Oveja perdida

Brai Kobla ha montado un artefacto inmersivo sobre los mecanismos de alienación laboral en la Sala Cuarta Pared

Oveja perdida - FotoQue el dispositivo ya es llamativo de inicio, no lo vamos a negar. Desde luego que experiencias teatrales inmersivas, donde el espectador asiste de pie a lo acontecido, mientras se desplaza alrededor, se proponen de vez en cuando. Aquí Brai Kobla nos sumerge en varios planos simultáneos, en un caos determinado por la improbabilidad que el público debe desentrañar. Mucho me temo, que parte de los asistentes se quedarán con la rareza del acontecimiento y con los gestos humorísticos que trufan el espectáculo; sin embargo, las claves, aunque establecidas de manera aviesa, están ahí.

La oficina es una estructura cuadrangular. Uno de esos coworkings o, quizás, empresas deslocalizadas, donde sus empleados negocian o atienden instrucciones de algún estadounidense de Silicon Valley o, quizás, todavía peor, de un bot que marca objetivos y tarifas irrisorias, dispuestas para el mejor postor. El celebérrimo engranaje de Chaplin elevado a la suprema sofisticación. El taylorismo remozado con la multitarea (multitasking) y la mirada del coach ultraliberal esbozando la sonrisa del «si quieres puedes». La voluntad insolente impulsa al individuo hacia el éxito de sobrevivir. Los cuatros componentes del elenco elaboran un recorrido propio de partículas subatómicas en esa entropía maléfica. Y cada frase elocuente y significativa, cada proclama política y cada sentencia filosófica, se entreveran con una cotidianidad infinita. «Dios, Dios, Dios, el pulso de Dios, Dios, Dios, Dios. Dios, Dios, Dios, el pulso de Dios, Dios, Dios. Teníamos que repetir todos los días, antes de la oración de cada domingo. Dependiendo del pastor que te tocaba era la visión poética que le imprimía al sermón». Ese comienzo, que llega in medias res, de improviso, ya posee una serie de pistas fundamentales, pues es evidente que vivimos un momento, al menos en Occidente ─lo de España es tremendo─ de reconversión, por vía nihilista, de la religión cristiana a la religión productiva. Igualmente esclavizante, y con unos pastores invisibles que dominan el sistema con las finanzas. Por aquí va el título: Oveja perdida ven sobre mis hombros que hoy no sólo tu pastor soy sino tu pasto, verso de un poema de Góngora, en referencia, claro, a la parábola de «El buen pastor». ¿Dónde está hoy el líder carismático? ¿Dónde está el alma bondadosa que nos ayude a reconducirnos si nos extraviamos? ¿Es la oveja perdida una rebelde que pretende salir del redil? Vivimos bajo tal dominio que la ansiedad generalizada que padecen las sociedades modernas es de pura lógica. No sabemos a ciencia cierta quién maneja los hilos. Desde luego, los gobernantes no pintan nada, son títeres. Nuestros jefes, en último término, se ocultan en la amalgama insidiosa de un fondo de inversión.

Es coherente que el dramaturgo se haya inspirado en la obra La sublevación, del filósofo italiano Franco Bifo Berardi, pues es un pensador muy bien editado en Argentina y que conecta con otros ensayistas que están enhebrando las dimensiones de nuestro presente. Pienso Žižek o Byung-Chul Han, en Mark Fisher o en Agamben. O tantos otros que, desde distintos campos, intentan mapear esta realidad escurridiza, fugaz e imparable. Por eso resulta muy interesante prestar atención a los códigos manejados. Pongamos que es verdad que Marina Fantini relata un sueño recurrente a su terapeuta. La actriz argentina, a quien pudimos disfrutar en La voluntad de creer, nos da algunos indicios con su gran vivacidad y algunas muestras de dureza. ¿Es lo que vemos producto de su propia desrealización, ese efecto de distorsión, provocado por el estrés indeleble?

Ese es un punto bastante firme del drama; pues a partir de él asistimos a una repetición. Sí, todo vuelve a empezar. Toda ese revoltijo de detalles insignificantes de la rutina diaria, sobre perder el teléfono, ir a por comida, jugar al ping pong o invitar a tu compañera a pasar un día romántico en Soria para tomar torreznos en un bar de toda la vida,… Ahora, no es una repetición, sino una variación de lo mismo, un simulacro. Porque en esa función ─hace bien poco comentaba lo mismo sobre Ficciones─ se trabaja con el exprimido concepto baudrillardiano. Más adelante se detalla de manera inapelable la influencia del guionista, director y novelista judío (no es baladí el adjetivo) Charlie Kaufman. Cualquiera que lo conozca entenderá que su mundo está muy patente en este montaje (también su humor entre absurdo, irónico y cínico). Filmes como ¡Olvídate de mí!, Estoy pensando en dejarlo o, como aquí se resume, Synecdoche, New York, una verdadera obra maestra, que tanto tiene que ver con el teatro, la metateatralidad y la simulación. Aquel mapa de 1:1 del que habla Borges en su cuento «Del rigor en la ciencia», en El hacedor.

Desembocar en una manifestación 3.0 nos destina a esa performance donde se lucha contra la «nada», a distancia, de un modo indoloro; ya que, básicamente, ni siquiera saben en qué trabajan realmente frente a un ordenador. Que porten como arma sus móviles es claramente una pantomima. En cualquier caso, ellos se emplean a fondo. El propio Luis Sorolla, que suele estar embarcado en proyectos experimentales como Un roble o La vida es sueño (el auto sacramental), ya participó en una propuesta titulada Un cuerpo en algún lugar, que, en alguna medida, tiene que ver con esta que ahora observamos. Se afama con el ritmo y muestra su ímpetu de principio a fin. Por su lado, como un compadre, Jorge Tesone da las réplicas pertinentes y discurre con estupefacción por alguna de esas aparentes escenas, como aquella en la que recitan un poema sobre Angola pergeñado en un taller de escritura. Juegan como si fuera un slapstick. Las gestualizaciones se coreografían y las disonancias habilitan nuevos caminos; pero el argumento es la propia forma del mecanismo. En ello anda Esther Sanz, que, si bien pone toda su energía, su rol queda un tanto relegado frente a los demás.

Resulta, entonces, muy atractiva la pieza; aunque establecer «una vuelta al inicio» conlleve el riesgo de que el tedio puede llegar, incluso, en un espectáculo que dura cincuenta minutos. Ocurre como en aquella cinta, Corre, Lola, corre, donde lo mismo ocurría tres veces con apenas unos cambios temporales que resultaban trascendentes. Luego, el hecho de que los espectadores estén de pie y se desplacen alrededor puede provocar una pérdida de atención o convenir que esto es un divertimento, cuando, en verdad, tiene mucha enjundia. Por supuesto, merece la pena concentrarse al máximo para descubrir sus puntos ocultos.

Oveja perdida ven sobre mis hombros que hoy no sólo tu pastor soy sino tu pasto

Autoría y dirección: Brai Kobla

Ayudante de dirección: Denisse Van der Ploeg

Elenco: Marina Fantini, Jorge Tesone, Luis Sorolla y Esther Sanz

Edición de sonido: Luis López Pinto

Fotografía: Denisse Van der Ploeg

Producción ejecutiva: Chamán Producciones

Sala Cuarta Pared (Madrid)

Hasta el 25 de mayo de 2024

Calificación: ♦♦♦♦

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