La directora Emma Dante ofrece esta versión del cuento de Giambatista Basile en los Teatros del Canal

Nos presenta Emma Dante (hace años conocimos su Bestias de escena) esta adaptación libre de otro cuento de Giambattista Basile, después de haber visitado Pupo di zucchero y La scortecata (por nuestros lares, Rakel Camacho sondeó «Sol, Luna y Talía», en La donna immobile). De la quinta jornada del Pentamerón (o Cuento de los cuentos) toma la autora La papara (La oca) para discurrir sobre un rey que, en un apuro defecatorio, coge las plumas de un ave que se encuentra a su lado. Él cree que es una gallina muerta; pero lo cierto es que está bien viva. Esta se le va a insertar en el ano, y recto al más allá como un parásito infame. Un tormento, ya que es imposible extraérsela, y ni ganas que tiene nadie en su corte. Y es que, cada vez que su alteza come, la deglución se transforma en una dolorosa expulsión de un huevo de oro. La paradoja, por lo tanto, está en que si ayuna sufre menos, aunque se aproxima por inanición a la muerte; mientras que si des-ayuna se expone a un tremendo dolor anal. Lo importante, por encima de todo, es que el monarca pierde su posición en lo alto de la escala social y se convierte, como las gallinas ponedoras, en un ser al servicio de sus súbditos y no al contrario. Ya las adulaciones que recibe no buscan la gracia y el beneplácito real, sino el efecto dorado. Por ahí se cruzarán Aristófanes, Boccaccio, Rabelais para que nos vayamos imaginando a Jarry en el regodeo escatológico.
La directora ha contado con un despliegue personal enorme para un espectáculo que no llega a la hora de duración. Un lujo, porque la acción es imparable y el trasfondo queda tan manifiesto como predispuesto a una ironía apabullante con la que se aquilata lo acontecido. Para ello la música cobra gran importancia. Sobre todo, el aria «Lascia ch’io pianga» («Deja que llore / mi cruel suerte»). El ritmo de la zarabanda de Handel encaja excepcionalmente en el patetismo que demuestra nuestro protagonista. Luego será rematado con gesto de posmodernidad a través de «Passacaglia», de Franco Battiato, quien precisamente recogía ese tipo de composición barroca que también había empleado el compositor prusiano: «Ah, ¿cómo te engañas a ti mismo? / Si usted piensa que los años / No tienen que terminar». Cuando el soberano ya no da más de sí, pero la gallina puede sobrevivir altiva.
Inspirados por la comicidad y la energía de la Commedia dell’Arte, Carmine Maringola acoge a su majestad («Carlos III de Anjou, rey de Sicilia y Nápoles, príncipe de Giugliano, conde de Orleans, vizconde de Aviñón y Forcalquier, príncipe de Portici Bellavista, rey de Albania, príncipe de Valencia y rey titular de Constantinopla») escondido inicialmente en una falda pollera muy apropiada para la posible incubación. El actor se expresa con braveza y se deja atravesar por su angustia de una manera extraordinaria. Sus pajes, encarnados por Davide Mazzella y Simone Mazzella con movimientos guiñolescos, nos remarcan los estereotipos. Después, el resto de los intervinientes se aúna con esa cadencia descacharrada entre los espasmos intestinales y las danzas gallináceas, como un lago de los cisnes estrafalario, con bailarines y bailarinas con cuerpos bien distintos, embutidos en unas mallas engordadas en los muslos como patas de la susodicha ave. Toda una salutación grandiosa que nos lanza a esas «damas» en el extremo del esparajismo. Desde luego, Davide Celona ofrece una bufonada fenomenal en esas lides. Luego, Annamaria Palomba, como reina originaria de Francia, expele una fuerza fantástica, demostrando que ha ganado posiciones en el reino. No es un personaje baladí, pues ella ha traído a este territorio napolitano la exquisitez de su país. Vestimentas, gastronomía, bailes y músicas que se deben enfrentar a gustos más refinados. Una batalla regionalista para que el matrimonio se resquebraje. Por eso resulta aún más risible que todas esas «señoritas» empavadas sean tan delicadas en la degustación de su té con pastas y, a la vez, tan groseras cuando hablan con la boca llena, en su pío pío. Ninguna se quedará sin cara enmigada.
La aparición del doctor, Samuel Salamone, en un intento baldío por extraer al animal, nos recuerda a Molière y El enfermo imaginario, ya que la hipocresía fue el gran tema de la época. Así se exprimió el asunto en el barroco, como bien sabemos, gracias, entre otros, a Quevedo, quien, según Benedetto Croce, puso de título a uno de sus libros (Cuento de cuentos) por el influjo de Basile en aquellos avatares en Nápoles.
En definitiva, poco más se puede ir para una fábula, pues no deja de ser un ejemplo dentro de un conjunto más elevado. Nos vale para recordar a la principal influencia de Perrault y de los hermanos Grimm, antes de que fueran laminados por Disney.
Libre adaptación de Lo cunto de li cunti, de Giambattista Basile
Texto y dirección: Emma Dante
Reparto: Carmine Maringola, Annamaria Palomba, Angelica Bifano, Davide Mazzella, Simone Mazzella, Stéphanie Taillandier, Viola Carinci, Davide Celona, Roberto Galbo, Enrico Lodovisi, Yannick Lomboto, Samuel Salamone, Marta Zollet, Samuel Salamone, Viola Carinci y Marta Zollet
Elementos escénicos y vestuario: Emma Dante
Iluminación: Cristian Zucaro
Asistente de vestuario: Sabrina Vicari
Técnico en gira: Marco D’amelio
Sobretítulos: Franco Vena
Una coproducción de: Piccolo Teatro di Milano – Teatro d’Europa, Atto Unico / Compagnia Sud Costa Occidentale, Teatro di Napoli – Teatro Nazionale, Teatro Stabile del Veneto – Teatro Nazionale, Carnezzeria, Célestins Théâtre de Lyon,
Châteauvallon-Liberté Scène Nationale, Cité du Théâtre – Domaine d’O – Montpellier / Printemps des Comédiens
Coordinación y distribución: Aldo Miguel Grompone, Roma
Organización: Daniela Gusmano
Teatros del Canal (Madrid)
Hasta el 30 de noviembre de 2025
Calificación: ♦♦♦
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