Emma Dante propone una pretenciosa performance con catorce actores desnudos a la intemperie de un escenario vacío

La idea es vaga, y después las ocurrencias, lo que salga, lo que llene un tiempo y un espacio (imposible transgredirlos en la coordenada humana-consciente). A posteriori, la reflexión, la explicación; y las tragaderas. El arte conceptual es una estafa inconmensurable. Casi nunca el concepto es tan valioso, ni trascendental. Su ejecución puede ser estéticamente gustosa. Aunque se digiere mejor que La crítica de la razón pura y uno se cree más humano. Bestias de escena viene con prospecto: una entrevista a la creadora que el Centro Dramático Nacional «esconde» en su dosier de prensa. No tiene desperdicio. Antes de desmenuzarla, será bueno que abordemos lo que pasa encima del escenario. Cuando el público entra en la sala principal del Teatro Valle-Inclán, catorce individuos confeccionan en corro diversos pasos que van repitiendo de forma más o menos acompasada al ritmo que marca uno de ellos. Uno aguanta en su butaca como ese espectador que deglute las doce horas de Out 1, noli me tangere («no me retengas»), de Jacques Rivette, donde asistimos impertérritos a decenas y decenas de minutos de prácticas actorales. Cambiarán la formación, correrán, se unirán sin que el grupo pare, mientras se van desnudando completamente. Sí, a partir de ahí se defenderán en pelotas. Nada nuevo bajo el sol. Cuerpos diversos. Primeramente, el pudor es imperioso, los cohíbe frente a nosotros; apenas entre ellos. Por lo tanto, hemos asistido al calentamiento y, después, al punto de inicio. Desarropados van a realizar otros ejercicios, que se suceden de forma ordenada, con su principio y su final, como en las clases de gimnasia de un colegio cualquiera. Porque a su alrededor hay unos «diosecillos» que les lanzan objetos para que elaboren la práctica: cubo de agua, toallas, balones, una muñeca, música, escobas, etcétera. Si tenemos en cuenta la idea inicial de la dramaturga Emma Dante («Bestie di scena llegó a su verdadero significado en el momento en que renuncié al tema que quería tratar originalmente. En un inicio, quería contar el trabajo del actor, su cansancio, su necesidad, su abandono total llegando a la pérdida de la vergüenza y, finalmente, me encontré delante de una pequeña comunidad de seres primitivos, desorientados, frágiles, un grupo de idiotas que como gesto extremo ofrecen sus ropas sudorosas al espectador, renunciando a todo lo demás. Este proceso ha comenzado desde esa renuncia, creándose una extraña atmósfera que no nos ha abandonado y que ha hecho que el espectáculo se genere solo. En Bestie di scena hay una comunidad que huye, expulsada del paraíso al igual que Adán y Eva, llegando a un lugar del pecado, el mundo terrenal, lleno de trampas y tentaciones. Se engañan a sí mismos para vivir, encontrando en ese escenario todo lo que necesitan: el odio, el amor, el camino, el miedo, el mar, el naufragio, la zanja, la tumba donde llorar a los muertos, los restos de una catástrofe…».), uno solo puede preguntarse dónde está todo esto. ¿Dónde está la búsqueda de ellos mismos? ¿Dónde está su extrañeza? ¿Por qué sabe botar el balón, manejar una espada? ¿Por qué no se matan? ¿Por qué no se huelen? ¿Por qué son seres civilizados? ¿En qué medida son «bestias»? Insisto, los ejercicios se empiezan y se terminan sin gran complejidad, sin una disrupción imposibilitante para ellos. Apenas se vislumbra el temor a lo desconocido en unos breves pasajes. Esto es lo que ocurre en las clases de expresión corporal sin que nadie crea que ya es una composición artística. Los intérpretes no elaboran, ejecutan algo que está preestablecido. No existe sorpresa en ellos, construcción. Saben