Viaje hasta el límite

La obra teatral del novelista Luis Martín-Santos, influida por el realismo estadounidense, sube al escenario del Teatro Español

Foto de Javier Naval

Es habitual recalcar de las obras narrativas o dramáticas algo así como que «el menos es más». En cuántas podemos detectar que sobra aquí o allá a causa de las reticencias del autor a desprenderse de algo que le ha costado tanto escribir. Sin embargo, para el caso que nos compete, ocurre totalmente lo contrario. ¿Cuánto le faltaría a Viaje hasta el límite para que los cambios no fueran tan abruptos? Es difícil hacerse una idea, pero pongamos tres cuartos de hora para que las tretas y los tratos se maduren, y para que los amores intempestivos no parezcan éxtasis de adolescentes. Por esto, esencialmente, el texto teatral de Luis Martín-Santos no es buena, ya que, como veremos, los personajes no tienen ocasión de redondearse como se requeriría. Sigue leyendo

Luces de bohemia

Eduardo Vasco le ha restado melancolía a su adaptación de este clásico para trazar un espectáculo disfrutable

Luces de bohemia - Foto de Javier NavalSomos afortunados de poder asistir a un espectáculo teatral con un elenco de veinticinco intérpretes. En la versión de Lluís Homar no se llegó tan lejos y, en la más reciente de Sanzol para el CDN, el cariz fue bastante austero. Pero, ante todo, tenemos delante de nosotros un montaje novedoso. Sigue leyendo

Las locuras por el veraneo

Noviembre Teatro la emprende en el Matadero con un texto de Goldoni con un montaje que resulta un tanto naíf

Las locuras por el veraneo - Vanessa RabadeVuelve a los escenarios esta primera parte de la Trilogía del veraneo, de Carlo Goldoni. Los de Venezia Teatro ya la habían emprendido con bastante gracia y posmodernizada con gusto en 2016. Antes, en 2009, Toni Servillo nos deleitó en los Teatros del Canal con la reunión de las tres obras en una propuesta repleta de ironía y sagacidad. Ahora es Eduardo Vasco quien, con su compañía Noviembre Teatro (vienen de mostrarnos Abre el ojo, de Rojas Zorrilla), pretende trasponer aquel XVIII burgués a los años veinte (no demasiado locos) del siglo XX. Sigue leyendo

Abre el ojo

La compañía Noviembre Teatro insiste con otra obra de Rojas Zorrilla para acercarnos una de sus comedias más cínicas

Abre el ojo - Foto de Asís G. Ayerbe
Foto de Asís

¡Qué distinto cadencia y tono tiene esta propuesta de Noviembre Teatro frente a aquella tan divertida de Entre bobos anda el juego! Verdad es que aquella era comedia de figurón y esta de Abre el ojo (o Abrir el ojo) sea de costumbres. Aunque se quiera proceder con el vaivén del vodevil, lo cierto es que uno ve el esquema demasiado marcado casi desde el principio. Y luego, encima, se resuelve el asunto en un pispás, o en dos; porque el epílogo se acopla con premeditación. Sigue leyendo

Despierta

Ana Rayo presenta esta autoficción para relatar la muerte de su madre y para aleccionarnos sobre el machismo imperante

Despierta - Foto de Jesus UgaldeCuando en los últimos tiempos uno acude a espectáculos teatrales marcados por el marchamo del actual feminismo, no queda más que esperar si se respetará la inteligencia del espectador o si, por el contrario, se desbarrará con el proselitismo insufrible que restringe la crítica o el matiz al máximo; es decir, tendrá leccioncita o no. Desgraciadamente, en Despierta, cuando parecía que no; pues al final resulta que sí, que Ana Rayo y su personaje de sí misma han venido a instruirnos y a concretar las sencillas recetas en el conflicto hombre-mujer (y viceversa). Una obra en la línea de Españolas, Franco ha muerto que, precisamente, se representó en el mismo espacio. Ah, y si algún teatrero aún tenía esperanzas de que la autoficción fuera arrumbada esta temporada, comprobará que seguimos dramatúrgicamente en lo mismo, en el yoísmo, en el yo-yo, y que yo y que yo. En este caso la actriz lleva el yo hasta en el apellido y supongo que, psicoanalíticamente hablando, influirá en su subconsciente. Sigue leyendo

Carsi

Eduardo Vasco dirige en el Teatro de La Abadía esta parodia que ha escrito sobre la vida precaria de los cómicos

Que una compañía como Noviembre Teatro, dedicada casi de pleno a la adaptación de clásicos, se embarque en una creación tan metateatral, no deja de ser un autohomenaje paródico, una especie de paréntesis reflexivo y, fundamentalmente, un divertimento desengrasante. Para realizar este artefacto, Eduardo Vasco ha recogido diversos elementos del propio mundo actoral, y así poder elaborar un pastiche. Y, como tal, pues uno termina por quedarse con la idea de conjunto; porque la disparidad de escenas y, principalmente, la dispersión espaciotemporal, terminan por centrifugar el argumento en un engrudo excesivamente caótico. Fijémonos cómo se demora el preámbulo sin que nos presenten al que debe ser el gran protagonista y que, luego, a la postre, tampoco se explote su personaje en exceso. El caso es que un grupo de intérpretes se plantan ante su público para expresar con orgullo dolido que ellos son «de los clásicos». Y a partir de ahí llegan las coplillas irónicas y se intercala el rock vociferante y, un vergonzante rap (o algo así) que Resines no hubiera superado. Transicionar estas piezas con escenas encajadas sin comedimiento, como la del casting dirigido por millennials entontecidos, lleva a configurar unas piruetas dramatúrgicas insostenibles. La comedia no se centra en su asunto básico y se va por las ramas sin medida hasta que tomamos cuenta de por dónde se nos quiere llevar. Afortunadamente, contamos con un elenco que, dados los mimbres del libreto, van a sacar oro; y eso que el ritmo que se imprime no es el adecuado como para concatenar las tímidas risas que van surgiendo entre las butacas. Sigue leyendo

