temporada 2023-24

Entre el general estado del teatro más seguidista y políticamente pacato, esta temporada nos hemos encontrado con una buena colección de propuestas destinadas a perdurar

Vudú (3318) Blixen - Luca del Pia
Foto de Luca del Pia

Una temporada más que se cumple por estos lares, decimoprimera ocasión en Kritilo, fuera ya de La Lectura de El Mundo, que hizo aguas tal y como la conocimos (época satisfactoria, por supuesto). Convendré, para resumir, que entre la abundancia de funciones, continúa la misma línea de pertinaz decadencia. Mucho entretenimiento, mucha distracción, muy poco atrevimiento a la hora de salirse de los cauces morales y políticos de lo establecido por el público «objetivo». Los espectadores aplauden a rabiar o desisten, y ya no acuden (aburrimiento o desprecio de las soflamas de turno). No parecen darse las medias tintas. Sigue leyendo

Castroponce

Pablo Rosal inventa en este magnífico proyecto un simposio sobre teatro y política para incidir con fino humor en sus ambivalencias

Castroponce - FotoPablo Rosal, como demostró en Los que hablan (con todas sus pegas), posee una visión peculiar dentro de la escena; a pesar de que su último trabajo Asesinato de un fotógrafo me defraudara. Darles una vuelta sustancial a los textos, observarlos tangencialmente, cuestionar el mismo lenguaje o llevar a un terreno paradójico los distintos tipos de discurso es su tarea artística. Otros lo intentan con la matraca del metateatro más básico; pero él acentúa algunas claves que proceden más de la poesía y de cierta narrativa experimental que del teatro más convencional. Castroponce. Teoría y praxis del teatro político en el siglo XXI es una obra de gran inteligencia, compleja, divertida y, sobre todo, incisiva. Sigue leyendo

Asesinato de un fotógrafo

Pablo Rosal continúa con su personalista andadura dramatúrgica elaborando otro ejercicio de estilo a través de los estereotipos habituales de las novelas de detectives

Asesinato de un fotógrafo - FotoEmpecemos por el final o por el todo o por esto que aquí ocurre. Asesinato de un fotógrafo es un ejercicio de estilo. Y, sinceramente, creo que solo es un ejercicio de estilo. Otro más, como su exitoso Los que hablan. Porque hay un tipo de público que necesita aparentes rarezas teatrales en este mundo de engrudos y de llamadas de atención permanente. Pero, ¿nos quiere decir algo Pablo Rosal? O simplemente juguetea con el género negro, con el cliché. Hace poco, Puñales por la espalda. Glass Onion desplegaba todo su poderío tecnológico para realizar un producto repleto de remisiones culturalistas en un collage descomunal que, con la apariencia del film extremadamente comercial, que engancha a todos aquellos que ansían descubrir quién es el asesino, nos descubría el cinismo de nuestro mundo contemporáneo. No es de una profundidad deslumbrante; aunque no es un artefacto vacío, como si lo es esta pieza teatral. Esto no quita, claro, que sea entretenida, divertida por momentos, ingeniosa en algunos detalles y sugerente por esa retórica que destila («El detective es un cabo suelto en la comunidad humana») que nos descubre una forma de narrar repleta de comicidad naíf, anunciada por su trompeta jazzística (el jazz, por supuesto) ejecutada con su boca.

No he parado de recordar El crack cero (2019), de José Luis Garci, que es la precuela sobre su famoso detective. Grabada, por supuesto, en blanco y negro es, quizás, la película más representativa de cómo un cineasta, determinado totalmente por sus preferencias estéticas, nos ofrece una cinta que necesariamente nace caduca. Solo podemos observarla con distancia irónica. Todas las sentencias demoledoras, de un romanticismo rancio, que los personajes expresan en cada plano son un suvenir. La decencia artística de Pablo Rosal va por el lado de la anticipación. Sin caer en la farsa, ni en la payasada, constantemente nos hace partícipes de un relato que todos (y él, el primero) no podemos más que contemplarlo como algo estereotipado. Todos los tópicos están ahí. Es el empeño de algunos dramaturgistas de «vendernos» lo evidente para intentar que nosotros, el público inteligente y de élite, les otorguemos algún atisbo de originalidad a través de nuestra interpretación, de nuestra recepción o, si queremos perder más tiempo, de nuestra crítica. Véanse en los últimos tiempos Obra infinita, de Los Bárbaros o La imagen interior, de El Conde de Torrefiel.

Será esta otra obra más que se sume a una colección escueta de obras teatrales que desarrollen el noir, desde La gota de sangre, de Pardo Bazán hasta La Florida, que presentó en esta temporada Víctor Sánchez, pasando por la Carlota, de Mihura, y alguna más como Perdona si te mato, amor.

Un fotógrafo muerto en una reconstrucción fotográfica para dilucidar lo que parece un asesinato. Ahí está la gracia escenográfica del sencillísimo planteamiento. La voz del narrador-protagonista se recrea en los detalles en la estilización del género novelístico que llega con éxito de ventas hasta el día de hoy —y parece incansable—. Pablo Rosal se inviste con el traje oficial de detective para darle un rollo vintage, no tiene el móvil en la mano, pero le da swing en la lengua y en los pies (durante un interludio). La fotonovela permite ilustrar las hipótesis y los errores de la memoria para que todos descubramos que nosotros somos los primeros mentirosos con nosotros mismos. Julio Romero es contactado por un tal Franz Ziegetribe, un relevante fotógrafo en horas bajas, para que acuda a la habitación 112 del hotel Montevideo en caso de que lo asesinen. Así sucede. Si no, qué caso tendríamos.

