Añoranza y siesta

Eva Carrera y Javier Hernández se ponen al frente de esta inteligente sátira sobre España firmada por Eva Mir

Añoranza y siesta - FotoEl tema de España nunca termina. Digno del psicoanálisis. El batiburrillo cultural de nuestro país seguramente no sea único, apenas hay que viajar a otras naciones para demostrar que allí también se cuecen habas. En cualquier caso, el español poco viajado y poco leído saca su cornamenta cada día para «enfrentarse» con sus paisanos para exprimir sus diferencias en la suprema similitud acogiéndose a contradicciones abracadabrantes. La derecha y la izquierda son una mezcolanza irrisoria en su estupidez, en su delación de congruencia, en el falseamiento de sus esencias y en la pantomima generalizada de esta supuesta polarización que vivimos, cuando el españolito de turno tiene una vida de lo más corriente y prosaica. Defender tradiciones españolas no, pero regionales sí. La lengua española no, pero la variante dialectal sí. Lo añejo mola si es vintage en Malasaña y se vermutea en el tardeo. La boina es cateta y la pradera de san Isidro es hípster. Folclore aburrido, excepto si te lo vende Rodrigo Cuevas. Amar a España sin haber salido de tu pueblo. Ignorar el arte de tus vecinos, la literatura de tu patria y quejarte de los inmigrantes que nos van a «sustituir». Ser vegano urbanita sin saber cuánto cuesta plantar un tomate. Las dos Españas del catolicismo nihilista de las comuniones con princesas Frozen. Odiar España como afición, adorar al independentismo plegado a mi señor. Contra los negacionistas del cambio climático, mientras me conecto al universo con el reiki. Etcétera, etcétera, etcétera. Es muy, muy fácil: la cordura de don Quijote en su lecho de muerte.

Si tiro del hilo, me sitúo en esta misma sala del Quique San Francisco, cuando se llamaba Galileo, en 2017, para hallar Contra la democracia, de Esteve Soler (y su versión rumana). Una función estructurada en sketches para satirizar la sociedad y ambientar el asunto con detalles ucrónicos y surrealistas. Luego, ese mismo año, se montaba Dis7topia, del mismo autor, que como el propio nombre indica fantaseaba con un futuro aterrador. Además con una estructura fragmentaria. En esta participaban tanto Javier Hernández (Eva Carrera se suma la dirección) como Jorge Páez. Ahora nos encontramos con un texto ─el título no me llega a convencer, es demasiado inconcreto─ de Eva Mir, a quien, como dramaturga, conocemos por Héroes en diciembre. Observamos un troceamiento similar, aunque bastante más exagerado. Demasiadas teselas, diría, para un espectáculo que se alarga mucho. Quizás sobrarían algunas de sus piezas; sobre todo, porque se echa en falta un poco más de recursividad. La que sí se detecta, por ejemplo, en la escena que interpreta Lourdes García, quien despliega toda su comicidad, con acentos variados, con ironías más elocuentes y, en definitiva, aportando un humor muy satisfactorio. Ella se sitúa en una pedanía partida a la mitad según la nueva composición del territorio. Su sofá, tapizado con dos telas distintas, remarca esa división. Resultará irrisorio, de ahí la crítica, que su propia personalidad, sus gustos y sus costumbres cambien según se desplace de un lado a otro. Volver sobre esa escena resulta muy necesaria y cohesionadora. Y, de hecho, debería explotarse más.

