Catástrofe

Íñigo Rodríguez-Claro comanda este experimento de Antonio Rojano sobre los sueños y los deseos que nunca serán de cuatro intérpretes

Se reúnen cuatro actores, un dramaturgo y un director con la idea de imaginar todas las vidas que no han vivido, porque en momentos precisos la balanza se inclinó hacia un lado o se tomó cierta decisión que tergiversó el rumbo atisbado. Adentrarse como en un sueño a deslavazar la memoria, anclarse en su verosimilitud, asumiendo que la invención forma parte de ese proceso y, a partir de ahí, fantasear sin límite sobre el escenario de un teatro. Buen punto de partida; aunque no termine de quedar claro cuál es el objetivo, el destino o la intención. Tenderemos a pensar, por ejemplo, en una ola descomunal de sucesos fantasiosos, hipotéticos, contrafácticos, que se resuelvan con una resaca que te devuelva al océano en forma de pensamiento recursivo. O sea, una manera de reflexionar existencialmente sobre el presente. Todo pudo ser de otra manera; pero ha sido de esta. Tortura, arrepentimiento, alivio, satisfacción. Ahora que soy maduro debo tomar las riendas de mi camino, si no quiero que me vuelva a pasar aquello. Quiero ser el responsable directo de mis decisiones. La lástima es que no acaba de plasmarse esa introspección y lo que se fragua es el desperdigamiento de muchas teselas, de sketches que no se entreveran hasta afianzar una malla de interrelaciones de los participantes si a lo que se aspiraba era al mise in abyme. Así que uno se queda con que el azar juega un papel preponderante y, por lo tanto, Catástrofe podría haber sido de muchas maneras, todas tan válidas como inútiles si lo que vemos no va más allá y concita nuestro interés por su particularidad. Y ese quizás pueda ser su mayor lastre. Sigue leyendo

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Furiosa Escandinavia

Un enredo surrealista sobre la recuperación y la pérdida de la memoria tras un naufragio amoroso

Nuestra vida contemporánea nos deja inmiscuirnos —si así nos es permitido— en la construcción biográfica de algunos artistas. Podemos inspeccionar, como espías, sus alimentos intelectuales y algún que otro detalle íntimo que se cuela por ahí y que, a la sazón, nos convierte en cómplices de su proceso creativo. Antonio Rojano lleva años leyendo muy bien, aproximándose a novelistas ineludibles, fundamentalmente del siglo XX. Aparte de tragarse películas y series que corroboran o persuaden sus inquietudes. Sigue leyendo

Las Cervantas

El «caso Ezpeleta» sirve de excusa para reivindicar el papel de la mujer en los comienzos del siglo XVII

las-cervantas-fotoSe están dando en nuestra sociedad últimamente con mayor profusión toda una ristra de endebles proposiciones culturales que se empeñan en obviar lo verosímil con tal de entretener vanamente o, en otros casos, encontrar las fuentes de ciertas ideologías de gran predicamento en la modernidad, en concreto, el feminismo. El falseamiento de la historia socioeconómica y sus costumbres que se da en muchas series de televisión españolas es clamorosa, no hay más que fijarse en Velvet que, por lo visto, transcurre en una burbuja espacio-temporal donde el franquismo no afecta y los personajes femeninos viven como si disfrutaran de todos sus derechos (flaco favor. Ante todo no hay que amargar al espectador). Mutatis mutandis, Inma Chacón y José Ramón Fernández nos quieren vender que las Cervantes (peyorativamente las Cervantas; aunque con mucho orgullo) eran prácticamente unas librepensadoras, unas intelectuales, casi revolucionarias, unas libertarias republicanas avant la lettre (con monja y todo); es decir, un despropósito, máxime cuando en la nota de prensa leemos: «Las hermanas de Cervantes, libres, cultas, que viven de su trabajo componiendo ropa, que han sobrevivido a los abandonos y la falta de palabra de hombres defendidos por los usos de la época…». Si no se acota esta libertad a lo que de verdad pudo ser, es fácil que parte del público más crédulo trasponga valores actuales con los de aquel periodo. Por lo tanto, se induce al engaño. Nos situamos en 1605, concretamente el lunes 27 de junio, en las afueras de Valladolid. Sigue leyendo

La ciudad oscura

Antonio Rojano ha escrito un metarrelato acerca de la reciente historia de España a ritmo de carrera hípica

Foto de marcosGpunto
Foto de marcosGpunto

La literatura del siglo XX más los recursos tecnológicos de nuestro mundo actual prestan al dramaturgo Antonio Rojano cada una de las herramientas necesarias para escribir un texto dramático dentro de un texto dramático. Otra vez la metaliteratura, sí; pero esta vez en un engranaje complejísimo, lleno de múltiples capas narrativas, de modos interpretativos y de tropecientas escenas que se imbrican en un mecanismo destinado a la entropía. A Rojano (Córdoba, 1982) lo descubrimos el pasado verano con su obra Ascensión y caída de Mónica Seles, ahora se ha superado con otra historia enrevesada en la que Fernando Soto, en una actuación rotunda y viril, se erige como trasunto del autor para escribir al alimón con su hija una obra de teatro. Podría ser el marco del relato, pero este tal escritor se cuela en los intersticios de su propia fantasía para ser un tal Álvaro Rojas, jockey compañero de profesión del suicida. A la vez, Irene Ruiz es doblemente hija, Dakota, la mayor parte del tiempo, en una interpretación que crece en cada acto con su bilingüismo esnob y su rencor desasosegante. Sigue leyendo