Euforia y desazón

Nueva entrega del universo de Sergio Boris en los Teatros del Canal para introducirnos en un lugar cochambroso

Continuamos el seguimiento a la estética de Sergio Boris después de que pudiéramos contemplar Viejo, solo y puto en 2016 y Artaud en 2019. Ahora con Euforia y desazón se identifican los mismos mimbres y, en este sentido, aceptamos que se busca exprimir unas premisas muy definidas. Si aquí en España La Zaranda, por ejemplo, insiste e insiste en macerar el esperpento, el argentino ─esta vez en simbiosis con actores de acá─ rebusca en esa marginalidad grotesca de los perdedores. Despojar al proyecto de un argumento y trabajar con una situación, con un ambiente que favorezca la exploración de unos seres desasistidos. Por eso la escenografía de Gabriela Aurora Fernández es fundamental. La cochambre, la ruina, la suciedad que se muestran definen a los personajes. Aquel habitáculo es una escuela para adultos destrozada, donde podemos observar hasta la fibra insonorizante deshecha que se inserta en las paredes. Todo está roto y se ve invadido por neumáticos presumiblemente pinchados. También por un compresor de aire y otros cientos de objetos, desperdicios, botellas, archivadores… Cómo no pensar en el síndrome de Diógenes y en el propio filósofo cínico, si hasta uno de ellos ha ocupado fuera de nuestra vista una furgoneta que, en realidad, le pertenece a la dueña del local. Qué gente es esa que se permite vivir así; porque, de hecho, duermen en el sofá y en la trasera o en algún recodo. La ducha es otro desastre manifiesto, con la caldera quemada. Un asco. Te provoca, inevitablemente, sensaciones de aporofobia. ¿Por qué aceptar que esas personas, que no son vagabundos, sean tan dejadas, tan descuidadas? El acierto claro del dramaturgo está en confiarnos a unos individuos a los que no se sabe bien qué se debe exigir como ciudadanos. ¿Son plenamente estúpidos? Algunos lo son. ¿Son tipos sin hábitos? Por supuesto. ¿Debemos tener conmiseración por ellos? Ustedes dirán.

La acción transcurre en un solo día, en un solo acto, en un solo espacio, como si fuera una tragedia clásica. Efectivamente, la tragedia pudo ocurrir, ya que la profesora, la responsable de esos hombres que se han aposentado ahí mientras se sacan, por fin, algún título, tuvo que ser enviada al hospital la noche anterior. A punto estuvo de morir. La salvaron, según parece, in extremis. La llegada de la hija, Amanda, interpretada por Maria Hernández Giralt, con un inicial tono de seriedad en el desconcierto, pone en marcha la función. Luego, según va ingiriendo alcohol y esnifando pegamento, su nerviosismo acontecerá. Demasiada tensión en ella. Ha tenido que viajar rápido, no entiende qué le ha ocurrido a su progenitora y se encuentra con un panorama insostenible. Que después acabe enrollándose con furor con Aguiles parecerá un exabrupto, una pérdida del control de la libido. Como si ella se hubiera «contagiado» por esa moral de la intemperancia. El hombre en cuestión nos deja a un Sebastián Mogordoy que resulta ser el más comedido entre los hermanos. Evidentemente todo el elenco juega a favor en el movimiento, en la imparable dinámica hacia ningún lugar; puesto que, sobre todo, ahí se expone la guarida de la basura, la rueda de ratón. Ya que lo improbable es que el más cortito, Elián, un David Teixidó, perfilado en la bobería formidablemente, alguien incapaz de resolver un examen tantas veces repetido, vaya a encontrar trabajo como pretende en el hospital antes nombrado. Allí está empleado el amante de la única hermana. Cristina Mariño parece haber alcanzado algo de dominio. En cierta medida ha logrado avanzar socialmente; aunque todavía le alcanza para ducharse en esa escombrera y manejar por teléfono el flirteo. Es todo un absurdo. Escuchar que, si hace el otro el currículum, mientras el otro hermano, el más potente, algo agresivo, Carlos, va introduciendo las ruedas. Eric Balbás es el quiero y no puedo en su justificación laboral. Frases como que trabaja cinco horas y que lo importante es que la obra avance. O que descacharre un presupuesto, porque que es un inepto a la hora de hacer unas cuentas a derechas. Ese es el espectáculo imparable. Y precisamente por eso, una vez que asumimos que al día siguiente será lo mismo, nos topamos con el callejón sin salida. La situación impera. La caricatura, también. Pero el argumento se agota enseguida, una vez se vislumbra el mecanismo.

Euforia y desazón

Dirección y dramaturgia: Sergio Boris

Asistente de dirección y dramaturgia: Carolina André

Intérpretes: Eric Balbàs, Maria Hernández Giralt, Sebastián Mogordoy, Cristina Mariño y David Teixidó

Escenografía y vestuario: Gabriela Aurora Fernández

Ayudante de escenografía y adaptación escenográfica: Albert Ventura

Iluminación: Albert Ventura

Construcción: Albert Ventura y Enric Naudi

Música: Fer Tur

Fotografía de cartel: Marc Sirisi

Fotografía de escena: Josep Vilallonga y Itsaso Arizkuren Astrain

Producción: Yara Himelfarb y El Eje

Distribución: Biel Martínez

Jefe técnico: Joan Martí

Coproducción: Cassandra Projectes Artístics, El Eje, Silencio de Negras y Temporada Alta

Con el apoyo de Iberescena, Osic, Icec, Ramon Llull, Ajuntament de Barcelona, Nau Ivanow y Qars Teatre

Agradecimientos: Nau Côclea, Automecànica Gil, IES La Bisbal, Inés Garí, Jorge Karp, Mercè Giralt, Ignasi Hernández, Rosa Alvarez, Ester Callado, Teatre Nacional de Catalunya, Joan Cesena, Cristina Orriols, Sara Secall y Núria Hernández

Teatros del Canal (Madrid)

Hasta el 14 de diciembre de 2025

Calificación: ⭐⭐⭐

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