Juana de Arco

Marta Pazos vuelve a centrarse en la expresión de su estilo para trazar una performance con poca sustancia argumental

Juana de Arco - Foto de Jesús Ugalde
Foto de Jesús Ugalde

Una de las películas más subyugantes de la historia del cine es La pasión de Juana de Arco, de Dreyer. En ella, el cineasta se preocupa, con esos primeros planos tan célebres, de relatar el martirio de la joven con los mínimos elementos, con las fotografías más esenciales y tan verdaderas. Si uno la visiona, además, con la música que compusieron Jesper Kyd, Ole Schmidt, Victor Alix y Léo Pouget, entonces la experiencia estética, efectivamente, te aproximará a esa agonía. Y esto es lo que no consigue Marta Pazos, pues, nuevamente, como hemos podido comprobar en algunos de sus últimos montajes (Comedia sin título, Safo,…) se centra en desarrollar su estilo. Sigue leyendo

Asesinato y adolescencia

En el Matadero se pretende un simulacro de M, el vampiro de Düsseldorf que únicamente destaca por su expresionismo

Asesinato y adolescencia - Foto de Esmeralda Martín
Foto de Esmeralda Martín

De esta función, lo que menos comprendo es la ‘y’ del título. En qué medida tanto Alberto San Juan, como autor, y Andrés Lima, como director, creen que en escena se unen el asesinato y la adolescencia. Principalmente, si esta última se representa con la mera emisión de unos vídeos donde salen chavales con distintas preocupaciones y ansiedades (no osaré determinar sus posibles traumas). Nada mucho más nuevo, quizás el foco, la exacerbación, aquello de la sociedad del cansancio. Son fragmentos aquí y allá sin demasiada profundización. Generalidades sin contexto. Todavía si, como se hizo con Prostitución, se hubiera emprendido algo similar llamado Adolescencia; tendría algo a lo que agarrarnos.

Pero parece que la inspiración llega de ese clásico oscurísimo de Fritz Lang, M, el vampiro de Düsseldorf; a pesar de ello, lo que encontramos es un manierismo que no encuentra conjunción en la actualidad manifestado de esta forma. No entiendo qué tipo de circunstancia se quiere predeterminar para luego entender, justificar o enhebrar el talante de un asesino. A lo mejor, si pudiéramos especular con algo más de certidumbre por dónde pilota ese policía ocupado en un centro de menores. Si en el fondo es como sus colegas, que aprovechan su poder para abusar de esos muchachos.

La breve pieza podría funcionar únicamente sin texto, por el puro expresionismo, mucho más moderno, que se intenta trasladar. El empeño de Beatriz San Juan con la escenografía sí que es fructífero. Esa pared que se mueve sutil y amenazantemente resulta una provocación, una asfixia. A ello se le suma toda la ambientación sonora de Nick Powell con una cadencia house que se agolpa en la vibración de nuestra protagonista, tanto en la dispersión lúdica de su baile, como en la desesperación tan angustiosa que muestra cuando se inflige esos cortes que ya ni duelen. Lucía Juárez esta fenomenal en todas las facetas del espectáculo. Es capaz de trasladarnos la aglomeración de sus sensaciones, de esa fase terminal de su adolescencia, con el dolor por lo incomprendido, por la falta de atención y de cariño, por la incertidumbre tan insoportable. Una bipolaridad que la lleva a perderse en la fiesta; para luego sufrir en el encierro de su habitación o en su vagabundeo, cuando sus amigos no aparecen.

No se acierta, por otra parte, al caracterizar a nuestro homicida de una manera que hoy resultaría tan llamativa como ridícula. No es comprensible vestir a alguien así, como un Peter Lorre con sombrero, gabardina y de negro impoluto. Un detective poco privado para nuestro presente. ¿Es algo humorístico? Porque no es nada creíble Jesús Barranco en esa actitud que adopta. Ya no sabes si es un incel, un friki o un hombre verdaderamente insignificante. Cuesta identificar su carácter; porque es la atmósfera, al final, la que dota a este individuo de un aire tenebroso; aunque no macabro. Y es que hablamos de un asesino de niñas; pero el murmullo es juvenil, no solo por los vídeos, donde los observamos en el parque pasando la tarde o por ahí en la feria. Sino porque la divagación se concentra más en ella, con la canción de C. Tangana, «Comerte entera» reiterándose; y que trata, efectivamente, de amor. De haberlo, el trasfondo detectivesco parece de cómic.

Por supuesto que la tímida relación callejera y, después en casa, que establecen los dos protagonistas tiene que ver con esa necesidad de afecto, de alejarse de la soledad, de que alguien les haga caso. Sí, eso está muy claro. Ahora, lo que ha pretendido con su texto Alberto San Juan queda un tanto lejos de algún atractivo. A Lima, al menos, se le entiende su interés estético. Y ese, lo ha logrado.

