Los Bárbaros y los Nuevos Dramáticos han creado un montaje desbaratado sobre un futuro ecosocial en el Teatro Valle-Inclán

De acuerdo, no es fácil. De hecho, es de lo más complicado que se puede formalizar dentro de un escenario. Adiestrar animales es más sencillo que poner a unos niños y a unas niñas de entre 8 y 11 años a funcionar dramáticamente. Pero, como hemos podido comprobar en este proyecto de los Nuevos Dramáticos del CDN ─me perdí Luna en Marte─, unas veces se atina y otras no se encuentra el tono. Así ocurrió negativamente con Play! y así pasó positivamente con Los columpios y con Ensimismada. Peor ha ido este ZUM. Crecerá un jardín. Esta vez los responsables han sido Los Bárbaros, de quien solo tengo el disgusto de haber contemplado Obra infinita.
Una vara de medir puede ser que, ya que se cuenta con todo un equipo de profesionales de todas las áreas y del máximo nivel, y ya que va a entrar en el circuito comercial durante casi un mes, al menos se supere la calidad de una función de fin de curso. No ha sido así en esta ocasión. Me parece que la propuesta no tiene ni pies ni cabeza ─aunque también pudiera ser que buscaran eso─. ¿Cuál es el concepto que se pretende exprimir? Abejas, chicos y chicas que transformen el futuro, que reclamen lo imposible, que sueñen con una revolución ecosocial. Por ahí andan los tiros, sin embargo, se dispara en direcciones diversas para no concretar nada como tal. El espectador, además, será, presumiblemente, un chavalín de más de ocho años, que ansiará conectar con lo mostrado.
Por otra parte, se da la circunstancia sorprendente de que los encargados de realizar la escenografía, Zuloarc, han plantificado unas gradas gigantescas en la Sala Francisco Nieva del Teatro Valle-Inclán y se han comido la mitad del escenario; y han dejado un pequeño pasillo hasta alcanzar las butacas. ¿Qué necesidad había de constreñir el espacio y de dificultar el movimiento de un elenco tan extenso? Hablamos de mover a quince personas por el tapiz. Esto, evidentemente, podría justificar que la dirección sea tan desnortada. Los muchachos se mueven juntos en varias ocasiones e, incluso, se apelotonan en una esquina de susodicha escalinata. Luego veremos cómo se van pasando un micrófono para emitir una frase inaudible en un desorden manifiesto. Podría continuar. Es responsabilidad de los directores descubrir qué sirve y qué no, qué son capaces de hacer unos niños y hasta dónde se puede llegar con ellos.
En el lado positivo caen algunas escenas que se atisban graciosas y originales, a pesar de que se elaboran con torpeza. Principalmente cuando observamos a Irene Ruiz con su canotier dentro de una ventanilla de una oficina. La actriz se adapta a la cadencia propuesta con dominio escénico y marca un rictus serio, cual institutriz. La chavalada se pone en fila y lanza preguntas metafísicas, existenciales e inquietantes. El sondeo filosófico que debe pergeñar la futura utopía. Creo. Algo de gracia tiene que Chelís Quinzá, el más entrañable y juguetón de todos, se disfrace de Peppi Nillo, un monstruo moco, que suelta a cada poco un «mierdra», cual Ubú. La escatología siempre funciona en esos entornos infantiles. Es la aproximación al jardín que brotará, cuando definitivamente desciendan unos enormes telones con el registro de decenas de flores que se deben recuperar. ¿De dónde hemos partido para caer en ese final? Pues de la aseveración de que nos estamos quedando sin abejas. Por eso Rocío Bello se vestirá muy seriamente de apicultora y, a la vez, hace labores de conductora dentro del desbarajuste. La música de Vivaldi (Las cuatro estaciones) sampleada para elevar el ritmo contribuirá a la algarabía. Todo parece acogido por el espíritu de Alicia en el País de las Maravillas, aunque de manera sui géneris. Poco se puede afirmar de otras escenas estrafalarias y sin mucho recorrido como la idea de emplear un caballo de Troya (de juguete) o de la aparición de unas «señoras» pertenecientes a un Club Muy Muy Importante. Es una mezcolanza de escenas inconexas que se ven apoyadas por el eclecticismo del vestuario. Un todo vale de camisetas, gorros, etcétera, mientras se colocan unas barbas para enmascararse.
«¿Y tú, U, con tus siete años casi ocho, qué te ha parecido?». «No he entendido nada; pero me ha gustado». No te entiendo.
Una creación de Los Bárbaros y los Nuevos Dramáticos
Texto y dirección: Rocío Bello, Javier Hernando y Miguel Rojo
Reparto: Rocío Bello, Chelís Quinzá, Irene Ruiz y los Nuevos Dramáticos (Simón Álvarez Martínez de Aguirre, Max Basaldua Gallego, Martín Bataller González, Ainara Bonilla Cardoza, Otto Bustillo Alonso, Lía Caballero Hidalgo, Tiago Fernando del Campo Miquel, Livia Cañadilla Privado, Julia Charro Fanjul, Nara de la Cuesta Sayyad, Maia Gil Santos, Olivia Grocin García, Ian Larrocha Malo, Enzo López López, Altea Manjón Caudevilla, Julia Meneses Ramos, Eliot Millán de Miguel, Yago de la Mora Frere, Adriana Pavón Fernández, Candela Pérez-Quevedo Fernández, Olympia Prieto Flores, Saori Valentina Rondón Patiño y Sofía Villalba Arenal)
Escenografía: Zuloark
Iluminación: Miguel Ruz Velasco
Vestuario: Rocío Bello
Música original y sonido: Pilar Calvo
Ayudante de dirección: Victoria Mendizábal
Ayudantes de escenografía: Jacobo Cayetano, Luis de Prada, Raquel Gómez y Manuel Pascual (Zuloark)
Ayudante de vestuario: Jesús Meneses
Ayudante de sonido: Sandra Vicente
Coordinación pedagógica: Lucía Miranda y Ángel Perabá
Estudiante en prácticas: Carmen Cerón
Producción: Centro Dramático Nacional
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 19 de diciembre de 2025
Calificación: ♦
U: ♦♦♦
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