Eneida

La Joven se aúna con el circo para dar cabida a esta adaptación del texto virgiliano a cargo de Paco Gámez

Eneida - Foto de Ilde Sandrin (1)
Foto de Ilde Sandrin

En esta ocasión La Joven ha decido dar un paso más allá en su propuesta de adaptar una obra clásica a un lenguaje contemporáneo, y que resulte atractivo a las nuevas generaciones. Aunar artes circenses, teatro de texto y música en directo suena, en teoría, muy bien; y si el lugar elegido para el montaje es el Price, pues mejor todavía. Por lo tanto, a priori, uno debe deducir y tener en cuenta esfuerzos mayores, y una preparación profesional de gran exigencia. Concluyamos que el conjunto, como experiencia sensorial y visual, resulta gustoso; porque varios de los elementos confluyen exitosamente en varios momentos. Aunque es justo reconocer que no se puede considerar que el espectáculo sea consistente de principio a fin, como voy a intentar demostrar. Si partimos del texto que ha escrito Paco Gámez, inspirándose en Virgilio, diremos que se ha empeñado en darle una vuelta de tuerca que termina por ser incomprensible. Mucho se debe contextualizar el asunto fuera de la función, para que se comprenda por dónde se quiere ir realmente. Es decir, si nos olvidamos de Eneas y pensamos más en un barrio de una ciudad europea que se incendia, repleta de individuos que producen rechazo en los que están fuera, y que eso hace que el viaje y la huida sea la única solución esperanzadora; y que la odisea y la reunión con otros pueblos sea el germen de lo que ahora denominamos Unión Europea, pues la epopeya romana se deshilacha. Los símbolos, los dioses, las fuerzas telúricas se desvanecen. De la Eneida, en definitiva, quedan las raspas de una trama que vale más para entreverar el malabarismo y la performatividad dancística, más unas composiciones musicales tan sensuales y propicias, como configuradoras de un mundo onírico. Porque en este último apartado, es necesario volver a valorar el oficio de Alberto Granados Reguilón, quien no para de ofrecernos su buen hacer y su gran disposición a la hora de entender cuál debe ser su cometido dentro de una dramaturgia contemporánea. Los músicos se apostan como una banda en un lateral para recorrer el Mediterráneo con una sensualidad deliciosa que empasta exquisitamente con la nostalgia que expele el héroe. Cuidado con los que esperen reguetón y chunda-chunda, porque de esto no hay, afortunadamente (la publicidad es engañosa). Destaca, por encima de todos, el tema «Il cielo in una stanza», de Gino Paoli, que popularizó Mina en los años 60. Se hace cobrar aquí la importancia del padre, Anquises, provocador de una orfandad angustiosa. Luego, también penetra en el ambiente la versión de «How Deep Is Your Love», que tanto nos remite a los Bee Gees y otro poco a los Take That en declive. Además, sonará Purcell y el «Bésame mucho», durante la escena mejor elaborada dramatúrgicamente: el encuentro amoroso entre Eneas y Dido sobre un lecho que se crea a partir de un gran hinchable (la escenografía de Silvia de Marta está configurada por detalles puntuales y concretos en el círculo desnudo, situados con gran inteligencia y originalidad), mientras el resto de los artistas narran el acontecimiento para ganar en erotismo imaginario y no recargar el erotismo carnal —porno blando, si se quiere—, que tanto abunda en los productos audiovisuales. No observo pacatería —pues no faltan en algunos diálogos expresiones soeces e improperios—, sino buen gusto por parte de José Luis Arellano a la hora de dirigir esta escena fundamental. Pienso que el director ha demostrado su valía en la configuración de la mayoría de las escenas; aunque no ha logrado hilarlas en una trama robusta. En cualquier caso, Eneas es un tipo descargado de los atributos del héroe, es un muchacho valeroso, cuando tiene que buscar la justicia; pero bastante melancólico. Es casi un decadente. Samy Khalil gana en expresividad con ese pasmo de la huida, de esa tristeza que lo acompaña; lo que pierde, en ocasiones, corporalmente frente a todos esos acróbatas tan virtuosos. Por su parte, María Heredia es un dechado de fuerza y de energía, tanto su Creúsa —muy llamativa e incitadora esa compuerta al Hades con forma de cubeta con su escalera incorporada que la absorbe—, como su Dido. Resulta arrebatadora y pasional, muy dominadora de la situación, tanto, que se come en exceso a Ana Jara, que hace de acompañante, y que luego se transformará en Lavinia, cuando esta, al final, se convierta en la esposa del futuro creador de Roma. Por otro lado, Marta Velilla como Acates (luego también como Andrómaca, en una escena deslavazada), me ha parecido que tenía un ímpetu muy necesario para contribuir positivamente a una dinámica algo juvenil. Y es que los aliados del héroe son un poco blanditos para la cuestión que nos compete. Ya sea Javier Ariano como Palante, que cumple con corrección su papel de secundario; o Jota Haya, que hace, sobre todo, de Aqueménides; pero que brilla cuando se encarna en Silvia, una sibila travesti y prostibularia muy atrevida y cachonda. El otro asunto a tratar es la inclusión, aquí y allá, de algunos números circenses. Casi en ningún momento parecen venir a cuento, y resultan un pegote; vistoso eso sí, muy meritorio, por supuesto; pero sin ideas creativas que se engarcen con el argumento. Diría que los malabares con mazas de Sirio Fernández son un ejemplo de cómo aprovechar sus habilidades para recrear una especie de vacile callejero que sí que funciona. O los movimientos de Amaya Frías en el suelo, que nos dan una idea más simbólica de los distintos episodios. Luego, el resto de actuaciones me parecen un poco traídas por los pelos, principalmente esa alegoría de la llegada de Europa, con Cira Cabasés y Juan de las Casas demostrando maravillosamente lo que son capaces de hacer sobre la báscula; aunque desgajados de eso llamado Eneida. Y, claro, ver a Monika Budzinska en el trapecio atrapa nuestra atención y le da hermosura al espectáculo; pero, igualmente, no se comprende el maridaje. En definitiva, es un montaje de La Joven (acaban de presentar también Ulloa), que intenta abrir otros caminos artísticos y eso es de alabar. Cualquier espectador puede coger de aquí y de allá para marcharse con buen sabor de boca; no obstante, la síntesis de los tres pilares que se ponen en juego no llega a fraguar con solidez.

