Fátima Delgado presenta un texto tremendamente endeble sobre la intersexualidad femenina en el deporte

Romper la dialéctica, la controversia y destinarnos hacia la «verdad» incuestionable es la forma más clara de soberbia en el teatro. Por no hablar de la pobreza intelectual que supone no incluir una diversidad de perspectivas sobre temas que, a priori, son complejos. Esto ocurre mucho en las dramaturgias contemporáneas donde la ideología se impone de manera panfletaria. Run Baby Run ─¿título en inglés para una obra que se alimenta del folclore gallego?─ es un ejemplo de este vicio. Aquí partimos nuevamente del egocentrismo (embebido de narcisismo) que afirma que si no se respeta eso que tan apabullantemente se llama «identidad» la discriminación será flagrante, insoportable y, por lo tanto, habrá que buscar unos culpables. Hoy, identidad es cualquier cosa y todo el valor que uno le quiera dar (supremo, según algunos). Todo muy delulu. Ya sea por causas de sexo, género, cultura, religión, arte, sentimiento,…
Nuestra protagonista, interpretada por Alba Loureiro, con el mismo nombre, asevera tajantemente que se siente discriminada porque no le van a permitir participar en las Olimpiadas, que rebajar sus niveles naturales de testosterona, dada su intersexualidad, y que propician una ventaja considerable en las carreras de atletismo es intolerable; ya que, cuidado, atenta contra su integridad. Uno la observa, y hemos de reconocer que la actriz, a quien hemos podido ver en obras como La noche del Sr. Smith o La piel del lagarto, posee una energía muy pertinente, que sus rutinas físicas principalmente al inicio son del todo creíbles y hasta su propio cuerpo resulta idóneo para representar a esta deportista. Ella cumple con creces su cometido; pero el problema es el discurso pergeñado por Fátima Delgado. Con la que está cayendo con la cuestión trans en las competiciones deportivas femeninas, parece increíble que se llegue a proclamar que la culpa es, como no, de los «hombres», que son quienes han creado las reglas, dice. Como si las reivindicaciones no fueran absolutamente de las propias mujeres, quienes, con buenos criterios y evidencia, han reclamado su propio y exclusivo espacio para poder acceder a la victoria. Ninguna mujer sensata niega esto. Otro asunto sería si ellas, en algunas disciplinas, podrían unirse en igualdad con los varones. Que nadie las coarte, por supuesto.
Es decir, cómo es posible un texto tan endeble en el que los argumentos hacen aguas por todos los lados. Donde no se habla de todas aquellas deportistas que se esfuerzan inútilmente; porque no tienen ninguna posibilidad de ganar en campeonatos viciados por una ideología acientífica. Es que ni siquiera se esbozan estos vericuetos. No hay más que ver a Camila Bossa, quien hace de entrenadora y que parece perder enseguida su enjundia. Es un personaje que no supone suficiente contrapeso. Sí que la intérprete le pone ganas y es convincente en la sensatez que intenta desarrollar, pues su posición es mucho más pragmática.
Ahora, la estructura en este montaje sí que es bien chocante; porque hallarla tan fallida resulta extraordinario en un lugar como el Teatro Español. Ya que, a ver, cómo se explica que este proyecto posea prólogo y desenlace únicamente, para reducirlo a menos de setenta minutos. ¿Dónde está el nudo? ¿Dónde está el desarrollo del conflicto? O sea, ¿dónde hallamos las implicaciones de la polémica, los pasos del juicio, los dimes y diretes con los distintos comités, los pasos a seguir en la lucha por demostrar que se tiene razón, la atención a los dictámenes, a las normativas y a sus explicaciones, etcétera.
A no ser que tengamos que considerar que la inclusión del folclore gallego, con unos peliqueiros danzando por aquí y por allá, con las coreografías, sí, desde luego, sugerentes de Greta García deben cargar de contenido simbólico el espectáculo. Con esa mezcla que Jana Pacheco ha dirigido sin demasiada claridad de ideas para dar cabida a la diosa Niké y a la diosa Atalanta, que no se sabe a qué vienen, más allá de la lógica deportiva. Situaciones performativas que se van hilando de cualquier manera para concitar algún tipo de significancia que no logra atisbar más allá de lo evidente; pero que no parece imbricarse con la trama de una forma sólida y coherente. Al menos, la pieza resulta vistosa, pues los trajes son muy atractivos. También es magnífica la escenografía de Alessio Meloni, quien se ha buscado la vida para introducir un remedo de pista de atletismo en un espacio tan reducido y de un modo tan peculiar y hasta metafórico.
A veces en la escena contemporánea se ven tan claras las intenciones ideológicas y propagandísticas que el arte dramático queda minusvalorado en esa instrumentación. Es ya demasiado habitual.
Texto: Fátima Delgado
Dirección: Jana Pacheco
Reparto: Alba Loureiro, Camila Bossa, Celina Fernández Ponte y Daniel Méndez
Diseño de iluminación: Juan Gómez Cornejo (AAI)
Diseño de espacio escénico: Alessio Meloni
Diseño de vestuario: Pier Paolo Álvaro y Roger Portal Cervera
Música original y espacio sonoro: Fernando Epelde
Coreografía: Greta García
Ayudante de dirección: Vicky Peinado Vergara / Laura Míguez
Residente ayudantía de dirección Teatro Español: Cristina Hermida
Una coproducción de Teatro Español, Centro Dramático Galego (CDG), Meninas Teatro y Proversus
Teatro Español (Madrid)
Hasta el 24 de marzo de 2024
Calificación: ♦
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