Leaving the Dream

Borja Rodríguez y Violeta del Campo abordan el binomio realidad/ficción a partir de la «espantada» actoral de Daniel Day-Lewis

Los marchamos a los que se acogen los jóvenes teatristas están tan marcados entre la autoficción, la metateatralidad, la documentación y esas narraciones ante el micrófono que exige el posdrama que ya es necesario quedarse con lo poco que pueda ser peculiar. En este caso, remitir a la espantada que dio el extraordinario actor Daniel Day-Lewis en 1989, cuando estaba haciendo de Hamlet en Royal National Theatre. Durante la escena V del acto I, aquella en la que el príncipe es alertado por el fantasma del rey de que ha sido asesinado, la función se paró, Daniel huyó consternado y jamás volvió a subir a un escenario. ¿Qué le ocurrió? Eso es lo que podría interesarnos realmente; porque hablamos de un actor singular, de la estirpe de Marlon Brando, con su aura, con su éxito, con su oscuridad. Si luego el tema se abandona, pues entonces ya caemos en las consabidas remisiones yoístas que no son demasiado motivadoras.

Procedemos, por lo tanto, a una investigación inicial que nos permite aproximarnos a la biografía tanto del protagonista de Pozos de ambición como de su progenitor, Cecil, todo un poeta laureado del Reino Unido, que murió cuando su hijo apenas contaba con quince años. Retroproyectores con láminas de acetato para trazar el esquema y ponernos en situación. Noticias aparecidas en la prensa inglesa y algunos vídeos que rememoran entrevistas posteriores al «incidente». Delante de nosotros Borja Rodríguez transmite su fervor por aquel intérprete ─ se dan un aire─ y, también, esos rasgos de timidez que difícilmente se pueden obviar. Tratamos de alguien que ha ganado tres Oscar como actor protagonista (el único), de alguien que selecciona sus papeles de forma meticulosa y que los prepara hasta la extenuación, con aquello ─tergiversado─ del «método». Vivir durante meses como el ser que se vaya a encarnar, aunque este se mueva en silla de ruedas, como en Mi pie izquierdo. Y qué comentar de su retiro (ahora parece que ha vuelto para enfrascarse en el proyecto de su vástago) a Florencia para hacer zapatos, pues una boutade o una declaración de su auténtica consideración de la existencia. Especular sobre esto podría ser tremendamente curioso. Todo ese solapamiento de las capas de la realidad y de la ficción, del padre y el hijo, del teatro dentro teatro que ocurre, como sabemos, en la tragedia shakesperiana (tantas veces representada, la última en versión de Declan Donnellan), la relación con la fama como velo social y, por supuesto, toda la sempiterna teoría de la máscara que filósofos como Nietzsche han esbozado y sicoanalistas como Freud han explotado, para alcanzar un presente de imposturas totalizantes a través de las redes sociales, el metaverso y la mátrix. Pero este camino, que parecía atrevido, termina por derivar en algo insulso. Es decir, el susodicho Rodríguez y su compañera Violeta del Campo nos llevan a su movida personal. Y qué quieren que les diga, estoy muy cansado de esta mirada egocéntrica de gente que (todavía) no es nadie relevante. Sirve, ante todo, para demostrar el patetismo; porque nuestro joven solo puede emular la huida de la Nave 73 como una farsa de un fan. Y, después, si ella nos revela sus intereses particulares sobre los ritos y diversos estudios antropológicos, pues es algo accesorio. Que nos hablen de ellos como pareja artística e, incluso, algo más, es la retahíla de la autoficción que ya es insoportable.

Por otra parte, intentan que confluya de manera cartesiana, como tanto se ha hecho, aquella duda onírica a través de los versos calderonianos de La vida es sueño (también Donnellan ha sido el último en sondearla). Tiene coherencia temática claro; pero creo que es acogerse a un tópico más que a un desarrollo. Otro asunto más clarificador, que además se realiza con buena intención cómica, es introducir a un maestro de interpretación argentino (como no podía ser de otro modo) para abordar la cuestión de la verdad en la actuación. Este punto sí que está insertado con sentido para regresar a Daniel Day-Lewis a partir de unas máscaras con su rostro en un baile estupefaciente. Este hilado nos planta en la memoria aquel estupendo montaje de Gabriel Calderón, Historia de un jabalí o algo de Ricardo, donde observamos la metamorfosis interpretativa de Joan Carreras. No obstante, aquí no se llega tan lejos.

En definitiva, algunas ideas me parece que tienen mucho más recorrido, que ambos creadores se entregan con generosidad y con ímpetu; sin embargo, es hora de mirar al futuro dramatúrgico explorando otros procedimientos estéticos.

Leaving the dream

Dramaturgia: Violeta del Campo y Borja Rodríguez

Dirección de escena: Violeta del Campo y Borja Rodríguez

Elenco: Violeta del Campo y Borja Rodríguez

Iluminación: La Mamona

Escenografía: La Mamona

Vestuario: La Mamona

Diseño gráfico: Borja Rodríguez

Distribución: La Mamona

Movimiento: Andrés Acevedo

Producción: La Mamona

Nave 73 (Madrid)

Hasta el 10 de julio de 2025

Calificación: ♦♦♦

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