Eneida

(Playlist para un continente a la deriva)

Texto: Paco Gámez, a partir de Virgilio

Dirección: José Luis Arellano García

Reparto: Javier Ariano, Jota Haya, María Heredia, Samy Khalil, Ana Jara, Marta Velilla, Monika Budzinska, Cira Cabasés, Juan de las Casas, Sirio Fernández, Amaya Frías, Julia Cano, Andoni Larrabeiti y Cristina Vigil

Músicos: Miriam García (saxo/flauta), Alberto Granados Reguilón (teclados), Jorge Henríquez (percusión), Javier Lisón (guitarra), Emma Weil (guitarra), Vicente Pérez (bajo)

Escenografía y vestuario: Silvia de Marta

Iluminación: Juanjo Llorens

Dirección musical y arreglos: Alberto Granados Reguilón

Coreografía: Andoni Larrabeiti

Ayudantía de dirección: Paco Gámez

Diseño de sonido: Félix Botana

Caracterización: Sara Álvarez

Asesor histórico-literario: Oliver Baldwin

Asesor circo: Javier Jiménez

Asesora movimiento: Eva Sánchez

Dirección de producción: Olga Reguilón Aguado

Dirección técnica: David Elcano

Regiduría: Daniel Villar

Ayudantes de escenografía y vestuario: Karla Santiago, Nicolás Guindo y Gracia Collado (prácticas)

Ayudantes de iluminación: Rodrigo Ortega, Paloma Cavilla (prácticas) y Nacho Medina (prácticas)

Ayudantes de regiduría: Paula del Fresno (prácticas) y Joel Valiente (prácticas)

Ayudantes de caracterización: Paloma Rodrigo y Santiago Calzón (prácticas)

Ayudante de producción: Paloma Rodrigo y Mayte Navarro (prácticas)

Gestión de públicos y administración: Rocío de Felipe

Fotografía: Ilde Sandrin

Comunicación: María Díaz y Pedro Sánchez

Diseño gráfico: Guillermo Vázquez

Alianzas: Teatro Circo Price, Fundación Teatro Joven, Escuela de Circo Carampa, Escuela de Música Creativa, Conservatorio Superior de Danza María de Ávila

Teatro Circo Price (Madrid)

Hasta el 17 de abril de 2021

Calificación: ♦♦♦

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Divinas palabras

José Carlos Plaza regresa a este clásico de Valle-Inclán sobre la degradación moral con una puesta en escena algo anticuada

Foto de marcosGpunto

Puede resultar enormemente paradójico que el clásico de Valle-Inclán, una obra señera de la dramaturgia contemporánea española y una de las más viajeras, se nos muestre avejentada, fuera de un marco conceptual que podamos asimilar con la facilidad que hasta hace unos treinta o cuarenta años se hacía; y, a la vez, quizás —es algo aventurado afirmarlo— recupere su fascinación cuando se pueda observar como ahora hacemos con los dramas barrocos. Y es que Divinas palabras engarzaba con una España profunda, oscura y grotesca que hasta hace no mucho era reconocible en algunos pueblos de la geografía española; no obstante, la urbanización generalizada y el abandono de muchos espacios rurales desvirtúa, en cierto modo, el simbolismo valleinclanesco. Sigue leyendo

Auto de los inocentes

Un drama naíf sobre un campo de refugiados en España con el Auto de los Reyes Magos incluido

Que la apertura de la temporada en el Teatro de la Comedia, que se presuponía un plato fuerte con el que dar el aldabonazo de salida, se haya sustituido por un montaje que más parece indicado para la bonhomía que nos embarga en Navidad, es una cuestión que difícilmente se puede comprender. Tampoco se entiende muy bien hacia dónde quieren ir con su texto Pedro Víllora y José Carlos Plaza; es decir, si de verdad creen que han pergeñado una estructura dramática propicia para encajar como actividad lúdica en un campo de refugiados ¿en España? diversos textos barrocos y el anunciado Auto de los Reyes Magos que, recordemos contiene 147 versos nada más, y que se introduce de cualquier manera al final del montaje. ¿Es posible que alguien se haya enterado de qué cuenta este auto o los otros: fragmento del Auto de La vida es sueño, de Calderón y el Auto del Hospital de los locos, de Valdivieso? Quiero decir, evidentemente, en su dimensión sociocultural y literaria, pues son alegorías que necesitan un desarrollo y unos marcos referenciales que aquí no están. Primeramente, es necesario resaltar que el espectáculo es innecesariamente largo (dos horas) y que el tono es naíf, idealizante y poco creíble en la pesadumbre, el cansancio y la desesperación que se presume en un lugar así. Sigue leyendo