lo que tienen que hacer. Luego, además, están los tópicos. Como transformarlos en simios que devoran cacahuetes; pero con una mínima interacción. O bailar al son de «Only you», de los Platters. Precioso. Aunque, como afirmaba más arriba, lo paradójico y pretencioso está en la susodicha entrevista. «El espacio del escenario es el mundo, y todo lo que puede contener. Por eso, de alguna manera, es un espacio vacío, un espacio en blanco que trato de llenar. Pero como no puedo poner todo en ese espacio o decir todo en él, trabajo sobre una versión reducida, dejando que la imaginación del público haga el resto». Punto número 1 del «Decálogo para identificar impostores»: Ante la sentencia: «Dejo que vuele la imaginación del público». Uno debe pensar que la elipsis o lo insinuado es tan grande como la carencia de ideas del creador. «Lo que nos fascina a todos en el teatro está en otra parte, es otra cosa. Es este cortocircuito que sucede en el escenario y que permite a los actores y al público compartir una experiencia común». No, el teatro es compartir una experiencia inédita, inusual, que nos sitúa en una esfera inexplorada de nosotros mismos y los otros. Porque es en la vida cotidiana, en tu sociedad estructurada por una cultura conocida por todos, donde se comparte, o no, la experiencia común. Precisamente acudimos al teatro para adentrarnos en otras experiencias fuera de lo común. «Creo que un espectáculo debería servir para cambiar el mundo, transformar a quienes lo hacen y a quienes lo miran. Quiero que el público se sienta responsable de esta comunidad de «imbéciles» o de «primitivos» que, mirándolos directamente a los ojos, les habla sobre el mundo y sobre lo que vivimos hoy: tragedias, ataques terroristas, refugiados ahogándose en el Mediterráneo, terremotos…». Lo comprendí mejor cuando Cristiano nos la clavó por la escuadra el tercero, mientras se aproximaba el Aquarius a Valencia. Diría que la labora dramatúrgica es una chapuza, propia de alguien que ha pergeñado un montaje al tuntún, sin una mínima relación de ideas que lo hagan verdaderamente sofisticado. No es solo simplón el concepto, sino que el contenido parece puro relleno inconsistente. Es vacuo. Esto parece que es un «a ver qué sale» y se lo han comprado. Del símbolo primigenio, claro que se podría haber realizado un trabajo artístico que tuviera una vertebración genuina, coherente y filosóficamente satisfactoria para los espectadores exigentes; esos que no se quedan patidifusos por la desnudez y las piruetas. No son seres que descubren su cuerpo y aprenden una serie de habilidades unos de otros. Es un ejecutar por ejecutar. Es una sesión de expresión corporal que quiere devenir trascendental. Aplausos, vítores, puestas en pie. Otra vez los fuegos artificiales: mucho ruido y…
Idea y dirección: Emma Dante
Reparto: Elena Borgogni, Sandro Maria Campagna, Viola Carinci, Italia Carroccio, Davide Celona, Sabino Civilleri, Roberto Galbo, Carmine Maringola, Ivano Picciallo, Leonarda Saffi, Daniele Savarino, Stephanie Taillandier, Emilia Verginelli, Marta Zollet y Gabriele Gugliaray Daniela Macaluso
Elementos de escena: Emma Dante
Iluminación: Cristian Zucaro
Gerente en gira: Gabriele Gugliara
Asistente de producción: Daniela Gusmano
Coordinación y distribución: Aldo Miguel Grompone, Roma
Fotos: Masiar Pasquali
Diseño cartel: Javier Jaén
Producción: Piccolo Teatro di Milano y Teatro d’Europa, Atto Unico / Compagnia Sud Costa Occidentale en coproducción con Teatro Biondo di Palermo y Festival d’Avignon
Con la colaboración de Istituto Italiano di Cultura di Madrid
Teatro Valle-Inclán (Madrid)
Hasta el 17 de junio de 2018
Calificación: ♦
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