Asesinato y adolescencia

Autor: Alberto San Juan

Dirección: Andrés Lima

Reparto: Jesús Barranco y Lucía Juárez

Coro de adolescentes: Conchi Albiña, Lucas Alcázar, Mari Carme Chiachio, Valentina Lima, Álvaro Ramírez, Bruna Pérez, Julen Gadi Katzy, Miguel Moya, Bruna Lucadamo, Pedro Vega, Miriam Pérez y Alfredo Domínguez

Diseño de espacio escénico y vestuario: Beatriz San Juan

Diseño de iluminación: Valentín Álvarez

Música y espacio sonoro: Nick Powell

Diseño de sonido: Enrique Mingo

Videocreación: Miquel Àngel Raió

Producción: Checkin Producciones Joseba Gil

Ayudante de dirección: Laura Ortega

Residente ayudantía de dirección: Teatro Español Cristina Simón

Una producción de Checkin Producciones y Teatro Español

Naves del Español en Matadero (Madrid)

Hasta el 5 de noviembre de 2023

Calificación: ♦♦

Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:

donar-con-paypal
Patreon - Logo

Paraíso perdido

Andrés Lima y Helena Tornero enmiendan el gran poema del puritano John Milton

Paraíso perdido - Foto de David Ruano
Foto de David Ruano

Cuesta pensar para qué se ha recurrido al célebre poema de Milton, si el fondo del asunto, como parece traslucirse, es altamente despreciado. Puesto que, cuando hablamos de adaptar, qué menos que se conserven las esencias. Y aquí del poeta inglés apenas se respetan unos cuantos versos en las primeras partes, ya que, después, la versionista Helena Tornero desmonta en exceso la teología desarrollada en el original. Sus interpolaciones llegan a ser abracadabrantes. No solo porque a Eva la veamos convertida en la primera feminista radical de la historia, sino porque el mismísimo gremio actoral se erige en auténtico adalid de las luchas por la libertad. El teatro es el arte más cancelado. De entre todos los males que ha propiciado Dios (y los veremos) se han elegido como víctimas propiciatorias. Con esta función, desde luego, no se convertirán en mártires; nadie les pondrá una bomba como a Leo Bassi. Sigue leyendo

Hannah Arendt en tiempos de oscuridad

La vida de la filósofa alemana sirve de excusa para la reflexión ética acerca de interpretar a un genocida

Si se nos retuerce el argumento previsible y el drama aprovecha la controversia generada por las opiniones de Hannah Arendt, cuando esta decidió viajar como reportera a Jerusalén para seguir el juicio al nazi Adolf Eichmann, tal y como se refleja de manera muy precisa en la película de 2012 dirigida por Margarethe von Trotta, para llevarnos por otros derroteros éticos, entonces es necesario analizar si la propuesta es coherente. La responsable de todo el asunto es Karina Garantivá y es ella quien nos introduce a través de un discurso inicial en las ideas que sustentan su proyecto. Discurso este algo caótico, con descripciones sobre cómo se ha llegado a preparar este espectáculo, que para el público pueden ser desconcertantes, pero que vale para llegar a la conclusión en esa deriva metateatral que prepara el terreno para el epílogo. Esa conclusión se ahorma con cuestiones que parecen hacer referencia, por ejemplo, al «Experimento Milgram», que pretendía responder a preguntas como: «¿Podría ser que Eichmann y su millón de cómplices en el Holocausto solo estuvieran siguiendo órdenes? ¿Podríamos llamarlos a todos cómplices?». Además de este asunto, de vital importancia ética, se nos induce a la comparación entre las medidas de control sanitarias que estamos padeciendo y que, también, tienen implicaciones sobre nuestros derechos y la manipulación de los totalitarismos. Sigue leyendo

El último rinoceronte blanco

Un vigoroso espectáculo para adaptar la obra de Ibsen, El pequeño Eyolf, y tratar el tema de la maternidad y de la pareja

Si los dos últimos montajes de la pareja Mora-Ferrer ―sin contar otros trabajos de distinto cariz dramatúrgico― me habían parecido pretenciosos y hasta inanes (Esto no es La casa de Bernarda Alba y Los cuerpos perdidos), con El último rinoceronte blanco he de afirmar que me han devuelto a las buenas sensaciones de Los nadadores nocturnos. En esta ocasión, lo performativo y lo dancístico no son fuegos artificiales para epatar al público y que sirvan para cubrir la ausencia de profundidad y de argumento. Para empezar, es justo aceptar que asistimos a diferentes momentos de gran eclosión dramática (como veremos a continuación) y que el texto intervenido de Ibsen, El pequeño Eyolf, ha resultado muy evocador y, sobre todo, reverberante con la coyuntura que vivimos. Ya el preludio es un choque de ideas, una paradoja; pues el niño, aquí llamado Jesús (las reminiscencias bíblicas en esta adaptación serán múltiples), es un engendro, en el sentido de que es un ser doblemente abandonado por los amigos con los que no puede jugar, pues está tullido (una caída cuando era bebé y que sus padres debieron evitar; pues estaban a otras cosas); y por sus padres. Sigue leyendo