Abiertos en canal

Samuel Viyuela y Alba Enríquez llevan a escena este drama animalista del japonés Takuya Yokoyama en el Teatro Infanta Isabel

De vez en cuando las protestas contra las macrogranjas encuentran espacio en la prensa; pero da la impresión de que la pujanza animalista y antiespecista han disminuido, y de que el veganismo ha reducido posiciones respecto de otras reivindicaciones sociales más acuciantes. Va por épocas, desde luego. Como ocurre con las manifestaciones antitaurinas con performances ad hoc. La defensa del bienestar animal es un tema fundamental en nuestro siglo; aunque tiene perspectivas muy diversas. La materia se ha tratado poco sobre las tablas. Se aproximó de un modo algo deficiente y sin atractivo Lola Blasco con aquella adaptación del libro de Coetzee Elizabeth Costello.

Abiertos en canal (Edaniku, en el original, que hace referencia a la pieza de carne una vez vaciada) es un texto del japonés Takuya Yokoyama (1977). Y si bien no vamos a tener dificultades para comprender los dilemas morales que se plantean, sí que es necesario esbozar unas circunstancias particulares. Asuntos que no terminan de quedar claros en la versión que nos presentan Samuel Viyuela González y Alba Enríquez. Por un lado, el acento de los provenientes de Osaka (el kansai), como el propio dramaturgo, que se trasladan a Tokio, donde estamos. Una manera de hablar que es tomada de forma peyorativa, entiendo que como aquí históricamente el andaluz o el murciano. El estereotipo del currante con un nivel educativo bajo que carga Jonás Alonso, metiéndole mucha entereza y algo de tozudez a su Genda. Él ofrece un considerable pulso ético, una lealtad y una posición firme en sus luchas laborales. Pero nos perdemos los matices de desprecio que deberíamos descubrir cuando se expresa con su variedad dialectal. Un detalle imposible de asimilar ─así nos lo revelan en la publicación de esta obra que ha preparado la editorial Satori─ es que Yanagi, el amigo al que tanto se refiere este personaje en el conflicto que hallamos, es un apellido típico de coreanos emigrado al país nipón. Muy habitual en «matarifes» (el término es muy repudiado en el espectáculo). Es decir, hablamos de un oficio que han realizado tradicionalmente individuos de estrato social bajo; puesto que nadie quiere hacerse cargo de un trance tan penoso. Idiosincrasia similar podríamos encontrar en algunas zonas rurales de España. Otro aspecto a tener en cuenta es que desde el punto de vista religioso matar a un animal para comérselo era un acto impuro; y esto comenzó a cambiar a partir del periodo Meiji.

En este sentido, para nosotros esta obra se contempla sin estas características; aunque resultan interesantes las controversias que se ponen en marcha. Por otro lado, como ocurre en los dramas japoneses ─esto lo percibimos mucho en el cine─, el humor presente tiene ese cariz infantil, de inocente ironía; a pesar de que aquí no esté apuntalado con algunos gestos mímicos que se suelen emplear. Evidentemente, sirve para aplacar los ánimos y suavizar las disputas. Ya que, por un momento, pareciera que estamos en el programa El jefe infiltrado. Así ocurre con Imai, un joven despistado que llega a esa área de descanso con la intención de conocer las instalaciones y de saber cómo trabajan. Oriol Pàmies acepta mesuradamente con un rol, que no termina de desarrollarse. Su templanza juvenil es acorde con esa comicidad inofensiva que practican allí. Resulta un tanto irritante que su potencia no sea mayor. Es, como intuimos enseguida, el hijo del dueño de una enorme granja proveedora, un nini. Será él quien introduzca las habituales cuitas sobre la ejecución de esos seres, sobre su sufrimiento y sobre cómo miramos para otro lado: «Las personas pueden justificarse diciendo que era “su trabajo”; sin embargo, las vacas no pueden decir nada». Respuesta con la que se topa: «En las granjas les dan cerveza a las vacas solo para ablandar la carne». Bien lo saben los aficionados al Wagyu.

A David Castillo le toca ser muy protagonista, llevarnos con tono afable por la cotidianidad de esos currantes y equilibrar la propuesta con tino. Es Sawamura, el otro responsable de esa sección especial, donde se realizan las operaciones finas para clientes premium. También es cierto que algunos de sus parlamentos están para ocupar el silencio con naderías como discurrir sobre sus yakisobas, mientras llegamos al meollo (o meollos) de una función que resulta algo corta o con menos enjundia de la esperable. Es decir, parece que el autor ha intentado aunar la observación de un ambiente desagradable con un conflicto laboral. No obstante, hay un problema, y es que todo ocurre, en verdad, fuera de foco. Quedamos ajenos de la visión de esos especímenes descuartizados. Si el teatro es un lugar para ver, deberíamos sufrir la contemplación de aquello que nos negamos a mirar (y a oír). Por otra parte, el compañero que está en problemas, el tal Yanagi, no acontece. El embrollo surge de que el bulbo raquídeo de un animal ha desaparecido y lo necesitan para enviarlo al laboratorio y comprobar que no tiene una encefalopatía espongiforme bovina. En el caso de que no aparezca, los trabajadores estarán obligados a pagar por esa pieza. Ese es el panorama, el cual se lía con otra serie de detalles.

Desde luego, el contexto es interesante y se difunden diferentes cuestiones a las que no se suele prestar atención; pero creo que el montaje es algo estático. Tampoco ayuda verse encerrados en esa escenografía de plásticos de Alessio Meloni, poco atractiva y poco sangrienta. Apreciable es en la dramaturgia la breve performance que han incluido antes del epílogo y que redunda en la concienciación animalista.

Abiertos en canal

Autor: Takuya Yokoyama

Dirección y dramaturgia: Samuel Viyuela González y Alba Enríquez

Elenco: Jonás Alonso, David Castillo y Oriol Pàmies

Diseño de escenografía: Alessio Meloni

Ayudante de escenografía: Lidia Gómez Herrera

Diseño de vestuario: Tania Tajadura

Diseño de espacio sonoro: Pelayo Rey

Diseño de iluminación: Jose Miguel Hueso

Taller de escenografía: La caverna del érebo

Material gráfico: Mario Ballesteros

Producción ejecutiva: Darbuka

Una producción de: El Vodevil

Organiza: Molly Cat Productions

Teatro Infanta Isabel (Madrid)

Hasta el 5 de octubre de 2025

Calificación: ♦♦♦

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