Ya que, en definitiva, lo que tenemos es una sátira muy inteligente sobre las ínfulas separatistas, sobre las paradojas intrínsecas de cada país y de cada región. Se ha completado La Separación, una derecha y una izquierda, una ruptura. Ya de principio, en el prólogo (sobre el que se volverá), Javier Lera avanza con nerviosismo verosímil sobre la nueva frontera, como un explorador en una comarca ignota. El desconcierto nos atenaza y nos sorprende. Lo espera Jorge Páez, con campechanía rural prototípica, un habitante del terruño, que instantáneamente nos hace pensar en el Club Caníbal y en sus Crónicas ibéricas (realmente se establece una lectura muy interesante entre la propuesta de estos y la de aquellos). Luego, más adelante, aparece Mario de la Iglesia para establecer una negociación de lo más regocijante sobre zonas, edificios, espacios naturales, etc., que se podrían trasladar de un lugar a otro. Como poner un rascacielos de «Benidorm en la Plaza Mayor de Zamora». ¿Qué se perdería? ¿Qué se ganaría con la nueva demarcación? Cierra el elenco Cristina Presa, quien se muestra con mucha vivacidad. Aparece, entre otras piezas, en una que parece digna de una novela fronteriza, como aquellas medievales de moros y cristianos, un relato de amor subacuático, donde los vecinos se encuentran a escondidas, y donde dirimen sus diferencias.

Algunos de los sketches resultan muy graciosos y originales; pero otros parecen rizar el rizo de la extrañeza y, quizás, se podría retirar; por aquello de propiciar la unidad y el dinamismo. Pienso en la escena de las palomas, donde una de ellas se quiere marchar con una cotorra. Por supuesto, tenemos dos cuadros que serían, según mi punto de vista, los que más enjundia poseen. Uno es la de la escuela, donde la historia, según el maestro, depende del gusto, de cómo te la cuenten. Todo está bien con tal de contentar a todos esos alumnos en la inopia (buen zarpazo de la autora). El otro es aquel de la taberna, donde una cuadrilla se reúne una vez al año para comprobar si echan de menos aquellos tiempos en los que estaban unidos. También se debe considerar que la peliculilla que insertan (se ve oscurísima) es un tanto pegote, por mucho que remita a las revelaciones sorpresivas y a las discusiones subsiguientes de cualquier cena de Nochevieja.

Recordemos la frase de Julio Camba: «Una nación se hace lo mismo que cualquier otra cosa. Es cuestión de quince años y de un millón de pesetas. Con un millón de pesetas yo me comprometo a hacer rápidamente una nación en el mismo Getafe… Me voy allí y observo si hay más hombres rubios que hombres morenos… Es indudable que algún tipo antropológico tendrá preponderancia en Getafe, y este tipo sería el fundamento de la futura nacionalidad. Luego recojo los modismos locales y constituyo un idioma. Al cabo de unos cuantos años, yo habría terminado mi tarea y me habría ganado una fortuna…».

No está mal que una voz en off nos recuerde la situación administrativa de la Isla de los Faisanes, con jurisdicción compartida (seis meses para Francia y otros tantos para España). Pero igualmente podríamos hablar de Portugal y de la Raya (el iberismo lo tenemos olvidado). O del Condado de Treviño, o de Gibraltar, o de cómo han brotado las identidades minúsculas desde aquel «café para todos» con la mayor descentralización de un estado europeo, donde el País Vasco es la comunidad con más competencias particulares de toda la Unión; y aún hablamos de fueros. La polarización paleta de Villarriba y Villabajo para que después nos encontremos en el bar a tomar una caña.

Añoranza y siesta

Dramaturgia: Eva Mir

Dirección: Eva Carrera y Javier Hernández

Reparto: Cristina Presa, Javier Lera, Jorge Páez, Lourdes García y Mario de la Iglesia

Ayudante de dirección: Aleix Esqueret

Diseño audiovisual: Road Experience

Diseño de escenografía: Cristina Hermida

Vestuario: Ángela García

Diseño espacio sonoro: Aleix Esqueret

Diseño de iluminación: Edgar Calot

Técnica de función: Yolanda Berasategui

Cartelería: Sara Robisco

Grabación y edición de vídeo promocional: Iván Melguizo y Lucas F. Canosa

Producción: Charlie Bravo

Producción asociada: Andrea Duro y Estudio Juan Codina

Teatro Quique San Francisco (Madrid)

Hasta el 2 de junio de 2024

Calificación: ♦♦♦

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Un comentario en “Añoranza y siesta

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