La lámpara maravillosa

María Heredia hace suyo el texto esotérico de Valle-Inclán para configurar un espectáculo de corte surrealista

La lámpara maravillosa - Foto de Ilde Sandrin
La lámpara maravillosa – Foto de Ilde Sandrin

La temporada anterior Pedro Casablanc se invistió de Ramón Gómez de la Serna para recrearnos la biografía estupefacta y fantasiosa de Don Ramón María del Valle-Inclán. En esa ocasión, a través de un ritmo desenfrenado y cabaretero el espectáculo parecía subsumirse al estrafalario personaje. Ahora, en el Salón de los Balcones, en paralelo al Luces de bohemia de la Sala principal, parece que la directora y versionista de este asunto, María Heredia, se ha dejado llevar por otros espíritus, por la magia circense del ramonismo, por el ilusionismo, por el surrealismo de Magritte y las obsesiones temporales de Dalí, por el baile sincopado y sicodélico de Bob Fosse; y por toda una serie de vericuetos que llaman la atención; pero que se alejan de la espiritualidad a la que hace referencia en su libro nuestro célebre dramaturgo.

La lámpara maravillosa se había publicado en 1916, su hijo Joaquín María de cuatro meses había fallecido, y el poeta se refugiaba en Galicia. Siempre se sintió muy orgulloso de esa elucubración lírica, donde mezclaba la teosofía de Madame Blavatsky, a quien había conocido gracias a su amigo Mario Roso de Luna, el gnosticismo, los textos herméticos, las ideas platónicas, la Cábala y, sobre todo, el quietismo de Miguel de Molinos, aquel místico del siglo XVII, que dejó escrita toda su filosofía en la Guía espiritual. Y de esto último se derivan, esencialmente, los pensamientos que trufan todas esas glosas que el autor va comentando en los diferentes capítulos y que ilustró con todo el misterio insondable José Moya del Pino. Si nos fijamos, por ejemplo, en sus dibujos observaremos cuánta distancia estética se da entre aquel y lo propuesto sobre las tablas.

Extraordinaria idea ha sido aprovechar esta pequeñísima sala (hay que compensar la «pérdida» para el teatro de la Nave Fernando Arrabal en el Matadero). Desde luego, inicialmente, en el prólogo que va exponiendo Javier Bermejo a través de una coreografía de Julia Cano (su impronta es fundamental a lo largo de toda la propuesta), que nos remite a la diosa india Kali, con sus varios brazos, que tiene que ver con la fuente del ser, con la oscuridad que debe iluminarse, conocemos la disyuntiva entre la meditación y la contemplación, las cuales se aúnan para destinarnos a ese dictum de san Pablo: «Qui videtur esse sapiens inter vos, stultus fiat, ut sit sapiens» («Si alguno entre vosotros cree ser sabio, hágase ignorante y así llegará a ser verdaderamente sabio).

Creo que el mayor acierto de Heredia está en permear la definitiva influencia de Nietzsche con ese entrevero de las fuerzas dionisiacas ─los bailes espasmódicos parecen impelidos por el éxtasis eléctrico─ y los efluvios apolíneos en la luminosidad del cuerpo desnudo y agotado y bello de Blanca León, mientras recoge las flechas del Centauro que acoge Rodrigo Casillas. Este había entrado de improviso, tras el preámbulo antes reseñado, para lanzarnos al habitual marco metateatral, para salirse de la ficción y sumarse al resto de actores; escena tantas veces repetida en los espectáculos postdramáticos. Otro elemento más para escapar del abstruso meollo que nos compete y no coger el toro por los cuernos.

Antes, el cuadro de Raquel Varela, sentada frente una caja, discurre con gran energía, y es el momento en el que de modo más conciso se sondean las artes sapienciales que se deben desvelar. Así, además, el grupo nos llevará a la consideración excelsa de Toledo y al descarte de Santiago de Compostela. Con la iluminación sobre sus cabezas con esos bombines bombillados que Javier Ruiz de Alegría ha intervenido certeramente. Mientras, caerá la arena de los relojes en la sencilla escenografía. Lo que resuena es la búsqueda de la belleza, identificada con Dios y que es buscada espiritualmente por el artista con su quehacer artesanal y estético. «La belleza es la intuición de la unidad, y sus caminos, los místicos caminos de Dios».

De esta manera, nos enfrentamos a una performance que fantasea y que suaviza las complejidades del mundo teosófico, que juguetea y que provoca sensaciones dispersas en el espectador sin atisbar un cauce. Es decir, no exprime el simbolismo expreso y tradicional de esa sabiduría antiquísima que bebe tanto de oriente; sino que, en gran medida, la posmoderniza con la mezcolanza azarosa. En su brevedad uno puede deleitarse con la plasticidad del movimiento y con algunos hallazgos escenográficos; pero el valleinclanismo se nos escurre por entre los dedos.

La lámpara maravillosa

Autor: Ramón del Valle-Inclán

Versión y dirección: María Heredia

Reparto: Blanca León, Javier Bermejo, Raquel Varela y Rodrigo Casillas

Iluminación: Javier Ruiz de Alegría

Espacio sonoro: Irene Maquieira

Coreografía: Julia Cano

Audiovisuales: David Miguel Blanco

Asesoría mágica: David Hípola

Ayudante de dirección: Mar P. Soler

Una producción de Giradas Producciones

Teatro Español (Madrid)

Hasta el 17 de noviembre de 2024

Calificación: ♦♦

Puedes apoyar el proyecto de Kritilo.com en:

donar-con-paypal
Patreon - Logo

2 comentarios en “La lámpara maravillosa

Deja un comentario

Este sitio utiliza Akismet para reducir el spam. Conoce cómo se procesan los datos de tus comentarios.