Todo es muy sencillo. Todo está demasiado vacío, tanto en las imágenes, donde no aparecen humanos, como en las descripciones, donde únicamente se hace referencia a las personas que, de alguna manera, pueden tener alguna relevancia. ¿Qué hay alrededor de esos sospechosos en la bulliciosa Barcelona? No importa. Así nosotros, los espectadores que atentamente escuchamos la historia, no nos perdemos. Setentañeros son la pareja de galeristas, el señor y la señora Casajoana, que han tenido hasta el momento una relación estrechísima con su protegido. También gastan los setenta Cuca Ràfols exesposa de Ziegetribe, política y empresaria de la noche (dueña de un puticlub) y Miguel Sánchez-Pino, un desagradable periodista dueño de una publicación un tanto sensacionalista (amigo de nuestro finado). Luego está el recepcionista del hotel y la sirvienta de los mecenas, quien se expresa con clarividencia. No hay deriva erótica, pues nuestro sabueso no está para correrías. Nada más se nos concede. El juego está servido.

No hay novedad. Detalle a detalle. Con demasiada linealidad, con pocos requiebros. Con sempiterna melancolía en la gabardina. Terminemos por el final: una broma. Una inverosimilitud. Un ejercicio de estilo.

Asesinato de un fotógrafo

Autoría: Pablo Rosal

Dirección: Ferran Dordal i Lalueza

Reparto: Pablo Rosal

Fotografía: Noemí Elias Bascuñana

Concepto escénico y diseño de vestuario: Sílvia Delagneau

Diseño de escenografía: Maria Alejandre

Espacio sonoro y música: Clara Aguilar y Pau Matas

Diseño de iluminación: Mingo Albir

Ayudantía de dirección: Mònica Almirall

Equipo de realización de fotografías:

Dirección artística: Maria Alejandre

Asistente dirección artística: Oriol Duran

Gráfica: Pablo Shenkel

Colaboración especial: Josep Maria Gassó

Agradecimientos: Albert Salord, Carla Schroeder, Irena Visa, Myrta Anadón, Ascensor Cocktail Bar, Bar Raïm, Galeria Esther Montoriol, Kipps Agramunt, Llibreria la Memòria, Llibreria Nollegiu, Primavera Sound y Transports Metropolitans de Barcelona

Una producción de la Sala Beckett

Este texto recibió una ayuda para la escritura teatral en la temporada 2020-21 de la Sala Beckett con el apoyo de la Fundación SGAE

Teatro de La Abadía (Madrid)

Hasta el 23 de abril de 2023

Calificación: ♦♦

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El pato salvaje

Una adaptación del texto de Ibsen que se sobreexplica y se suaviza para embarcarnos en un espectáculo más melancólico que trágico

El pato salvaje - Foto de Luz Soria
Foto de Luz Soria

Modernizar un clásico próximo en el tiempo conlleva el riesgo inequívoco de no poder innovar demasiado; porque, de alguna manera, algunos modos siguen vigentes y las posibles sustituciones resultan ineficaces. En el drama que nos compete, me atrevería a aseverar que Pablo Rosal ha caído no ya en los vicios de la posmodernidad, sino en la depresión que parece atenazarnos en la actualidad. Todas las expresiones de fortaleza que Ibsen impone —ante todo clasistas—, y todos esos sentimientos de melancolía y hasta vesania en los perdedores, quedan suavizamos por pasiones algo mediocres. El noruego, al igual que Chéjov, trabajaba con un tamiz elidido que iba puliendo las asperezas hasta que brotaba la esencia y se producía la catarsis. No sabemos qué ocurre, primeramente, porque las cartas ya se han repartido y no entendemos del todo el juego que está en liza. Sigue leyendo

Los que hablan

Pablo Rosal sienta a Luis Bermejo y a Malena Alterio a descubrir la estupefacción del lenguaje oral

Unos introvertidos recalcitrantes que han quedado por Tinder, dos extraterrestres recién llegados a nuestro planeta, dos androides en un laboratorio dedicado a la inteligencia artificial, dos «jarrones vacíos» ―en palabras del dramaturgo― para insuflarles el hálito vital, Adán y Eva reconociéndose en el Paraíso (en el principio era el verbo), dos gólems amasando su lengua. Cada uno se podrá imaginar lo que quiera. Aunque también, dada la imperiosa presencia del metateatro en nuestra dramaturgia contemporánea, Los que hablan puede pasar por un mero ejercicio interpretativo que nosotros debemos resignificar en el espacio teatral para otorgarle una validez. En este último sentido, me recordó a Premios y castigos, de Ciro Zorzoli, donde los actores realizan ejercicios de interpretación como si fueran marionetas huecas. Y aunque parece que es el absurdo el que impera en las reacciones y en los cambios de tema, y que nos pueden aproximar a Ionesco, lo cierto es que funciona más en la dirección de Jacques Tati; porque encontramos más estupefacción infantil, más incapacidad en la propensión de las palabras y un trabajo con el silencio muy limitante. Si hace gracia en el inicio, no es tanto, creo, por una pretensión cómica que nos hiciera situarnos en una obra a la manera de Mihura o Jardiel Poncela. Sigue leyendo