Nerium Park

Josep Maria Miró nos entrega un texto con tintes de thriller sicológico para abordar diferentes presiones sociales en una pareja de jóvenes

Había logrado la temporada anterior Josep Maria Miró una sustancia narratúrgica de gran potencia con El cuerpo más bonito que se habrá encontrado nunca en este lugar. Con Nerium Park vuelve a concitar elementos de thriller psicológico y cuitas morales que podemos conectar con su obra más sobresaliente, El principio de Arquímedes; pero también con La habitación blanca. Necesariamente hay que tener presente el ensayo La España de las piscinas (2021), de Jorge Dioni, donde describe a esos aspirantes a clase media que se van a los PAU a encerrarse en seguras y confortables urbanizaciones, donde crean un microcosmos acorde a su estatus. Con ello logran apartarse de esas gentes molestas que pululan por el metro y por ciertos barrios, y fomentan relaciones fértiles para el progreso de sus hijos. Además, se conceden un ocio de centro comercial, ya que en los alrededores de su fortaleza no existe más que un exclusivo colegio concertado (y ni eso). Ocupar su tiempo libre con experiencias culturales acordes a su nivel de estudios supone la molestia de acudir a la gran ciudad, donde han de mezclarse con la muchedumbre. Es el modelo estadounidense de casas unifamiliares, aunque casi siempre en torres de pisos.

La paradoja inicial se establece ya con el título. Nerium quiere decir ‘adelfa’, y este arbusto se emplea, por su frondosidad, para aislar visualmente. ¿Quién no querría ese grado de apartamiento y de exclusividad? Pues unos jovenzuelos que, por fin, han conseguido esa posición económica y esa solvencia en su trabajo que les permite adquirir un piso nuevo en una urbanización recién terminada. Serán los primeros en llegar y, segunda paradoja, se comenzarán a inquietar cuando ninguno de «los suyos», de esos vecinos fenomenales de su misma condición con los que entablarán conversaciones anodinas repletas de sana envidia, decida comprar alguna de las viviendas que están a la espera. Demasiada soledad.

Ante todo, resulta muy sugestivo cómo el dramaturgo ha construido los personajes. E, incluso, cómo nos deja intuir ideologías frágiles, éticas adaptaticias y pulsiones políticas que, como suele ocurrir, se ajustan a la renta y a la correspondiente estética. En este sentido, los intérpretes elegidos son, a priori, estupendos; pues son guapos (inequívocamente) y quedan idealmente en ese salón amplio que debe oler a madera, y que Monica Boromello ha diseñado con gusto algo clásico en el imperante minimalismo. Jorge Gonzalo ha favorecido que estos seres se muevan con soltura, desapareciendo por alguna de las estancias. Apenas se ha permitido la rareza de mostrarnos a la protagonista colocarse los diferentes postizos que simulen la evolución del embarazo. Quizás esa transición nos la podría haber ahorrado en pos de la verosimilitud. Son momentos para que la música de Orestes Gas aumente la tensión y las luces de Víctor Longás potencien la tenebrosidad.

Félix Gómez parte del entusiasmo por haber alcanzado esa cota, por descubrirse en un futuro estable. Se afana en entrar las cajas de la mudanza y en animar a su novia para que halle todo lo bueno que contiene ese cambio. Ella, Marta, ya nos impone a una chica repleta de miedos, que no está cómoda a pesar de haber abandonado el centro de la capital, como así deseaba. Dice con temor haber visto a alguien en la piscina; no obstante, se le pasa pronto; porque el sexo todavía es una motivación trascendental, máxime si anhela quedarse encinta, como así ocurre. Susana Abaitua resuelve con sencillez y candor un papel escurridizo. Es evidente que, nosotros hallamos a una joven, de cierta fragilidad, asustadiza. Sin embargo, se dedica a despedir a gente en su departamento de recursos humanos de una gran empresa y en eso es realmente firme. Asume su trabajo con la banalidad del mal integrada en su ser cotidiano. Ella no es la culpable, ella es la simple ejecutora que da el dictamen y que, si es necesario, acompaña al desempleado con la cohorte de seguratas. Lo interesante del caso es que nuestro Carlos, contra todo pronóstico, va a ser perder su empleo. Se establece un juego muy inquietante y atractivo de relación ¿imaginaria? con un okupa, un tipo que responde exactamente con un hombre que fue defenestrado por su esposa. El tal Sergio es un buen colega, que se ha quedado sin nada y que necesita un cómplice que le permita establecerse en uno de esos trasteros vacíos. ¿Ha perdido la cabeza nuestro protagonista? ¿Cómo accede tan gustosamente a esa concesión? Su mujer, evidentemente, discurre incrédula. El marginal, el expulsado o el vagabundo se convierten en otro símbolo paradójico, otro más. Un ser sufriente, desde luego; pero que, a la vez, se evade de sus responsabilidades, de su lucha y hasta de la búsqueda de honor, de consideración social. Esconderse, ocultarse, se convierte en un signo de salvación.

Por lo tanto, el drama da para una exégesis muy sugerente sobre temas que acucian a una parte de la sociedad y que redundan en toda clase de pavores. La lástima es que Miró, en las últimas escenas, cae en el modo explicatorio y, desde mi punto de vista, estropea su argumento. ¿Qué necesidad tenemos de que se nos detallen los aspectos que cualquier espectador inteligente puede inducir por sí mismos? Parece el discurso de un detective en un thriller cualquiera detallando el caso. Una pena que este procedimiento del teatro comercial deje un amargo sabor de boca.

Nerium Park

Texto: Josep Maria Miró

Dirección: Jorge Gonzalo

Reparto: Susana Abaitua y Félix Gómez

Diseño de espacio escénico: Monica Boromello

Diseño de iluminación: Víctor Longás

Composición de música original: Orestes Gas

Diseño de vestuario: Elda Noriega

Ayudante de dirección: Esther Berzal

Producción: Octubre Producciones

Nave 10 Matadero (Madrid)

Hasta el 23 de marzo de 2025

Calificación: ♦♦♦

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