Espejo de víctima

Espectáculo compuesto por dos textos firmados Ignacio del Moral que indagan en las incómodas posiciones de aquellos que han sufrido un duro golpe

Dos episodios, dos ejemplos, para un tratado de victimología y así comprender el devenir de nuestra sociedad. Ignacio del Moral ha escrito dos filigranas con diálogos inexcusables que te agarran de principio a fin. Una sesión doble en el Teatro María Guerrero, en su Sala de la Princesa, para que uno salga zarandeado por la tensión desatada y porque las cuestiones desbordan por las aristas. Además, los actores dan buena cuenta de su experiencia en las tablas y de esa finura en las distancias cortas. La primera pieza lleva por título La lástima. Es el encuentro entre una periodista y el político del momento, el cual aguarda en su despacho a que le confirmen que será candidato. Que él marque con falsa modestia su recorrido vital y nos aborde con sus máximas sobre su filosofía («Yo creo que el día en que uno muere es justamente el día menos importante de su vida») y valores de reconvertido protestante con la insistencia en la simetría («¿No el gusta la asimetría?») o el valor del trabajo bien hecho; nos pone bajo la sospecha del estereotipo; pero puedo dar fe de que el baile entre víctima, culpable, victimario, victimista, pusilánime y otras variedades por afilar se combinan en cada asalto como si tuviéramos delante dos almas insondables que de complejas uno solo espera alejarse de ellas y esperar a que ellas mismas se fundan teleológicamente en un pacto abisal. La inteligencia de ambos ―no necesariamente unida a una moral aceptable― contiene sutiles dosis de erotismo que no galvanizan en lo sexual, sino en un agón no apto para débiles de conciencia. Sigue leyendo

Entre bobos anda el juego

La compañía Noviembre Teatro acierta con una de las comedias de figurón mejor trabadas del dramaturgo Francisco Rojas Zorrilla

Una diversión, un entretenimiento con el jugo de lo excesivo, de la parodia, para sacar a colación aquello de los matrimonios concertados ―generalmente, de alguna manera, siempre ha sido así en la historia―, donde se mercadea con las dotes y las rentas, y se aprovechan la belleza y la astucia ―si se tienen―, para ganar la partida. Comedia de figurón para deleite de un público que es atrapado desde el primer instante, con una cercanía tal del elenco, que lo cierto es que parecen quedarse sin sitio. Y es que, ante todo, son los actores quienes llevan la función hasta el punto propicio para que no decaiga en ningún momento. Principalmente, José Ramón Iglesias, en el papel de don Lucas del Cigarral, el cual se entrega en la gestualidad, en formas de caminar cuasimilitares y en una expresión que acompaña la absurdez e ingenuidad de su discurso hasta la bobería máxima de su conclusión. Eso sí, se nos prepara para que el momento en el que lo conocemos sea de gran comicidad; pues anteriormente, Arturo Querejeta, en el papel de Cabellera, mensajero y criado, ya nos ha dibujado la caricatura de su amo con una templanza irónica sin igual. Ya que ha tenido que acudir a Madrid a recoger a la «elegida», doña Isabel de Peralta. Sigue leyendo

Ricardo III

Nuevo montaje shakesperiano a cargo de Yolanda Pallín y Eduardo Vasco sobre el malvado monarca

ricardo-iii-fotoPor las investigaciones de los últimos años parece que el bardo inglés deformó más de lo debido la espalda de nuestro protagonista, abundando en su degradación y ofreciendo razones a su misantropía congénita. Desde luego no es un asunto baladí pasar de una escoliosis aguda a una joroba, un brazo inválido y una cojera humillante. También es cierto que en la versión de Yolanda Pallín, más parece alguien que ha sufrido un ictus o una herida de guerra. El caso es que Arturo Querejeta se echa toda la función al lomo y construye su personaje como si fuera un James Cagney henchido de sadismo, alguien que debe valerse todo lo que pueda de la astucia, de la paciencia y de aprovecharse arteramente de su físico, ya sea para generar cierta compasión, como para pasar desapercibido. ¿Quién se puede imaginar a ese individuo como rey? Eso sí, el asesinato formará parte de sus costumbres cotidianas, pura sicopatía. Ricardo III es la disección del malvado que toma motivo en el mal mismo. No es solo ambición o venganza o ira, es un modo de ser; y esto es lo que nos debe espantar. Resuenan sarcásticas las voces del elenco, como una opereta en la que se insistirá más adelante, con aquello del «sol de York» (un juego de palabras sun/son), ante el cuerpo aún caliente de Eduardo, príncipe de Gales, asesinado por el propio Ricardo (igual que a su padre), en el comienzo de la obra. Sigue leyendo