Las locuras por el veraneo

Noviembre Teatro la emprende en el Matadero con un texto de Goldoni con un montaje que resulta un tanto naíf

Las locuras por el veraneo - Vanessa RabadeVuelve a los escenarios esta primera parte de la Trilogía del veraneo, de Carlo Goldoni. Los de Venezia Teatro ya la habían emprendido con bastante gracia y posmodernizada con gusto en 2016. Antes, en 2009, Toni Servillo nos deleitó en los Teatros del Canal con la reunión de las tres obras en una propuesta repleta de ironía y sagacidad. Ahora es Eduardo Vasco quien, con su compañía Noviembre Teatro (vienen de mostrarnos Abre el ojo, de Rojas Zorrilla), pretende trasponer aquel XVIII burgués a los años veinte (no demasiado locos) del siglo XX.

Demasiada ligereza, demasiada liviandad para nuestros tiempos; aunque en el fondo, nuestro snobismo paleto, advenedizo y hortera deje veraneos discotequeros, playeros y chiringuiteros con ansias parecidas. Las jóvenes no se diseñan un mariage, sino más bien su esculpido nude; mientras que los efebos se ciclan con su gymbro para hipertrofiar hasta el serrato.

Se busca la diversión en una pieza que no se expone con ese ritmo y esa chispa que se precisa para superar la rareza de representarse en invierno (el espectador no se sienta en su butaca con la mentalidad adecuada); sino de trascender esa moralina ilustrada que horada el posible desenfreno. He de suponer, que las señoras (y señoritas) que acuden cada verano a nuestra querida Sotogrande se «torturan» con sus modelitos; porque no es plan de asistir a una vernissage, a un brunch o, incluso, si salvajemente una se da al tardeo, de modo inapropiado, pues no se puede consentir que Pitita luzca piel colagenada o que Cuchita nos sorprenda con su dermis de escualano de cualquier forma.

La tradición de los venecianos de marcharse en verano a lugares como Montenero viene de lejos y es una costumbre ineludible, si uno aspira a ser tenido en cuenta en las esferas de la alta sociedad. El asunto, por lo tanto, es de lo más sencillo. Un lío amoroso suave que nos sirve para conocer cómo preparan el susodicho viaje. Asimismo, los personajes resultan algo esquemáticos y típicos en estas comedias. Principalmente, contamos con Giacinta, que es la elegante Elena Rayos, quien suelta las frases más empoderantes y el satisfactorio dominio de su status. Por eso su pretendiente es un galán, Leonardo, que Rafael Ortiz interpreta, al principio, con algo de timidez (luego gana en ímpetu). Este debe tirar la casa por la ventana, comprar desaforadamente para dejarlo a deber al regreso de las vacaciones. Su hermana es la que vive con más angustia su imperiosa de necesidad de igualarse (y hasta descollar) a sus rivales. La prenda de moda, el mariage (repetido hasta la saciedad) debe ser su aldabonazo incuestionable. Vittoria nos deja a una Mar Calvo que, ante todo, destaca cuando canta. Su papel no da más de sí. ¿Dónde está el enredo? Puesto que hay por ahí otro posible postulante de Giacinta, un tal Guglielmo (el humorismo con su nombre marca el cariz de la función. Poca pulla). Sí que Alberto Gómez Taboada tiene más cintura, me parece un actor más dúctil, ágil y apropiado para este proyecto; aunque sus intenciones queden bastante disueltas. Un tipo de esos que viven al margen, avispados a la hora de coger un «buen tren». Igualmente se maneja Ferdinando. Un aprovechado que requiere de los favores de unos y otros. Su pago es su gracia, su amabilidad. En este sentido, José Ramón Iglesias es inmejorable, ya que su gestualidad se ajusta idóneamente al carácter. En otro orden, Filippo, el padre de nuestra protagonista, nos deja a un Jesús Calvo como un individuo con señorío y mucha positividad. Se desenvuelve, además, como un alegre don Juan, capaz de ligarse a una viuda. Esta esa la señora Fulgencia, que encarna Celia Pérez con una extravagancia muy sugerente. Una pena que no posea más líneas.

Sí que las composiciones musicales que el propio director ha elaborado ansían el humor cortés; pero nuevamente, como en su anterior montaje, las canciones se plasman con el grupo de frente (también algunas explicaciones, como en el prólogo). Uno echa en falta algo de swing, de gamberreo, pues, si no, a qué trasladar a esa década el argumento. Algo de comicidad sí aporta Manuel Pico, que hace de Paolo, un criado.

Uno termina por entender que la razón es estética, que así Lorenzo Caprile puede acogerse a ciertas elegancias perdidas hoy y demostrar sus habilidades. Porque, desde luego, son los vestidos de ellas y los trajes de ellos los que más resaltan en este espectáculo. Donde sí se corretea con un mariage, se muestran tules, veludillos y toda una gama de colores de potentes rojos que contrastan con los beiges de ellos y sus canotiers. Aire deportivo, tenístico; para nosotros, inevitablemente retro. Diría que, si un dramaturgista no reduce las enseñanzas de corte ilustrado, mal se casará el tema con una época menos encorsetada. No vale con incluir algún gesto a micrófono abierto (una bobadita). O, insistir, en que la señora «es muy contemporánea», como grita, de vez en cuando Brígida, la criada, que Anna Nácher acoge con socarronería.

Al final, es una propuesta que se queda en un terreno de nadie, ni suficientemente didáctica o ilustrativa; ni, mucho menos, deleitosa en el disfrute que puede propiciarnos.

Las locuras por el veraneo

Autor: Carlo Goldoni

Versión y dirección: Eduardo Vasco

Reparto: Rafael Ortiz, Elena Rayos, José Ramón Iglesias, Mar Calvo, Alberto Gómez Taboada, Jesús Calvo, Celia Pérez, Manuel Pico y Anna Nácher

Diseño de espacio escénico y atrezzo: Carolina González

Diseño de vestuario: Lorenzo Caprile

Diseño de iluminación: Miguel Ángel Camacho

Adaptación y composición de canciones: Eduardo Vasco

Ayudante de dirección: José Luis Massó

Una producción de Teatro Español y Noviembre Compañía de Teatro

Naves del Español en Matadero (Madrid)

Hasta el 28 de enero de 2024

Calificación: ♦♦

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